2. ¡Menudo olvido!

Un sábado por la noche, Nakia salió con sus amigos como hacía casi todos los sábados.
Ella estaba estudiando en la ciudad andaluza y vivía con su hermano. Generalmente, Iván le acompañaba a casa, excepto aquella noche. Era febrero, y como la mayoría de sus amigos estudiaban en la universidad, casi todos tenían exámenes. Por este motivo, Iván salió de marcha, pero se tenía que recoger a las dos de la mañana.
Así que Mario le dijo:
—Nakia, yo me voy a quedar hoy hasta las cuatro. Si quieres te acompaño yo.
Y Nakia, no puso inconveniente. Realmente, no conocía mucho a Mario, pero pensó que sería buena gente como el resto de la pandilla. No había por qué preocuparse. Ella se confió y le contestó:
—Ah, vale, pues me acompañas tú.
Nakia disfrutó el resto de la noche bebiendo y bailando con su pandilla.
Llegó la hora de marcharse y Mario, tal como había prometido, le acompañó hasta su casa.
Cuando Nakia fue a abrir el portal, se dio cuenta de que no llevaba llaves. Pensó:
— ¡Dios mío, he perdido las llaves! Si tenían que estar aquí en el bolso. ¡Joder! Mario va a pensar que es una excusa para quedarme con él.
—Mario, por favor, sujétame esto – le pidió Nakia. Sacó, una por una, todas sus pertenencias del pequeño bolso: los kleenex, el monedero, el estuche de las lentillas y el pintalabios para repasarse de vez en cuando. Lo iba depositando en las manos de Mario. Faltaban las malditas llaves.
—Mario, no te lo vas a creer, pero se me han olvidado las llaves de casa – dijo ella avergonzada.
—Y ¿qué vas a hacer? – preguntó él.
—Esperaré a ver si llega mi hermano que también ha salido de marcha – respondió ella – aunque mi hermano puede llegar a las ocho de la mañana o a las ocho de la tarde, porque como vivimos solos, igual se queda a dormir en casa de alguien. Es posible que llegue algún vecino y, en ese caso, esperaré dentro del portal.
Y allí estuvieron en la calle, hablando, riendo y esperando hasta las cuatro y media. No llegó nadie.
Entonces Mario dijo:
—Nakia, son las cuatro y media. Me tengo que ir a casa ya, pero es que no te puedo dejar aquí en la calle, tú sola, de noche. Además hace un montón de frío.
—Ya, pero es que no tengo otra alternativa – dijo ella en tono de resignación.
—Pues vente a mi casa – sugirió él – al menos, allí estarás caliente.
Así que ella asintió antes de que Mario se arrepintiese de dicha invitación.
Echaron a andar hacia la casa de Mario, no habían llegado a doblar la primera esquina cuando Nakia cayó en la cuenta de que Mario vivía con sus padres y, seguramente, algún hermano y/o hermana. Él era de allí, de la ciudad andaluza, no de fuera. No era el típico estudiante que compartía pisos con amigos. Sin embargo, ella evitó egoístamente sacar a relucir este detalle, no fuese a pasar que Mario se arrepintiese y la dejase sola en la calle.
Llegando a casa de Mario, cerca de las cinco de la mañana, comenzaron a trazar su plan. Ella sugirió:
—Mario, muchas gracias por acogerme en tu casa. Ahora cuando lleguemos, me puedo acostar en el sofá del salón.
—Ni loca. Si mis padres se despiertan y ven a una desconocida en el sofá, les puede dar algo. Lo mejor es que duermas conmigo en mi cama. A las ocho, que todavía es temprano, te levantas y te vas – propuso Mario. A Nakia no le pareció mala idea. Visto así, los padres no se enterarían de su presencia. En ningún momento pensó que Mario tuviese otras intenciones. Las circunstancias eran las que eran, él no se había fijado en ella previamente.
Así que cuando llegaron, Mario abrió sigilosamente la cerradura, entraron y cerró la puerta muy suavemente para no despertar a nadie. Nakia le siguió hasta su habitación. Una vez dentro, Mario encendió la luz y le dijo:
—Mientras voy al baño, ve acostándote.
Allí se quedó Nakia pensando:
— ¡Madre mía! Llevo poca ropa. En cuanto me tumbe se me va a subir el vestido y solo llevo las medias. Es como estar desnuda, casi. Es una cama individual y vamos a estar un poco apretujados. Necesito estar más tapada.
En aquel momento regresó Mario a la habitación. Ella le dijo:
—Mario, si no te importa, ¿me puedes prestar un pijama? Es que me da un poco de palo porque se me va a subir el vestido y, la verdad, me da un poco de vergüenza.
Él sonrió. Era una sonrisa entre dulzura y picardía. Le prestó a Nakia un pijama de cuadros. Y se metieron en la cama.
Nakia no había caído en el detalle de que, con tanto misterio, llevaba horas sin hacer pis. Ahora tenía el problema de que se meaba como una campeona y no sabía dónde estaba el baño. Pensó:
—Cuando se duerma Mario, me levanto y busco el baño.
Ella sabía que Mario no estaba dormido porque no le escuchaba respirar y, cuando las personas están dormidas, se les oye el ritmo de la respiración aunque sea de manera suave. Por eso ella sabía que Mario aún estaba despierto.
Por otra parte si, buscando el baño, abría la puerta de la habitación de los padres de Mario, se podía liar parda, así que descartó esa opción.
Nakia se decía:
—Piensa que si estuvieras en la calle esperando a tu hermano, no podrías mear. ¡Así que aguanta!
Durante aquella noche, todas las opciones que se planteaban siempre eran entre la mala y la peor.
Pero se meaba tanto que pensaba que si se dormía se orinaría en la cama. Así que decidió no dormir.
—Si hubiese estado en la calle, no dormiría. Al menos aquí con Mario, estoy calentita – pensó.
Como notaba que Mario no se dormía, pensaba que a lo mejor quería tema con ella. Ella no sabía si Mario tenía novia o no, porque lo conocía de dos ratos. Además, si Mario tomaba alguna iniciativa, ella se veía casi en la obligación moral de devolverle el favor de cobijarle en su casa. Mario no era feo, pero tampoco se le había pasado por la cabeza un affaire con él. Así que también rezaba: “¡Que no me toque, que no me toque! Bueno, que pase lo que tenga que pasar.” Estaba totalmente confusa.
Nakia estaba quieta y tensa como la estatua de Tutankamon, pero sentía el calor del cuerpo de Mario, estaban juntos en su cama. Por otra parte, tenía ganas de abrazarle, con la finalidad de calentarse, pues estaba helada de frío de tanto tiempo que habían pasado en la calle. El silencio de la noche se le hacía largo. Un silencio lleno de agradecimiento hacia él. Esa noche Mario era su refugio, su resguardo, su protección y su cobijo. Le hubiera gustado un beso, una caricia o un abrazo. No hubo nada. Anhelaba una conversación acerca de ese momento. Nakia deseaba saber qué pasaba por la cabeza de Mario y cuáles eran sus pensamientos. Nunca lo supo.
Otro de los runrunes que le rondaba era qué coño iba a hacer al día siguiente cuando se levantase a las ocho de la mañana un domingo. Porque, entre otras cosas, tenía el problema de que se había gastado el dinero que cogió para salir de marcha, por lo que no tenía ni para un bocata. Y la alternativa era quedarse a esperar en el portal hasta que llegase su hermano.
Al mismo tiempo, no quería quedarse dormida por si acaso no se despertaba a la hora acordada. Finalmente, Nakia se durmió profundamente por el bienestar que le concedía el calor humano de Mario. Plenamente agradecida.
Al día siguiente se despertó al oír voces. No eran las ocho de la mañana como tenían planeado, sino las nueve. Se orinaba tanto, que pegó un salto de la cama y salió como una bala del dormitorio de Mario a buscar el baño. Fue una reacción tan automática que no pensó en nada más. Al abrir la puerta del dormitorio, se topó con el padre de Mario.
Los dos dieron un respingo de sorpresa. Ninguno se esperaba encontrar al otro.
—Soy Alan, el padre de Mario – se presentó él.
—Hola, yo soy Nakia, una amiga de Mario – se presentó ella. No dijo nada más. Por un segundo pensó decir la famosa frase de “esto no es lo que parece”, pero inmediatamente optó por callar. Esa frase no iba a servir de nada para un padre que pasa por el pasillo y se encuentra a una tipa con el pijama de su hijo saliendo de su dormitorio a toda prisa.
—Mario está en la cocina desayunando – informó él.
—Pues ahora le saludo antes de marcharme. ¿Me podría indicar dónde está el baño, por favor? – preguntó ella.
—Sí, es esa puerta de la izquierda – le indicó él – Si quieres, puedes desayunar antes de irte a tu casa.
Nakia, que además de esa situación tenía el problema de qué hacer ahora, no se le ocurrió parar a pensar una respuesta lógica, principalmente porque esas circunstancias eran un poco extrañas. Así que improvisó:
—No, no voy a mi casa. Voy a coger el autobús 11 que es el circular, y voy a darme una vuelta por la ciudad.
Ese plan se le había ocurrido sobre la marcha mientras estaba ahí hablando con el padre de Mario. Solo le quedaba dinero para un billete de autobús. Tenía que dar tiempo a que su hermano llegase a casa. En el autobús iría sentada y calentita. Alan la miró con cara de sorpresa y extrañeza.
Nakia entró en el baño. Tardó un poco porque el chorro de pis era largo, pero orinaba flojito intentando no hacer ruido para no parecer una vaca meando en la pradera. Se lavó las manos y se recolocó el pelo. Cuando salió del baño buscó la cocina para encontrar a Mario.
—Buenos días, Mario – saludó ella.
—Buenos días – saludó él.
—Me he encontrado con tu padre al salir de la habitación – dijo Nakia.
—Ya. Os he escuchado hablar – siguió él.
—No ha salido bien nuestro plan. No me he despertado a tiempo, como no hemos puesto despertador… - trató de disculparse ella – Ahora te va a caer una buena bronca por ayudarme.
—No te preocupes por eso. Ya me apaño yo con mis padres. Nakia, de todo esto, ni una palabra a nadie – le pidió él.
—Tampoco hemos hecho nada malo – añadió ella.
—A nadie – le insistió.
—Vale, como quieras – concluyó ella.
— ¿Quieres desayunar? – le invitó Mario.
—Vale, sí – aceptó Nakia. Por una parte, sabía que debía salir de allí cuanto antes, pero por otra, no tenía claro dónde ir, ni qué hacer, ni cuándo iba a poder comer. Teniendo en cuenta que cenó pronto el día anterior para salir de marcha, el hambre hacía mella, así que decidió no malgastar esa oportunidad de desayunar.
Habló poco con Mario. No sabía qué decirle. Le conocía de dos ratos. Sentía que le había metido en un buen lío sin querer, solo por su egoísmo de no quedarse sola esperando en la calle y por la bondad de él de no abandonarla. Él la miraba con ternura para transmitirle tranquilidad, pero ella notaba un atisbo de preocupación en sus ojos.
Terminaron de desayunar. Ella regresó al cuarto de Mario y se vistió. Se despidió de Mario y de su padre y salió.
No se montó en el 11. Se marchó a su casa. Llegó, llamó al portero automático de manera insistente, pero su hermano no estaba en casa. Así que decidió dar un paseo por las calles de la ciudad andaluza.
Se acercaba la hora de las cañas. Los colegas habían quedado. Podría ir con ellos pero no tenía dinero. Le podía decir a alguien que la invitase, pero tendría que dar una explicación de por qué iba sin blanca.
Optó por acercarse al bar donde habían quedado. Allí estaba Mario. Nakia saludó a todo el mundo, entonces Ruth le dijo:
— ¡Vaya cara que traes! Parece que nos has dormido en toda la noche.
Nakia se ruborizó. Miró a Mario.
— ¿No habrás contado nada de lo de anoche? Encima que fuiste tú quien pediste no hablar del tema – reprochó con la mirada a Mario.
Mario también le respondió con la mirada:
—No he dicho ni mu. Ni se te ocurra decir nada.
Parece que Ruth le había descubierto y la estaba poniendo en evidencia delante de los demás que, quizás, no se habían percatado. 
- ¿Se me habrá corrido el rímel? - se preguntó.
Lo cierto es que cuando fue al baño en casa de Mario no se miró al espejo. Apenas se aseó con los nervios de la situación.
—Claro que he dormido. ¿Cómo no voy a dormir? – rebatió Nakia.
—No sé. Además traes la misma ropa de ayer – dijo Ruth.
—Porque cuando llegué a casa estaba tan espabilá que me puse a estudiar. Esta mañana me ha entrado el cansancio y me he echado tal cual encima de la cama. Cuando me he despertado, he visto que me daba tiempo de llegar a las cañas y me he venido. Lo he improvisado así, sobre la marcha. Pero ¿sabes qué? Que cuando estaba llegando me he dado cuenta de que se me ha olvidado el dinero
Mario y Nakia se miraron. Una mirada furtiva y clandestina.
—No te preocupes. Yo te invito – dijo Mario. Él sí podía adivinar por qué Nakia no llevaba “pelas”.
—Gracias - Y Nakia se pidió una cerveza.
Aquel rato en aquel bar, Mario y Nakia no dejaban de mirarse. Escondidos delante de todos sus amigos. Sentían complicidad y confabulación en todo lo acontecido. Era su secreto, una situación inesperada para ambos, casi desconocidos, que desde la razón les obligó a estar tan cerca. A lo mejor habían perdido la oportunidad de enrollarse, o no. Un destino que, en tan solo unas horas, empezó e interrumpió su camino. Un romance que terminó sin haber empezado. Una historia de amor que pudo haber sido, y no fue. La mejor noche de su vida.

Fragmento inspirado en la canción La mejor noche de mi vida de Pablo López.

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