39. ¿En qué me ayuda a mí?
Cuando Nakia denunció por segunda vez a Marte, la derivaron al programa de
mujeres maltratadas JUNTO A TI. No entendía cómo habiendo sido archivada la
denuncia la destinaban a este programa. Bueno, le vendría bien.
Nakia estuvo ocho meses yendo todos los martes a que la psicóloga le
dijese:
—Sé firme y sé fuerte – le recomendaba la especialista.
— ¿Esto es lo que le sugieres a las víctimas de violencia de género? –
preguntó Nakia.
—No es lo mismo – respondió la experta.
—Legalmente no será lo mismo, pero a nivel psicológico los sentimientos de
dolor emocional, miedo por ti y por tus hijos, rabia, sufrimiento… ¿no son
iguales? – Inquirió Nakia – Mira. Yo no voy a venir más porque este programa a
mí no me está ayudando ni resolviendo nada. El psicólogo lo necesita él, no yo.
Él es quien no sabe gestionar su rabia y su ira, y es él quien tiene que
aprender a controlar sus impulsos y emociones negativas.
—Es que el programa no ha finalizado – le recordó la profesional.
—Ni lo voy a terminar. No me está sirviendo de nada, te acabo de decir. ¡Ah,
claro! ¿Qué pasa? ¿Os subvencionan por el número de víctimas que finalizan el
programa? ¿No soy la única que abandona a medio camino? Llevas ocho meses
diciéndome lo mismo y sin remediar ni alcanzar una solución. Me dijiste que el
programa duraría escasos cuatro meses. Mareáis la perdiz para justificar
vuestro chiringuito y decir que ayudáis a no sé cuántas mujeres maltratadas,
pero en realidad es todo palabrería abandonada en el aire – soltó Nakia – Os da
lo mismo ocho que ochenta.
Reanudó su discurso:
—Da igual lo que te cuente. Esto es un programa planificado:
Sesión 1: La comunicación.
Sesión 2: La escucha activa.
Sesión 3: La empatía.
Sesión 4: La asertividad… Llego, te echo el rollo sobre qué tal la semana y
tú me sueltas tu rollo preparado. ¿Te crees que si tengo enfrente de mí a un
tío con un cuchillo me voy a poner a ser asertiva y empática? ¡Vamos, hombre!
Bastante tengo con pensar cómo salir de la situación y sobrevivir – dijo Nakia
– Mira, yo sigo en las redes youtubers de defensa personal y me aportan más sus
vídeos de tres minutos que tus charlas. En una situación límite, intento
recordar las llaves de artes marciales para defenderme. No pienso en la escucha
activa ni en su puta madre. Con mi cuerpo tembloroso y muerta de miedo debo
mantenerme lo más fría posible para reaccionar ante los golpes y escapar. Estar
atenta y en alerta. Luchar. Con un tío agresivo no hay comunicación efectiva
que valga. Si la otra parte no está dispuesta a escuchar no hay nada que hacer
– se defendía Nakia.
Ella percibía que no la escuchaban.
—Este programa no lo entiendo. Supongo que a las mujeres víctimas de
violencia de género que, por lo que sea, conviven con su maltratador, es
posible que estas sesiones les ayuden. Cosa que dudo. No es mi caso. Lo mío son
encuentros esporádicos. Creo que quienes necesitan psicólogos son los agresores
y maltratadores. Ellos son quienes no están integrados y no saben convivir en
la sociedad. Nos ponéis el psicólogo a las víctimas. ¿Por qué? Mi salud mental
es estupenda. Un tío me pega y ya paso a ser “la pobrecita” de turno. ¡Que
vengan ellos y le soltáis el rollo de la empatía, el respeto y demás! Aplicad
programas de reinserción y rehabilitación aunque no pisen la cárcel. Así
evitaríais más víctimas. Una simple multa no sirve de nada– reclamaba Nakia
enérgicamente. Toda la energía que le faltaba cuando se cruzaba con él, le
sobraba con la mamarracha de la psicóloga.
A Nakia le faltaba el aire. Hablaba a una velocidad supersónica pero con
respiración entrecortada. Prosiguió:
— ¿Qué pensáis? ¿En qué me ayuda a mí que el ayuntamiento de turno pinte
los bancos de violeta? ¿En qué me ayuda a mí que lo discursos sean con el
“todas, todos, todes”? ¿En qué me ayuda que las feministas vistan de morado? ¿En
qué me ayuda a mí sus tuits? ¿En qué me ayuda a mí que viajen a Nueva York o a
Chile a implantar sus políticas? Mi maltratador está “su-el-to” y yo me tengo
que “es-con-der”. Ni la Justicia, ni ninguna consejería, ni los Servicios
Sociales, ni vuestro súper programa han resuelto nada. Os limitáis a decir: “Este
caso es de violencia de género, este no lo es. Este sí, este no”. Esperando el
momento de que haya otra víctima para aumentar vuestras estadísticas. Nos
queréis muertas para crear la necesidad de vuestro ministerio, a base del dolor
de las mujeres maltratadas, para posteriormente ofrecer un falso alivio. Cacareáis
como gallinas cluecas pero no solucionáis ni aportáis nada. Nos necesitáis para
mantener vuestros chiringuitos.
La psicóloga callaba en silencio. No porque analizase el comportamiento de
Nakia. No sabía qué responder. Generalmente, daba por hecho que las mujeres
maltratadas acudían a su consulta algo confusas, sumisas, inestables, con la
autoestima por los suelos… Eran fácilmente manipulables precisamente por su
vulnerabilidad. Asistían engañadas bajo la fantasía de que algo iba a cambiar
ese programa sus vidas. Las feministas actuales dan por sentado que las mujeres
son infantiles, dependientes, vulnerables y que necesitan de “ayuda externa”
para resolver sus problemas, ayuda del Estado, ayuda de terceros. El tema es
que realmente no son así. Por eso, Nakia pensaba que ella no era la única que
abandonaba el programa una vez iniciado. Seguro que más de una se daba cuenta
de cómo se guisaba el asunto. Una cosa es que las feministas nos pinten como
ellas quieren, y otra es que realmente lo seamos.
—Siempre con el mismo lamento de “no hemos llegado a tiempo” – dijo Nakia
imitando un gimoteo en tono burlesco - “Ni una más, ni una menos”, “nos
queremos vivas” – continuó en el mismo tono de lloriqueo infantil.
Nakia pensaba que todo aquello no servía para nada. Ocho meses yendo todos
los martes a que le dieran clases de valores y principios. Su maltratador
campaba a sus anchas. ¡Con todas las cosas pendientes que tenía ella por hacer!
Su trabajo, su familia, su casa, asistir a sus padres ya mayores… Menos mal que
las sesiones eran exactamente de cincuenta minutos porque había otras mujeres a
quienes atender en el proyecto. Nakia salía siempre de las sesiones con el
sentimiento de culpabilidad. Le hacían sentir culpable sin saber por qué. A
este programa asistió por una denuncia que interpuso y archivaron. ¡Vaya, para
ir a juicio no, pero para el chiringuito sí!
Al cabo de unos cinco meses de la segunda denuncia, puso la tercera.
Archivada. Le derivaron al programa MURUMAL (Mujeres Rurales Maltratadas). En
esta ocasión, el psicólogo iba a su casa. Mejor. Ventajas de la “ruralidad”. No
tenía que arreglarse, conducir, aparcar… y todo el acarreo de desplazarse a la
ciudad. La primera vez, bien. La segunda… El marido de Nakia se enfrentó al
psicólogo cuando éste insinuó que Nakia provocaba a su maltratador por el hecho
de salir a andar por su pueblo. Efectivamente, su marido se percató de que le
hacían sentirse culpable.
—Perdona ¿he oído que le has dicho a mi mujer que salir a hacer deporte por
el pueblo es provocar al gilipollas? – preguntó.
—No exactamente. Le he dicho, a modo de reflexión, que si se ha planteado
que esa actividad puede ser interpretada por su maltratador como una
provocación – aclaró el psicólogo.
— ¿Estamos tontos o qué? Ahora mismo te largas de mi casa. Mi mujer no tiene
que cuestionarse nada cuando sale a hacer deporte. El único planteamiento es si
llueve o hace sol. Si hay algún “chalao” en todo esto es él. Mi esposa bastante
tiene, por no decir “tenemos”, para aguantar encima esos comentarios como si
ella fuese culpable. Ya está en el programa JUNTO A TI que no sirve para nada y
no va a perder el tiempo en un segundo programa. Aquí no vuelvas – dijo
mientras abría la puerta de su casa y hacía ademán de salida con la mano.
Minutos después preguntó Nakia:
— ¿No se supone que el psicólogo era para mí?
— ¡Hasta los huevos estoy ya de sus programas y sus chiringuitos! Si
necesitan justificarlos, que se aprovechen de la desesperación y la inseguridad
de otra gente – indicó su marido - ¡Qué manera de hacer perder el tiempo y de
gastar las energías! ¡Qué le den la charla a él!
Así que al poco, con la excusa de que no disponía de tiempo en su agenda, Nakia
rehusó el programa JUNTO A TI y recuperó sus rutinas.
Estos programas no solo no le ayudaron a gestionar sus miedos hacia su
maltratador. Tampoco le enseñaron a gestionar sus emociones ante la sociedad,
su soledad.
—Recibo golpes emocionales a diario; cuando la gente me dice que no tengo
empatía con las mujeres maltratadas porque dos bofetones no son comparables a
un palizón, cuando le restan importancia a mi maltrato por no ser de género,
cuando me aconsejan que no airee mis trapos sucios, que no cuente mis
intimidades emocionales, que no exprese mis sentimientos, que esté quieta,
callada, sumisa y en silencio, que no me subleve, que me ponga en la piel de
“las demás”… Yo ya llevo mi piel; en invierno y en verano, para quedarme en
casa y para ir a trabajar - se lamentaba.
—Me dicen que hablo desde la ignorancia, el error y la equivocación porque
no leo fuentes veraces y fidedignas, que escucho información sesgada y
manipulada. No saben que yo hablo de hechos probados en un juicio. Ya se lo
demostré al juez en su momento. Y que cuando opino, opino basándome en mis
experiencias que sufro en mis propias carnes. Mi historia no me la ha contado
nadie, no la he escuchado en ningún programa de ningún medio y no la he leído
en ninguna parte – seguía de manera desconsolada.
—Gente que va de feminista pero peca en todo lo que predican. Su falta de
empatía, de sororidad, de respeto. Me maltratan emocionalmente porque mi
historia “real” no coincide con su “ideal” de feminismo. Opinan gratuitamente
en conversaciones de bares y vinos ignorando los moratones que hay debajo de un
vestido bonito y unas medias negras bien tupidas. No se plantean que su amiga,
hermana, vecina o compañera de trabajo charla alegremente, cerveza en mano, sonriendo
de cara a la galería y contando chistes a escasos dos metros de distancia –
pensaba apenada.
—Cuando alzo mi voz les incomoda, les pilla sin argumentos, les descoloca, les
molesta. No es el momento y les viene mal. Irrumpo en su zona de confort afectiva.
Desean hacer oídos sordos y mirar hacia otro lado. Imponen sus opiniones e
ideas como si fuesen dueños de la verdad más absoluta, sin darse cuenta que desde
el otro lado aprecio sus argumentos como facilones, absurdos pero tremendamente
hirientes – suspiraba con quejido.
—Y siento que desean que caiga al suelo para poder pisotearme y machacarme.
Ansiosos de que mis manos y mis pies se hundan en el fango para no poder
levantarme. Como una apestada oveja descarriada que se sale del redil borreguil
por no opinar a favor de su feminismo. Y dejarme abandonada, por desobediente y
por rebelde. Esa rebeldía que me falta frente a mi maltratador. Eso es lo que
me hacen sentir. Las que van de feministas creen que si no me he rebelado contra
un tío cuando tocaba, pierdo mi derecho a demostrar fortaleza o empoderamiento
ante ellas – percibía Nakia en los comentarios de la gente.
—Ya he hablado de todo. Sufrí la larga e interminable espera del angustioso
juicio, probé y demostré los hechos con pelos y señales, el miedo me persigue,
continúa existiendo desigualdad, mis hijos son adoctrinados en el centro
educativo por feministas verborreicas, el sistema falla por todos lados, la
sociedad no me comprende y las instituciones no sirven para nada – Nakia
intentaba convencerse a sí misma de que todo había pasado.
—Nunca podré cerrar esta etapa atormentada de mi vida. Siempre habrá gente
que me ofenda con su charlatanería ligera y gratuita. Siempre habrá quien me apuñale
el alma con su silencio. Siempre habrá quien me hiera quitándole importancia a
mi historia. Siempre habrá alguien que… - se decía a sí misma.
Solo había una persona por quien se sentía comprendida. Le escuchaba. No le
preguntaba por nada ni por nadie. Solo se focalizaba en escucharle a ella; sus
sentimientos, sus emociones, sus miedos, sus planes de huir a Honolulú o más
allá. La trataba como persona, no como madre, ni como esposa, ni como amiga… No
le achacaba ninguna culpa, ni ninguna responsabilidad. Siempre le hablaba de tú,
para ti, contigo: su interlocutor del cero veinticuatro.
Al cabo de un mes, Nakia no sabía qué emoticono poner en su estado de
Facebook. Necesitaba gritar a su comunidad cómo se sentía. Estaba indecisa en
la elección que le ofrecía la red social; triste, cansada, sobrepasada,
enojada, agotada, exhausta, desconsolada, decepcionada, agobiada, cabreada,
frustrada, herida, desanimada, ignorada… Todos estos sentimientos fueron
producidos por la traición y la mentira. Nakia acababa de recibir en su buzón
postal un informe desfavorable redactado por la psicóloga.
Se prometió una cosa: pasara lo que pasara, nunca más denunciaría.
Traicionada, abandonada y engañada por las instituciones. Una vez más. Como
siempre. De momento.
Relato inspirado en la
canción Invisible de Malú.
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