13. El delicioso momento de la siesta

Se dice que la personalidad y el carácter se forman gracias a la educación y a los genes heredados de los progenitores.

Guillermo fue un bebé muy extrovertido. Desde el principio. No extrañaba a nadie. Se dejaba coger por todo el mundo; abuelos, tíos, amigos de Nakia, el pediatra, la monitora de la guardería… No lloraba. Al contrario, intentaba echar mano de las gafas de los adultos, acariciar las barbas, y observaba ojiplático rasgos característicos de las personas.

Los bebés no deben ser etiquetados. ¿Sabes por qué? Porque ya se encargarán los demás.

Cuando cursó Educación Infantil, empezó a espabilar. Fue época de celebraciones de cumpleaños, salidas al parque y de alguna actividad extraescolar. Nakia escuchaba algunos comentarios que hacían las madres de la clase, las que se encontraban en el parque con sus hijos y las madres que llevaban a sus pequeños a las extraescolares. Los comentarios eran del tipo:

—Guillermo es muy malo. Se porta muy mal – decía una.

—No, mujer, no es malo. Es un niño. Es inquieto – comentaba otra al percatarse de la presencia de Nakia.

—Sí, un poco revoltoso. Es normal en estas edades – manifestaba otra para restar importancia al comportamiento de Guillermo.

—Claro, tan pequeños, son traviesos – declaraba otra para no encararse con Nakia que, como madre de la criatura, debería estar dolida e indignada.

Nakia hacía oídos sordos como si nada. Solo ella conocía la dulzura y el cariño de Guillermo. Esos comentarios eran lanzados al aire. No se atrevían a decírselo directamente a la cara. Eran cobardes por si Nakia, como madre, sacaba las garras cual leona enfurecida y se producía un enfrentamiento. Soltaban indirectas. Hablaban entre ellas alzando la voz en un tono suficiente para ser escuchadas. ¿Quiénes eran ellas para herir de ese modo los sentimientos de Nakia, invadiendo sus emociones, manchando la pureza de su amor materno-filial? Lo único que pretendían era hundirla y humillarla, culpándola de mala madre.

¿Qué mal habían hecho Nakia o Guillermo para que la gente se comportase así?

Después continuó el período de la Educación Primaria. La cosa empeoró porque el espabilo era más notorio hasta que, en Secundaria, se convirtió en lo que los adultos denominan chulería, prepotencia y descaro.

A veces, Nakia intentaba justificar, aclarar o desmentir ciertas actitudes o hechos. Sin embargo, la única forma de eximir a Guillermo de culpabilidad era no estando en la situación. Siempre que su hijo estuviese presente en un lugar o momento de una situación negativa, él iba a ser el culpable. Efecto Pigmalión.

Llegó un punto en el que Nakia decidió no gastar energía. Simplemente, callar.

Esto de la educación de los hijos es como la eterna batalla hombre-mujer o trabajador-empresario. Ni contigo ni sin ti.

Los padres que tienen niños buenos y obedientes piensan que es porque ellos los han educado muy bien.

—El mío, solo con la mirada, ya sabe que debe obedecer – escuchaba, en ocasiones, a algunos padres.

Por el contrario, los progenitores que tienen niños malos y desobedientes piensan que es porque “les han salido” así. Por supuesto, son reprochados con miradas por los padres de los “obedientes”. Miradas en las que se puede leer claramente:

—Eres incapaz de educar a tu hijo.

Personas que hacen comentarios de cómo debes educar a tus hijos. Ellos sí saben. Tú no. Ellos son especialistas y expertos. Tú no tienes ni pajolera idea. Ellos dan por sentado que sus circunstancias y las tuyas son las mismas. Con la diferencia de que ellos trabajan de ocho a tres, y tú en horario comercial. Ellos van andando a su empresa mientras tú conduces doscientos kilómetros a diario entre ida y vuelta. Por eso, cuando te dicen que debes dedicar más tiempo a la educación de tu hijo, te ves obligado a justificar en qué empleas tu tiempo, ése que no te sobra. La gente ve la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el suyo (Lucas 6, 41-42, de la Sagrada Biblia, más o menos, no literal). Las críticas destructivas caían como una losa en el corazón de Nakia.

—Los demás tienen más que callar. Se creen que sus hijos son muy educaditos. ¡Habría que verlos a solas con sus amigos en la calle! Guillermo siempre va de frente. Es honesto y sincero – reflexionaba Nakia.

Guillermo fue expulsado del instituto en más de una ocasión. A lo largo de un curso escolar, lo expulsaban tres o cuatro veces un par de días a su casa. El motivo siempre era el mismo, el comportamiento.

—Es muy chulito, un descarado, un atrevido y un insolente – le acusaba su tutor cuando se reunía con Nakia – Siempre está contestando a todo lo que dicen los profesores, ralentiza las clases porque siempre está rematando lo que hablan los demás, sean profesores o compañeros. Debe atender y escuchar.

Nakia le enseñaba a Guillermo:

—Guillermo, hijo, al instituto se va a estudiar y aprender. No se va a hacer amigos ni a ir de guay. Amigos, tienes los que tienes. Tus amigos del pueblo, los amigos de la ciudad, del fútbol, quienes tú eliges por tu voluntad. Los compañeros de clase son compañeros de clase, y los profesores son profesores. No son tus colegas. Así que respeta, escucha, atiende y calla. Ya está. Pasa lo más desapercibido posible.

En una ocasión, era un puente cuyo festivo cayó en martes. Guillermo no había hecho todas las tareas. Nakia le regañó:

— ¡Guillermo! ¡No has hecho la tarea en todo el fin de semana! Has tenido cuatro días y me dices el martes a las ocho de la tarde que tienes que hacer un trabajo de Lengua para entregar mañana miércoles. ¿No te das cuenta de que no puedes dejar las cosas para el último momento? Has estado todo el fin de semana tocándote las narices. ¡Ponte ahora mismo a hacer el trabajo!

Esta conversación no tendría mayor relevancia si no fuese porque el viernes anterior se habían examinado de Matemáticas. El miércoles, al incorporarse a la semana lectiva, uno de sus compañeros preguntó al profesor de dicha asignatura:

—Don Rigoberto ¿ha corregido los exámenes de Matemáticas?

—No, no me ha dado tiempo – contestó el profesor.

—Pues has tenido todo el puente para corregir – añadió Guillermo.

Claro, para Nakia, Guillermo era su amado hijo. Para el profe de mates era un niñato de mierda que no iba a decirle cómo ni cuándo realizar su trabajo. Así que le abrió un parte:

—Ya sabes, Guillermo. Cada tres partes, una expulsión a casa.

Nakia construyó un pequeño caparazón en su alma para no escuchar a tanto listillo. Todo el mundo tenía a un cuñado profesor, una hermana psicóloga o un primo pedagogo. Este hecho les otorgaba el permiso a opinar libremente, por supuesto.

En realidad, Guillermo no insultaba, no era irrespetuoso. Era muy cariñoso, inocente, noble, sincero y bondadoso. Nakia disfrutaba de sus abrazos y sonrisas. Se daban amor mutuo. Dar y recibir. Del uno al otro y del otro al uno. Madre e hijo.

Nakia estaba convencida de que su hijo era un incomprendido. Nadie sabía que Guillermo había presenciado, hasta en dos ocasiones, como Marte maltrataba a su madre delante de nueve personas que no movieron un dedo por ayudarla. No eran extraños, eran los padres de sus compañeros de clase, que él creía amigos. Él vio cómo su madre, la figura más fuerte, representativa y significativa para un niño, era abofeteada y caía al suelo. Sintió que su castillo, su fortaleza, su refugio se derrumbaba. Su inocencia se truncó al descubrir que, no se debe pegar, pero cualquiera con dos manos y dos piernas lo puede hacer. Él descubrió que su madre era débil y vulnerable, que su madre lloraba y temblaba de miedo. Estaba sola. Su padre no estaba allí. Se dio cuenta de que los adultos no son buenos. Se pegan entre ellos, se hacen los suecos, se quedan mirando en las peleas y se traicionan.

Guillermo se sentía desprotegido porque los adultos son igual que los niños. Van a la ley del más fuerte. El fuerte contra el débil, el pez grande que se come al chico. Su madre no era la fuerte ni el pez grande. 

Nadie comprendía a Guillermo. El problema era la envidia, siempre la envidia. Mayores celosos de niños espabilaos. Adultos inseguros e indecisos que envidian a niños resueltos y decididos. Niños con personalidad y espíritu emprendedor frente a adultos dependientes del “qué dirán”, sometidos a un jefe en su ámbito laboral, sin iniciativa, sin proactividad, a obedecer sin rechistar, sometidos laboralmente. Por eso, exigen esa obediencia sumisa y ciega a los chavales, tachándolos de rebeldes e indisciplinados cuando atisban el mínimo gesto de contradicción y desacato a sus órdenes.  Adolescentes que creen tener claro el control de sus vidas, guiados por adultos que no saben ni ellos mismos cuáles son sus metas y sus expectativas propias. Adultos que libran batallas internas sin resolver y descargan contra quienes tienen el alma tranquila en su ingenuidad.

Guillermo estaba confuso porque tenía profesores empáticos que les comprendían y trataban a los alumnos con más colegueo, pero también tenía profesores que los tachaban de niñatos.

Nakia los agrupaba en profesores vocacionales y no vocacionales. Lo percibía en la reunión de padres de inicio de curso. Los vocacionales hablaban con ilusión, entusiasmo, actitud positiva, reclamando feedback en la comunicación, expresándose de manera verbal y gestual. Explicaban de manera comprensiva los contenidos, se curraban las sesiones a base de actividades, juegos, ejemplos y ejercicios, resolvían dudas y repetían la explicación hasta asegurarse de que el alumnado había comprendido. Empatizaban con los chavales. Eran los profesores favoritos.

Los no vocacionales se limitaban a impartir contenidos sin importarle si el alumnado lo entendía o no, procuraban no insistir en una aclaración para no demorarse en el temario, y acudían a su trabajo con la sensación de estar perdiendo el tiempo enseñando a niñatos inútiles, malcriados y consentidos. Por otra parte, disfrutaban de la prepotencia de tener su puesto de trabajo seguro, despreocupados del futuro de esa pandilla de mocosos hormonados cuya única preocupación es el ocio y la diversión.

Nakia pensó que en la etapa de la secundaria esa fama de malote desaparecería. Se equivocó. Dice el refrán: “Cría fama y échate a dormir”. Había llegado el delicioso momento de la siesta. Ese momento del día en que uno descansa para poder continuar más tarde con la jornada hasta que llega la noche y regresa el tiempo de relax.

Así es la vida. Cría fama. Existe una etapa inicial en la que uno se rebela tratando de hacerle ver a los demás que no es cierta esa fama. Da igual, siempre cargarás con esa etiqueta, con ese sambenito. Y cuando veas que ya no puedes luchar contra tu grupo de convivencia, contra la sociedad, entonces, échate a dormir. No discutas, no te esfuerces en explicar. Simplemente, deja la situación pasar. Descansa. Solo el tiempo te dará la razón y pondrá a cada cual en su sitio. Después, podrás continuar tu vida como si nada hubiese sucedido.

Guillermo sacaba buenas notas. Así que se presentó a un concurso de matemáticas quedando ganador en su provincia. De ahí, se presentó al campeonato regional donde también quedó vencedor. Los profesores empezaron a sentirse orgullosos. Era el alumno predilecto, aventajado y ejemplar. Los comentarios de las madres adquirían un tono de orgullo:

—Mi fulanita es amiga de Guillermo.

—Mi menganito va a clase con Guillermo.

—Mi zutanito es amigo de Guillermo desde los cuatro años.

—¡¿Peeeeerdona?! ¡¿Amigos?! – se preguntaba Nakia mentalmente.

Lo de siempre. En las buenas, todo el mundo se engancha al carro.

Finalmente, por edad y por la educación que recibía de sus padres, Guillermo fue madurando hasta convertirse en una persona cívica, un tío noble, con personalidad muy definida, seguro de sí mismo, coherente con sus principios y valores, generoso y solidario.

Ahora, sus compañeros contaban travesuras anecdóticas y graciosas recordando lo malote que fue de chaval. Entonces, confesaban que fueron coprotagonistas y partícipes de la mayoría de las historietas y fechorías. El culpable siempre fue Guillermo.

Guillermo tiene carisma de líder. Es el cabecilla, el jefe, el organizador, el administrador de los grupos de WhatsApp, el echao p’alante y el de la voz cantante. El puto amo allá donde va, ¡la leche! En todos los ambientes; es el delegado de la clase, el jefe del departamento, el gerente de la empresa, el líder de la pandilla de amigos y el presidente de la comunidad de vecinos.

Es el que saluda un buenos días al entrar en un establecimiento, el que te cede el paso sujetando la puerta en un ascensor, el que se ofrece a llevarte en coche si te cruzas en su camino, el que deja colarte en la caja de un supermercado si ve que solo llevas un artículo, el que te invita a un café porque hace tiempo que no os veis, el amigo que te llama el día de tu cumple, el vecino que sonríe cada vez que te lo encuentras, el jefe que te da la enhorabuena por tus logros, el que nunca se queja, el que se acuerda de tu nombre, el compañero de curro que te espera para desayunar juntos, el que pide perdón cuando se equivoca, el que te escucha, el que se preocupa por ti, el que te agradece un favor, el que da ejemplo de vida. Un tío dispuesto y resuelto.

Guillermo es el típico que queda el sábado por la mañana para ir en bici con un colega. Por la tarde queda con su novia para ir al cine. El domingo por la mañana sale con una amiga a tomar cañas y por la tarde queda con su novia a tomar café. Lo hace porque cuando le surge un plan, toma decisiones de con quién queda, cuándo y dónde. Vive la vida disfrutando de su gente. Sobre la marcha. Improvisando. Con valentía. Tiene personalidad, planes, metas, proyectos e ideas.

Sus compañeros, los “obedientes”, se han convertido en individuos sumisos que cuando llega el fin de semana se apoltronan en el sofá de casa a chupar tele. Justificándose en si hace frío o calor para salir. Da igual. Tienen la personalidad de un mosquito. No improvisan porque dependen de alguien que les diga lo que tienen que hacer. El plan se lo deben dar hecho. No piensan por sí solos. Prefieren que les manden.

Guillermo se convirtió en un hombre muy popular y querido por mucha gente.

Nakia era consciente de toda la hipocresía de alrededor. Guillermo también. La descubrió con ocho años.

Querido lector, cuando estés agobiado sintiendo que el mundo está en tu contra y no sirve de nada luchar, para, descansa, deja transcurrir y saborea el delicioso momento de la siesta. El tiempo se encarga del resto.

Relato inspirado en la canción “Tu enemigo” de los cantantes Pablo López y Juanes.

“La tolerancia es el fundamento de vivir en paz y entendiendo que en el mundo somos diferentes. El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de que dispone el ser humano” (Vídeo: “Tu enemigo”) 

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