37. Las mariposas de aceite
Un día a finales de julio Nakia llevó a su madre a Urgencias pensando que
le estaba dando un golpe de calor. Cuando ingresó, el médico le explicó
claramente que ya no saldría de allí.
Fue un choque entre realidad y esperanza.
Realidad porque Nakia había apreciado el lento deterioro de su madre en los
últimos meses.
Esperanza porque siempre habían regresado a casa y pensó que esa visita al
hospital sería una más como las anteriores.
Estando en el lecho de muerte sus padres cumplieron cincuenta años de
casados.
—Mar, hoy es nuestro aniversario. Son nuestras bodas de oro ¿te acuerdas? –
preguntó el padre de Nakia, un hombre ya mayor con algunos despistes que
asomaban de vez en cuando a su cerebro.
—Rrrrr – respiró profundamente su madre con un ronquido rítmico causado por
la sedación.
—Dice que sí, que se acuerda – tradujo Nakia.
—Mira, me he puesto esta camisa ¿te gusta? – preguntó él.
—Rrrrr – volvió a respirar de nuevo.
—Dice que sí, que es muy bonita – aclaró Nakia.
Así continuaron unos diez minutos. Su padre formulando preguntas con
inocencia y esperanza. Su madre marcando el ritmo hacia la muerte con la
respiración. Nakia inventando una conversación bonita de una pareja todavía
juntos y enamorados cincuenta años después.
— ¡Vaya puta mierda de vida! – Pensó Nakia - ¡Joder! Los padres de Rosa se
embarcaron en un crucero por el Mediterráneo en febrero para celebrar sus bodas
de oro. Mi padre agarrándole la mano a mi madre en su lecho de muerte ¡Qué
injusto! Toda una vida unidos, amándose, siendo fieles y leales, uno al lado
del otro ¿y la vida les premia de esta manera? – se entristecía Nakia.
Los padres de Nakia la habían educado bajo la premisa de ser una persona
económica y emocionalmente independiente.
—No me dejes solo. Ahora es cuando más nos necesitamos – le dijo su padre a
su madre.
Ahí es cuando Nakia lo entendió. Por muy fieles y por mucho que se quieran
las parejas, en general, salvo excepciones en que ambos fallezcan a la vez por
un accidente, por ejemplo, uno se marchará antes que otro. Uno debe estar
emocionalmente preparado por si es el que sobrevive al otro. Esa soledad puede
durar años. Al final de la vida, cuando necesitas compañía, cariño y cuidados,
te quedarás solo. Lo decía George Clooney en la peli “Up in the air”: todos
nacemos y morimos solos.
A los pocos días, Mar falleció.
Cuatro días después del entierro, Nakia se marchó con su hija Jimena de
camping con sus amigos. A ojos de la sociedad no era lo más correcto. Nakia
sabía que si se quedaba en su casa caería en una profunda depresión. Necesitaba
estar con su gente y reír. Disfrutar de la naturaleza y salir de la monótona
rutina. Habían sido diez duros días de hospital. Cuando regresara a casa
estaría cansada del camping, del viaje, de la escapada..., no del hospital. Así
ocurrió.
—Mamá ¿en el camping nos vamos a acordar de la abuela? – preguntó Jimena
temerosa de olvidarla tan pronto.
—Claro que sí, hija. A la abuela no la vamos a olvidar nunca. Lo que pasa
que ella quiere que le recordemos con alegría. Por eso, desde el cielo, nos
enviará algún símbolo bonito para recordarla; un pájaro lindo, una mariposa
bella, una ardilla astuta, una estrella brillante, una flor aromática, una luna
enorme blanca… Momentos bonitos – respondió Nakia – Cuando veamos esas cosas,
sabremos que la abuela nos dice: “Hey, que estoy aquí”. Y nos acordaremos de
ella.
Al día siguiente, Nakia, Jimena y los demás comieron en la terraza de un
restaurante. Estaban finalizando los postres cuando Vanesa dijo:
— ¡Qué mariposa tan grande y tan bonita revoloteando en esa maceta de ahí
atrás! ¡Es preciosa!
Nakia y Jimena se sonrieron. La mariposa se posó en la parte superior de un
poste guardándose de estar fuera del alcance de los niños y observando la
situación que iba a acontecer.
Sergio se levantó. Golpeó unos toquecitos con una cucharilla sobre una copa
de cristal y anunció:
—Tenemos algo que deciros. Bea y yo nos casamos en septiembre.
Todo fueron vítores y aplausos. Nakia no se lo podía creer. La fecha era el
mismo día que su marido y ella cumplirían dieciocho años de casados. Sus bodas
de cuarzo según el resultado de búsqueda en Internet.
Nakia y su marido eran la típica pareja que no llegaba a fin de mes. No se
explicaban por qué trabajando los dos toda la vida, a partir del veinte de cada
mes empezaban a penar.
Ya no viajaban, no iban de vacaciones, salvo las quedadas con amigos, no se
regalaban nunca nada; ni catorces de febrero, ni Reyes Magos, ni cumpleaños…
Nada.
Alguna vez, cuando su marido iba al supermercado a hacer la compra semanal,
le traía una tableta de chocolate de algún sabor especial, o unos donuts
fondant… Como algo excepcional. Nakia era muy golosa y le encantaba el chocolate,
así que resultaba fácil darle una alegría de vez en cuando.
Nakia pensó:
— ¡Qué bien! Voy a poder celebrar mi aniversario de boda con mi gente y sin
costarme un duro.
La mariposa revoloteó por encima de la mesa.
— ¡Mira! Hasta la mariposa se ha puesto contenta – expresó Vanesa.
Nakia se regodeó en el agradable pensamiento de que esa mariposa era su
madre diciéndole:
—Hija, yo no pude celebrar mis bodas de oro pero tú vas a celebrar tu
aniversario con tu gente, como a ti te gusta, y sin tener que preocuparte por
nada porque todo te lo van a dar hecho.
La alegría fue inmensa para Nakia. El resto del verano no hacía otra cosa
que pensar en aquel momento que estaba por llegar. Dieciocho años después
volvían a estar todos juntos. Los mismos. De boda en boda. Aquel día llegó y
todos disfrutaron.
En el puente de noviembre de ese mismo año, Nakia y sus amigos quedaron
como siempre para ir a una casa rural.
La mañana del uno de noviembre, César encendió una especie de velitas.
Contó que eran mariposas de aceite, una tradición andaluza que consistía en
encender esas lamparillas los días de Todos los Santos y Difuntos para iluminar
a las posibles almas que están en el Purgatorio hacia la luz.
César encendió tantas mariposas de aceite como difuntos a los que quería
honrar. Nakia recordó a su madre, a Eva y a Juanfra, especialmente.
A continuación, desayunaron en la terraza de la casa contemplando los
animales de la finca.
— ¡Mira, qué mariposa tan grande y tan bonita! – Exclamó Vanesa - ¡qué raro
verlas en esta época del año!
Nakia y Jimena se miraron y sonrieron.
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