44. La voz de Ángel Salvador
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Sucedió
de nuevo. Nakia se cruzó con su agresor, quien le dio un empujón y la tiró al
suelo. Ella se escabulló y corrió a su casa.
Otra vez
el momento de bajona, de llorar de impotencia y de no tener a quién contárselo.
Los niños en el instituto, su marido, hermanos y amigos trabajando. Cada uno en
sus cosas y sus quehaceres. Además ¿a quién le iba a importar? Siempre con la
misma cantinela. Rodeada de gente, pero sola. Tremendamente sola. Con esa
sensación de que, si desapareciese de este mundo, nadie la iba a echar de
menos. Bueno sí, los primeros días por el velatorio y el entierro, luego ya
cada uno volvería a sus rutinas de trabajo, familia, pareja, casa, mascota,
etc.
Su marido
e hijos sobrevivirían como lo hace mucha gente que se quedan viudos y huérfanos.
Su marido reharía su vida con otra mujer y los chicos irían creciendo e
independizándose, que es lo que les toca en la vida.
Sus
hermanos y amigos seguirían cada uno con sus vidas y sus familias. En la
empresa donde trabajaba empezarían un proceso de selección para buscar una
persona sustituta y ya. En cuestión de una semana, todo el mundo volvería a sus
rutinas. De vez en cuando, en alguna quedada de amigos o familiar la
mencionarían recordando algún momento, pero eso duraría un par de minutos, no
más. Puede que alguien le llorase en la intimidad; su marido, sus hijos, alguna
mejor amiga, algún amigo que la hubiera visto como “algo más” pero nunca se
atrevió a confesárselo, algún familiar… Pero esa tristeza duraría lo que dura
un momento de bajón.
Así que,
en ese llanto infinito y desmesurado, después de barajar otros pensamientos
repentinos que fue capaz de controlar, cogió el móvil y marcó el 024, su última
esperanza.
– Buenos días, 024, línea de
atención a la conducta suicida. Le atiende Ángel Salvador ¿En qué puedo
ayudarle? – se oyó una voz masculina y grave al otro lado del teléfono. Su tono
era parecido al de Iván, una voz que le hacía vibrar y temblar en una alta frecuencia.
–
Hola. Llamo… porque… estoy…
muy mal – dijo Nakia con la voz entrecortada y ahogada en lágrimas.
–
Vale. Cuéntame. ¿Me dices
tu nombre para dirigirme a ti?
–
Nakia.
–
Vale, Nakia. ¿Qué te pasa?
– Que me quiero morir, que
estoy harta, que mi vida es una mierda, que estoy hasta los huevos de vivir
entregada a los demás; a mis hijos, a mi marido, a mi mascota, a mis amigos, a
mi trabajo ¿y quién se preocupa por mí? Nadie. Siempre tengo que estar ahí para
satisfacer a todo el mundo cuando me reclaman ¿y quién está ahí cuando yo
necesito a la gente? Nadie. Siempre soy yo la que escribe los mensajes, la que
llama, la que organiza, si no, nada. Cada uno va a su puta bola. Y los pocos
ratos que tengo para mí, no puedo salir a la calle sin estar pendiente mirando para
atrás por si me encuentro al mamarracho de mi maltratador.
–
Todo esto ¿cómo lo
gestionas? – preguntó Ángel.
– Lo gestiono con ganas de
morirme. Si le importo una mierda a todo el mundo…, a la sociedad y al sistema.
Por eso llamo.
–
¿Cómo tienes de avanzada esa
idea? Me refiero a si es algo que has pensado por primera vez o lo has pensado
más veces, si has pensado el cómo, el cuándo, el dónde…
–
Sí, sí, ya tengo la
logística, pero no es el momento.
–
¿Cuándo es para ti el
momento?
– Pues de noche. Mi plan es
empastillarme de noche, para que haga bien su efecto. No puede ser en otro
momento porque me echarían de menos en el trabajo, o mis hijos para que les
lleve o les recoja de alguna
extraescolar, o mi marido si me llama para alguna cosa. Entonces alguien
avisaría al 112 y podrían salvarme. Así que tiene que ser de noche para que
transcurran las ocho horas y por la mañana esté bien muerta.
– Entonces, hay personas que
te echarían de menos.
– Claro, por su
conveniencia, nada más.
– O sea que ¿tienes las
pastillas?
– Sí, pero ahora no me las
puedo tomar porque mi marido vendrá a comer y, a lo mejor, para esa hora
todavía no han hecho su efecto. Es que tampoco sé cuánto tardan en actuar, ni
que dosis es suficiente. Me compré dos cajas. Una un día, y otra al mes
siguiente, para no levantar sospechas en la farmacia. Hasta dentro de tres años
no caducan.
– ¿Solo has barajado esa
opción o has pensado otros métodos?
– Sí, pensé en su día otros
métodos, pero tiene que ser algo que, si no funciona, yo me quede bien. Porque
había pensado tirarme por un puente o estrellarme con el coche, pero ¿y si no
me muero y encima me quedo tetrapléjica? Peor todavía, porque si mi vida ahora
mismo es una puta mierda, imagínate dependiente en silla de ruedas o en una
cama. No, no. Por eso no contemplo otros métodos. De esta manera, si alguien me
descubre antes de tiempo, en el hospital me harán un lavado de estómago y
seguiré con mi vida “mierder” hasta otro intento.
Nakia no
se había dado cuenta pero conforme iba hablando con su interlocutor, se iba
relajando ¿Sabes por qué? Porque era ella la que hablaba de su soledad, de su desierto,
de su vacío. Nadie le estaba diciendo lo típico que se veía en las películas de
“piensa en tus hijos…”, “piensa en tu marido…”, “piensa en tus padres…”. Todo
el mundo le sobraba. Cuando te sientes en la más profunda soledad, todo el
mundo te sobra. Es la propia definición del término. Crees que ellos
continuarán sus vidas porque no eres nadie para ellos ¿Cómo vas a pensar en los
demás cuando sientes que los demás no piensan en ti? Aquel hombre solo le
preguntaba por ella. Ella era el centro de la conversación. Eso es lo que, en
parte, necesitaba. Desde que fue madre había perdido su identidad. Sentía que
había pasado a un segundo plano. Ya no era la amiga, la hermana, la prima, la
tía…, ni siquiera la esposa, ya era un pack de cuatro. Ya nadie le preguntaba
¿qué tal estás?, sino ¿qué tal estáis?. Las conversaciones eran en plural. Se
limitaba a contestar a esas preguntas, a hablar de los planes y los logros de
sus hijos y de su marido. Ella, como cualquier madre sufrida, se relegaba
siempre a un segundo plano, la última en la conversación. De hecho, a veces,
hablaba de toda su familia y, si la conversación era muy larga, se quedaba sin
hablar de ella. Así que, lo que parecían charlas con amistades, se convertía en
una narrativa sobre su familia, omitiendo su información, sus pensamientos y
sus sentimientos. Parecía que la otra parte tenía interés en su familia pero no
en ella. Por no hablar de cuando escuchaba otras voces participantes en la
conversación, dando por hecho que estaba en modalidad altavoz. A veces, pensaba
que estaba celosa, pero mayormente sentía que estaba sola. Rodeada de gente,
con conversaciones kilométricas pero vacías. Lo que le unía a esas personas
había quedado atrás. Ya no era la amiga, era la madre de familia, la esposa de
su marido, pero había dejado de ser Nakia.
Así que
aquel diálogo con Ángel dio un giro desde la logística del suicidio al
sentimiento de soledad emocional.
– Mira, Nakia. En realidad,
todos estamos solos. Somos seres sociables, pero individuales. Cada uno busca
su propia felicidad, su propia satisfacción y su propia conveniencia. Por
ejemplo, imagina que un amigo no te invita a su cumpleaños ¿cómo te sentirías?
– Enfadada o triste, no sé.
– ¿Por qué te sentirías así?
– Hombre, porque si espero
que me invite y no me invita, pues me enfadaría o sentiría decepcionada.
– Esa es la clave. Esperas
esa invitación. Las personas que se sienten solas esperan algo de los demás,
tienen unas expectativas muy altas. Cuando eso no sucede o no se corresponde,
es cuando aparece ese sentimiento de soledad. Sin embargo, si no esperas nada
de nadie, sucede lo contrario. Cuando alguien te invita, piensas: “anda, mira
qué bien que esta persona se ha acordado de mí y me ha invitado a su
cumpleaños” o “estos amigos se han acordado de mí y me han avisado para quedar”.
Es la perspectiva contraria. En lugar de criticar o centrarse en quienes no van
o no están, hay que focalizarse en quienes asisten al evento, disfrutar de
ellos.
– Ya, pero es como
conformarse con las migajas del amor y del cariño. Pasas a ser el segundo,
tercer o quinto plato de la gente – puntualizó ella.
– Se han romantizado e
idealizado las relaciones humanas. Deseamos parejas perfectas, cariñosas y
románticas. Esperamos hijos perfectos que nos necesiten y esperamos ser la
familia perfecta que hacen actividades todos juntos. Anhelamos amigos perfectos
que estén ahí para nosotros en cualquier momento del día y de la noche. No, no
es así. No somos la prioridad de nadie. Pensamos que debemos ser la prioridad
de nuestra pareja, de nuestros hijos y de nuestros amigos, pero cada uno tiene
su vida y sus prioridades y no siempre estamos los primeros en esa lista. Lo
que debes hacer es asumir que no eres prioridad de nadie, debes dedicarte
tiempo a ti y disfrutar de ti; además de cumplir con tus responsabilidades,
debes disfrutar de ti. Tú eres la única persona que vas a estar contigo misma
desde que naces hasta que mueres. El resto son gente circunstancial y temporal
en tu vida. Tú debes ser tu prioridad.
– Pues, vaya mierda.
– Sí, pero es así. Al final
todo el mundo quedará solo. Mira, cuando estás por los cuarenta o cincuenta años, la gente se
plantea la posibilidad de rehacer sus vidas si se quedaran solos. Pero cuando
llegan los setenta o los ochenta, no queda vida para rehacer. A esa edad, nadie
está para Tinders o para apuntarse a una asociación de senderismo a conocer
gente. Quien sobreviva a su pareja, se quedará solo. Irán falleciendo sus
hermanos, sus primos, sus amigos, sus vecinos de siempre… Con suerte, quien
tenga hijos, a lo mejor le cuidan. La mayoría de veces ese cuidado se traduce
en contratar a una persona para que le cambie los pañales, limpie un poco la
casa y le haga la comida. Nacemos solos y morimos solos. Piensa en ti, Nakia.
No pienses en nadie más y no esperes nada de nadie. Solo disfruta de esos
momentos que te brinda la vida con otros. Todo el mundo debe acostumbrase a
vivir en soledad, en independencia afectiva. Por eso es tan importante la
inteligencia emocional.
– Supongo.
– Nakia, los pensamientos
que te rondan, nunca dejan de estar presente del todo. Hay personas mayores, de
unos setenta años, que deciden cometer actos autolíticos porque no aceptan la
soledad que se les viene encima. No aceptan pensar que su pareja, de los mismos
años aproximadamente que él o ella, pueda cuidarle. No asumen ir viendo cómo se
van muriendo sus amigos, o familia. Piensan que sus hijos tienen otras
obligaciones con sus nuevas familias, con sus trabajos y que no les van a
cuidar. Harán eso, contratar a alguien extraño o internar a su mayor en una
residencia. Cada vez será más dependiente de bastones, andadores, sillas de
ruedas… y no quedarán con sus amigos a tomar cervezas, aunque estén vivos. Por
no hablar de la posibilidad de la demencia senil o el Alzheimer y vivir sin
saber quién eres ni quiénes son los de tu alrededor. Ante esa soledad forzada y
ante el hecho de que cada vez les queda menos tiempo, deciden quitarse de en
medio. Son conscientes de que ya les queda la peor etapa de la vida y, qué más
da unos años más que menos. Nadie está exento de una depresión en cualquier
momento a lo largo de la vida. Pero debes saber que nada es permanente, ni lo
bueno ni lo malo. Disfruta de ti y, cuando surja, disfruta de los demás. No hay
obligaciones de quedar todos los sábados con amigos, o una vez al mes, o todos
los primeros jueves de cada mes. Cuando surja, se disfruta. Aunque sea cada
tres meses y sin una fecha fija. No por ello significa que dejéis de ser
amigos, o que se haya roto la amistad. Todo cambia, pero no implica que
desaparezca. Como se suele decir, todo tiene solución excepto la muerte. Si te
apetece hablar con alguien, llámale. No pienses en negativo. No pienses que
molestas, que incomodas. Si no responde, piensa, simplemente, que no puede
atender a tu llamada, o que solo ha podido dedicarte unos minutos, pero
disfrútalos. Ya llamarás otro día si te apetece. No sigas cánones impuestos por
la sociedad, sigue tus deseos, pero no para complacer a nadie, sino para
complacerte a ti. Puede sonar egoísta, pero no lo es. Te repito. Solo te tienes
a ti, los demás son un anexo en tu vida. Cuando estás en modo “depresión” con
la perorata de ”nadie me quiere”, “nadie me llama”, “nadie queda conmigo”,
“nadie se acuerda de mí”, “nadie me whatsappea”, entonces entras en ese bucle
de tristeza. No es que no se acuerden de ti o que hayan dejado de ser tus
amigos o familia, simplemente llevan sus vidas.
Después
de esa llamada se quedó más tranquila. Aquella conversación de unos cuarenta minutos
con Ángel había superado con creces todas las sesiones con la psicóloga loca a
las que fue durante ocho meses todas las semanas. Ni punto de comparación.
La voz de
Ángel la salvó. Su voz y sus silencios. Sus susurros de ayuda ante aquella
llamada de auxilio. Su voz le iluminó en aquel momento de oscuridad, en lo que,
en principio, iba a ser probablemente la última llamada de Nakia, a unos
cuantos tonos del abismo, un momento antes de caer.
Al
despedirse, cortó esa conexión de emergencia, cortó el hilo de la
desesperación. Se quedó de nuevo sola. La logística la tenía.
Esa
mentira de que su preferencia era ella misma, le gustaba. Solo esperaba que,
ante un momento de bajón, no se le cruzara el cable lo suficiente
Relato
inspirado en la canción Sobreviviré de la cantante Mónica Naranjo.
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