7. La música y las estrellas
Un fin
de semana, Nakia se fue con sus amigos de la ciudad andaluza a una casa rural
en una provincia española.
Allí
conoció a Alejandro, un amigo de uno de sus amigos. Álex era alto y fuerte.
Tenía el pelo rizado, moreno, llevaba lentillas aunque, en ocasiones, usaba
gafas, y tenía unos labios que Nakia deseaba comérselos.
La
quedada en la casa rural era solo para dos días, sábado y domingo.
Nakia
llegó sobre las doce de mediodía. Más tarde aparecieron sus amigos con Álex.
Quizá
no fue un amor a primera vista, pero ella se fijó en él. Era guapo. Ella ya
estaba sola. Confusa y desubicada.
Transcurrió
el día con normalidad. Sobre las nueve de la noche, empezaron a organizarse
para hacer la cena. Unos cocinaban y otros ponían la mesa. La cocina de la casa
rural era muy pequeña, así que tampoco permitía un gran trasiego de gente en la
misma.
Álex
tocaba la guitarra. Había traído una consigo y empezó a tocar y cantar varias
canciones. Nakia se quedó sentada en un sillón escuchándole. A ella le gustaba
la música, había aprendido a tocar el piano cuando era adolescente. Observaba
las manos de Álex, eran grandes y se movían a gran velocidad. No apartaba la
mirada de ellas, como si tratara de adivinar los acordes.
De
pronto, un escalofrío agradable le recorrió la espalda, como si las manos de
Juanfra simulasen tocar el piano sobre su columna vertebral. Pensó que era una
señal de Juanfra que le decía: “¡No le dejes escapar!
En
esta ocasión a Nakia no le invadió el pensamiento recurrente que, desde que
sucedió lo de Marte, le venía a la cabeza cada vez que conocía a un tío. Ella
se fijaba en la complexión física o en las manos. Tiempo atrás, hubiera
pensado: “¡Qué tío más cachas!” o “¡Pedazo manos las de este tío!”. Desde
aquello, se seguía fijando en el físico de los hombres, pero esa masculinidad y
virilidad le asustaba: “Si este tío me pega, me volea” o “Con esas manos, me
cruza la cara cuatro veces de un solo golpe”.
Eso no
pasó ahí en la casa rural. Quizás porque estaba feliz. Con sus amigos. Con el
recuerdo de Juanfra. Con la inesperada y agradable sorpresa de ese chico nuevo.
En una burbuja física y emocional.
Allí
pasó un buen rato con Álex hablando de notas musicales, corcheas, semicorcheas
y silencios. Silencios en los que no dejaban de mirarse y sonreírse
constantemente. Había más amigos junto a ellos, todos cantando de manera
animada.
–Luego
ayudaré a recoger la mesa y lavar los platos – pensó Nakia. Estaba disfrutando
de ese momento de música con Álex y sus amigos.
Efectivamente,
Ruth gritó:
–Gente,
ya está servida la cena. Por favor, sentaos a la mesa.
Álex
guardó la guitarra en su funda y se sentó junto a Nakia a cenar. Casualmente
había un sitio libre junto a ella. Él era muy atento y educado. Se preocupó de
que no le faltase nada a ella; el pan, la servilleta, el agua. Le ofrecía todos
los platos que estaban en la mesa:
– ¿Quieres
un poco de ensalada? – preguntó él.
–Sí, gracias
– contestó ella
En una
de las ocasiones, él pinchó una croqueta en el tenedor y se la acercó a Nakia a
la boca diciéndole:
–Las
croquetas están buenísimas. ¿Quieres probar?
Ella
abrió la boca para cazar la croqueta. Pensó que ese gesto era muuuuy romántico.
Era lo que hacían muchas parejas cuando comían, ofrecer al otro probar
alimentos. Álex bebía vino, Nakia agua. Él le ofreció de su propio vaso:
– ¿Quieres
probar el vino? Es muy suave
–Sí,
gracias – respondió ella. Cogió el vaso de Álex y le dio un trago.
Estos
gestos que, a mucha gente le parecerán una guarrada, a Nakia le encantaban.
Siempre había visto como otras parejas tenían estas complicidades que nunca
antes nadie había tenido con ella.
Terminaron
de cenar. Todos los que antes habían estado relajados escuchando la música de
Álex y cantando, ahora estaban recogiendo la mesa, colocando los platos en el
lavavajillas y recogiendo la cocina.
Después,
se tomaron unas copas junto a la chimenea del salón, hablaron y bromearon.
Llegó
la hora de acostarse. Nakia dormía sola en una habitación y Álex en otra. Todas
las habitaciones tenían baño propio. Nakia se había puesto el pijama, lavado
los dientes y quitado las lentillas. Estaba doblando la ropa que se había
quitado y organizando la ropa del día siguiente cuando llamaron a su puerta.
Abrió. Era Álex en pijama.
–Dime
– dijo ella
–Me
gustaría dormir contigo esta noche ¿puedo? – preguntó él.
Nakia
se sintió como Julia Roberts en Pretty Woman después de negociar su precio con
Richard Gere. ¡La leche! ¡Este tío se quiere acostar conmigo!
– ¿Solo
dormir? – preguntó ella con las más amplia de sus sonrisas.
–Solo
dormir – contestó él sonriendo.
–Pasa
– le indicó ella.
Álex
entró en la habitación y le preguntó:
– ¿Qué
lado de la cama prefieres?
–Si
vamos a dormir separados cada uno en su lado, prefiero el izquierdo. Si vamos a
dormir juntos abrazados, me da igual un lado que otro – contestó ella con total
naturalidad.
Él
abrió los ojos sorprendido por el atrevimiento de la respuesta, y siguió:
–Entonces,
me acuesto aquí. Y se acostó en el lado derecho.
Nakia
colocó la ropa del día siguiente sobre una silla y se metió en la cama, junto a
Álex, mirándole. Estuvieron hablando un tiempo largo de todo un poco, de
películas, de música, de libros, de los ratos que habían vivido durante el día
con los demás… Llegó un momento en que se terminó la conversación y se miraban
a los ojos en silencio.
En ese
momento, Nakia le dijo:
–Tienes
unos labios muy… apetitosos… y carnosos… y esponjosos… y jugosos… todo
terminado en oso. Y porque no los he probado, pero seguro que están exquisitos
y deliciosos.
– ¿Quieres
besarme? – preguntó él medio riéndose.
–No,
quiero que me beses tú a mí – respondió ella.
–Es lo
mismo – replicó él.
–No.
Quiero que seas tú quien marque el ritmo y la intensidad. En realidad, me
gustaría que nos besáramos, nos abrazáramos, nos acariciáramos… Me gustaría
todo, pero ya no tomo ningún medio anticonceptivo ni me he traído
preservativos. Pensaba que venía con mi pandilla de siempre y esto no estaba en
mis planes – aclaró ella.
–Nakia,
yo solo quiero dormir contigo y abrazarte.
¡Menudo
zasca en toda la boca! Tanta conversación, tantas miradas y tanta sinceridad y,
resulta que él solo buscaba compañía.
–Vale,
pues durmamos entonces – dijo ella.
Se dio
la vuelta dándole la espalda y se dejó abrazar. Las lágrimas afloraron a sus
ojos en un llanto silencioso. Se había hecho ilusiones con ese chico tan guapo
y tan encantador, pero resulta que él no quería nada con ella. De pronto, se le
escapó un sollozo.
– ¿Estás
llorando? – preguntó Álex
–Sí,
pero se me pasa pronto – dijo Nakia – Es que…, no sé. Quizás cuando llegue a mi
casa me veré como una tía valiente que se ha sincerado con un tío que le gusta
y me ha salido el tiro por la culata, pero no sé por qué, ahora mismo me siento
mendigando amor, en plan desesperada, aquí, abriéndote mi corazón… Bueno, da
igual.
Él le
abrazó más fuerte. Nakia se quedó dormida en seguida. Estaba cansada de todo el
día. Se había levantado muy temprano para emprender el viaje, no se había
echado siesta y se habían acostado tarde.
Los
cuerpos se fueron relajando, despegando y separando. Finalmente, cada uno
estaba durmiendo en su lado de la cama.
A
mitad de la noche, Nakia se despertó tiritando de frío. Estaba totalmente destapada.
Se cubrió con la manta y el edredón de cuya propiedad se había adueñado Álex, y
se arrimó a él que estaba de espaldas a ella. Pasaron dos minutos pero Nakia no
entraba en calor. Así que decidió despertar a Álex.
–Álex
– susurró. Hubo silencio
–Álex
– le llamó levantando un poco más la voz. Él dio un respingo. Le había
despertado.
– ¿Qué
pasa? – preguntó él
–Abrázame,
por favor, tengo muchísimo frío – le pidió ella
Él se
giró hacia su lado y le abrazó. Notó por encima del pijama sus manos frías y le
tocó la cara.
–Estás
helada. Métete aquí – sugirió él arropándola con su propio pijama por encima.
Ahora estaban los dos metidos dentro de la camiseta del pijama de Álex. Ella
hundió la cara y sus manos congeladas en su pecho peludo. Olía a humo de
chimenea, pero no le importó. Al cabo de unos minutos dejó de temblar. Seguía
teniendo frío. Él le abrazaba muy fuerte. Álex no estaba durmiendo, pues de lo
contrario, no podría ejercer esa presión sobre ella.
De
repente, a ella le dio un impulso. Con la punta de la lengua empezó a hacer
formas sin rumbo en el pecho de Álex, lentamente. Él preguntó:
– ¿Qué
haces?
Ella
pensó que era un reproche puesto que ya le había dicho al inicio de la noche
que solo quería dormir. Así que contestó:
–Nada.
Ha sido un arrebato caprichoso.
Él no
dijo nada. Se quedaron en silencio. Nakia no sabía bien qué hacer. Él solo
había preguntado, pero no le dijo que parase, o que no quería que siguiese, o
que no le gustase o algo por estilo. Según el dicho “quien calla, otorga”. ¿Significaba
ese silencio que estaba de acuerdo? Así que se arriesgó e insistió dibujando
formas en su pecho con la punta de la lengua. Empezó a notar como el miembro de
Álex iba tomando tamaño y rigidez. O sea, que le gustaba. Ella se vino arriba.
Empezó a sacar la lengua y a comer el cuerpo de Álex con ímpetu.
Fue
bajando desde el tórax hasta la zona púbica. Ahí notó la punta de la polla
debajo de su barbilla y volvió a subir con la lengua hacia el tórax,
recreándose en cada centímetro de la piel de Álex, que respiraba profundamente.
Él se separó un instante para quitarse la parte superior del pijama. Ella
siguió comiéndole a besos por el cuello. Él le acariciaba la espalda. Le
abrazaba. Deslizaba sus manos por su espalda, sus senos y su cintura. Poco a
poco, deslizó sus manos hacia las nalgas de Nakia. Ella solía dormir sin ropa
interior, además que Álex no estaba en sus planes nocturnos. Él acariciaba su
culo de forma suave y, con la punta de sus dedos, le rozaba la raja de vez en
cuando. Él le quitó el pantalón del pijama y también se quitó el suyo. Siguió
acariciándole el trasero, cada vez más intensamente, presionando con los dedos
su zona perianal. De pronto, de un impulso, se colocó boca arriba situando a
Nakia encima de él. Lo hizo de un solo golpe, como si ambos fuesen un solo
bloque. Con acierto y exactitud, pues Nakia notaba la punta de su pene en su
orificio vaginal.
–Fóllame
– susurró ella.
Entonces
él estiró uno de sus brazos hacia la mesita de noche y cogió algo.
– ¿Qué
haces? – preguntó ella.
–Coger
un condón. Yo también soy precavido, por ti y por mí – contestó Álex.
–Pero
ese condón ¿de dónde lo has sacado? ¿Es tuyo o te lo has encontrado en la
mesita y de a saber quién es y cuándo? – exclamó ella
Él se
rio:
–Es
mío. Me lo traje en el bolsillo del pijama, por si acaso. Tenía la estrategia
de hacerme el romanticón, pero no me salió bien del todo y te quedaste dormida
antes de tiempo – le explicó mientras se colocaba el preservativo.
–Vale,
da igual. Tú céntrate en lo tuyo – le animó ella.
Él
colocó su polla a la entrada del cuerpo de Nakia y empujó levemente hacia
dentro. Nakia creía morir. Ella empezó a mover sus caderas cabalgando al ritmo
que le marcaba Álex. Le encantaba dejarse llevar en las relaciones sexuales,
que le guiasen. Eso no quitaba que en algún momento ella le indicase a su
amante que fuese más despacio, más suave, más rápido o más fuerte. Pero una vez
dada la indicación, le sumaba placer el hecho de ir a remolque de su pareja. No
así en otros aspectos de la vida, pero sí en los momentos de intimidad.
Álex
marcó los ritmos, más intensos, más suaves, más largos o más cortos. En el
fondo, deseaba disfrutar a Nakia. A fin de cuentas, fue él quién tomó la
iniciativa de acercarse a su habitación. Los movimientos se hicieron cada vez
más intensos, más salvajes y más brutales.
De
pronto, él dio un suspiro y se salió del cuerpo de Nakia. Se quitó el condón,
le hizo el nudo y se levantó para tirarlo en la papelera del baño. Regresó a la
cama.
–Ha
sido fantástico – dijo él mientras la abrazaba.
–Sí –
contestó ella – me ha faltado un puntito pero ha estado fenomenal.
– ¿Cómo?
– preguntó él. En ese momento, empezó a tocar el clítoris de Nakia de manera
descontrolada, en todas direcciones y con toda su fuerza. Metía los dedos
dentro de ella para lubricar la zona. Nakia efervescía. Ella cogió su pantalón
de pijama y se lo metió en la boca. Tenía que gritar pero no podía porque sus
amigos estaban en las habitaciones contiguas.
Finalmente,
gritó:
– ¡Ya!
Todo
ocurrió de una vez; el grito, el latigazo de placer y el chorrillo del
squirting. Ahora era el momento en que ella se sentía avergonzada, era como si
se hubiese orinado encima, pero sabía que eso el sumun del placer. Si no
alcanzaba ese momento, sabía que se había quedado a medias, que había más. Y
ella lo quería todo.
Así
que se levantó, fue al baño a por una toalla seca y la puso encima de la mancha
que había provocado en la sábana bajera. Álex le propuso ir a su dormitorio,
pero ya asomaba por la ventana la luz matinal.
Al día
siguiente, todo era búsqueda de contacto físico por parte de ambos, invadiendo
sus espacios personales. Ligeras caricias en la cara, en el cuello, se tocaban
las espaldas cuando estaban juntos, la cintura… Pequeñas complicidades en
pequeños gestos, miradas y algún beso furtivo.
Por la
tarde, después de recoger y ordenar la casa antes de marcharse, llegó la hora
de despedirse de todos. Abrazos y besos de amistad antes de subirse a los
coches y de despedirse hasta la próxima vez.
–Bueno,
me tendrás que dar tu número de móvil ¿no? Dímelo para que te haga una llamada
perdida y me guardas en contactos – casi ordenó él.
Nakia
así lo hizo. Durante el viaje de regreso, pensaba en todo lo acontecido. Se
preguntaba si solo habría sido un capricho de fin de semana, si realmente le
gustaba a Álex, si ella solo se había sorprendido por la novedad y lo
inesperado… Por otra parte, sentía que congeniaba mucho con él.
A eso
de las diez de la noche, Nakia recibió un mensaje de WhatsApp en el que Álex le
anunciaba que ya había llegado a casa. Entablaron conversación en ese momento.
A partir de ahí, empezaron una relación de amistad a través del WhatsApp, las redes sociales y las llamadas telefónicas.
Fragmento inspirado en la canción “Suplicando” del cantante malagueño Pablo López
Comentarios
Publicar un comentario
Expón tu comentario u opinión de manera constructiva y respetuosa. Gracias de antemano.