40. Fue por el calor

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Fue por el calor. Nakia estaba tendida en el sofá leyendo La Historia Interminable en francés. Necesitaba mejorar el idioma para su día a día. Vestía una camiseta roja de tirantes y un pantalón corto negro. Las aspas del ventilador oscilante giraban de manera rítmica a escasos tres metros de ella. Pasó la página y apareció una ilustración de Atreyu. Le recordó a Iván por su cabello de media melena.
Recordó su despedida con Iván. ¡Aquél poema tan bonito! Iván le cogió la mano y tiró de ella:
— ¡Vamos!
Echaron a correr por las calles de la ciudad andaluza hasta que llegaron a un paraje llano y pajizo donde el sol calentaba en exceso. En mitad del campo yacía un animal enorme con un ala malherida. Iván le acarició la herida e inmediatamente ésta se esfumó. El animal se levantó del suelo y empezó a agitar sus alas.
— ¡Sube! – alentó Iván ofreciéndole su mano como apoyo a Nakia.
Nakia subió a lomos del recuperado bicho e Iván montó detrás de ella. Azuzó a la bestia que elevó su vuelo.
— ¡Dios mío, nos vamos a caer! – gritó Nakia.
—No, yo te sujeto – le dijo Iván.
— ¡Nos vamos a caer juntos al vacío! – gritó Nakia entrando en pánico.
—No, yo te sujeto fuerte. Confía en mí – le repitió Iván.
Él le abrazaba con tal fuerza que ella sentía crujir sus huesos. Sentía una mezcla de agrado, dolor y nerviosismo. Los brazos de Iván le reconfortaban y protegían pero su fuerza era brutal. Al mismo tiempo, la posibilidad de caerse en bloque ambos al vacío le angustiaba.
El paisaje se fue tornando cada vez más abrupto. Montañas muy altas, con bosques infranqueables que no permitían el paso de la luz solar hacia el suelo húmedo y resbaladizo.
Vislumbraban seres salvajes por las empinadas pendientes, sorteando los peñascos. Las montañas mostraban afiladas paredes con accidentados e inaccesibles riscos.
—Nakia, relájate. Disfruta del paisaje – le susurró al oído. Su aliento suave detrás de la oreja le tranquilizaba, en parte. Pero seguía atemorizada.
— ¡Nos vamos a caer al vacío! – gritó ella.
—Tranquila. Yo domino a este bicharraco – comentó Iván con voz serena a la vez que cabalgaban a pelo sobre el lomo de aquel ser.
— ¿Quieres que bajemos a pasear por ese bosque? – sugirió Iván señalando un bosque inmensamente frondoso.
—Me da un poco de miedo pero vale – respondió Nakia ante la magnífica idea de pisar tierra firme.
—No temas. Vamos juntos – le recordó él.
Tomaron tierra y se adentraron en el bosque. Nakia entrelazó la mano de Iván. No quería perderse en un lugar desconocido. Las copas de los árboles eran tan espesas que las hojas sacudidas por la brisa emitían un sonido semejante a las olas del mar.
De vez en cuando, Nakia notaba caricias en su espalda y en sus brazos. Sentía como si una ligera fuerza le empujase hacia Iván. El tirante de su camiseta se le resbaló de su hombro y ella volvió a subírselo. Inmediatamente, sucedió lo mismo con el tirante del hombro contrario. En cuanto se lo recolocó, volvió a deslizarse el tirante inicial. Esta vez, con más fuerza. Vio cómo las ramas de un árbol intentaban desnudarla con suavidad.
—Iván, las ramas están vivas – dijo ella.
—Claro, los árboles son seres vivos – respondió él.
—Me refiero a que las ramas están intentando desnudarme – explicó.
—Mis ramas no. Tu amigo – respondió el árbol.
Ambos se quedaron perplejos. Iván se puso rojo como un tomate.
— ¿Yo? – Preguntó Iván – Yo no estoy haciendo nada.
—Lo estás deseando con tu pensamiento – respondió el árbol.
—Yo no estoy deseando nada. Estamos disfrutando del paseo – contradijo él.
—No mientas. Estáis en El Bosque de la Verdad. No debes mentir. Es más… - respondió el árbol empujándolos con sus ramas a abrazarse – estáis deseando abrazaros.
Los dos se quedaron entrelazados sin saber qué hacer. ¡Nakia no se lo podía creer! Estar abrazada con Iván era un sueño de toda la vida. Por otra parte, el árbol viviente le asustaba. Nunca había escuchado a un árbol hablar. ¿Le leía el pensamiento? Cuánto más intentaba poner su mente en blanco, más pensamientos sucios y vergonzosos venían a su mente.
—No te preocupes, Nakia – dijo el árbol – Leo las mentes, pero lo que realmente me gusta leer es el corazón.
Este comentario tranquilizó a Nakia pues sabía que, entonces, ambos solo podrían tener sentimientos bonitos.
— ¿Cómo te llamas? – preguntó Nakia.
—Branchy – contestó el árbol.
—Nosotros, Iván y Nakia – se presentó ella.
—Lo sé – respondió Branchy - ¿Queréis un poco de música?
—Bueno – asintió Iván.
Branchy comenzó a cantar con voz dulce y melodiosa. Ellos comenzaron a bailar.
Iván le tenía cogida por la cintura. Cada vez le abrazaba más fuerte. Nakia sentía un calor placentero en sus mejillas que se apoyaban en el cuello de Iván. Inhalaba intensamente oliendo su perfume.
—Me gusta cómo hueles – dijo ella.
De pronto, él la besó.
Un beso eterno, sin tapujos, sin peros, sin disimulo, sin pretextos.
Un beso sincero, libre, infinito, espontáneo, voluntario, desenfrenado y lento a la vez, silencioso.
Súbitamente, comenzó a llover. El agua aclaraba ligeramente sus pieles, exfoliando todas las impurezas.
—Os estoy quitando todas las cosas malas y feas de vuestros pensamientos – dijo Branchy.
—Yo no tengo pensamientos malos ni feos contra Iván – respondió Nakia.
—No es contra él, es contra ti misma. La vergüenza, la cobardía, la modestia, el exceso de responsabilidad, todo lo que te impide declararle tu amor a Iván – respondió Branchy.
—Bueno…amor… Más bien es cariño – aclaró Nakia.
—No. Es amor – respondió Branchy – del verdadero. También le estoy limpiando a él. Su complejo de inferioridad, su exceso de admiración hacia ti, la idea de que él no te va hacer feliz… Todas esas cositas que le impiden decirte que te quiere – continuó Branchy.
Iván estaba sonrojado a explotar, pero no decía nada. Simplemente, sujetaba a Nakia con todas sus fuerzas. Para que nadie se la arrebatase. Para que no escapara.
Él le acarició la mejilla y ella sujetó su mano.
—Perdona, te he despertado – se disculpó Álex.
—No pasa nada. ¿Qué hora es? – preguntó ella.
—Son las seis menos diez – respondió Álex – Te has quedado dormida.
—Sí, estaba leyendo y me he debido dormir – dijo ella.
— ¿Qué lees? – preguntó él.
—La Historia Interminable – respondió ella.
—Pues, no te lo termines – bromeó él.
— ¡Ojalá no hubiera terminado aquel sueño! – se lamentó ella en sus adentros. Y esbozó una espléndida sonrisa a Álex.
Relato inspirado en la canción Mon amour de Aitana y Zzoilo.

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