31. Imagínate que...

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Nakia se encontraba con sus amigos andaluces en el patio de una casa rural preparando unas migas.

—Nakia, pon algo de música, porfi – le pidió Iván.

—Vale. Tengo mi playlist de Spotify de Maluma – respondió ella.

— ¡Venga ya! No me digas que te gusta esa mierda – añadió Dani.

— ¡Eh, un respeto! De mierda nada. Maluma es la caña – defendió ella - Lo que pasa es que vosotros os habéis quedado, musicalmente hablando, anclados en los ochenta y no habéis evolucionado.

—Sí. El reggaetón es lo más avanzado de la música. Lo más machista que existe, resulta que ahora es lo más evolucionado – agregó Carlos.

—Buenoooo… Ya empezamos otra vez con el discurso chochonazi – presintió Nakia.

— ¿Por qué le tienes tanta manía al feminismo? – preguntó Iván.

—No. No te confundas, Iván. Respeto a las feministas que luchan por nuestros derechos, pero no a las mamarrachas que dicen lo que tengo que pensar, opinar o sentir – aclaró Nakia.

— ¿A qué te refieres? – preguntó Iván.

—Me refiero al hecho de criticar géneros musicales como el reggaetón. Prohibir en las fiestas o verbenas de los pueblos las canciones que “ellas” consideran machistas. A mí me gustan los hombres que son un puntito canallas – respondió Nakia guiñándole un ojo a Iván y esbozando una sonrisa ligeramente torcida.

— ¡Ay, pillina! Te va la marcha – insinuó él.

—A veces sí – contestó ella – pero solo en mis fantasías.

—A ver, si te gusta un tío canalla te gusta en tus sueños y en la realidad ¿no? – preguntó Iván.

—No, no tiene por qué. Te explico. Imagínate que me gustas por la realidad que percibo de ti; eres inteligente emocional e intelectualmente, eres divertido, eres educado, me gusta compartir tiempo contigo y me gusta cómo eres, en general, e incluso afirmaría que un eres un chico normal. Y yo, en mi deseo de gustarte, fantaseo: ‘Ojalá le gustase a Iván y un día, estando en su cocina, me cogiese repentinamente por la cintura, me apretara contra él, me besase metiéndome la lengua hasta la tráquea, me arrancase la blusa, me lanzase encima del sofá del comedor, se abalanzara sobre mí y me embistiese en plan salvaje’ – describió ella.

—Joder, Nakia. Me pongo malo de pensarlo – confesó él con una amplia sonrisa.

—Ahora, supón que se lo comento a Ruth, ella te cuenta este pensamiento y tú ves la oportunidad de conquistarme provocando una escena que, a priori, me agrada – prosiguió ella – Es muy probable que, si ese momento sucediera así, yo te hiciese una cobra y te diese un guantazo, como mínimo.

— ¡Anda! ¿Por qué? – preguntó Iván.

—Muy sencillo. Porque en mi fantasía soy yo quien decide que seas salvaje y apasionado. Decido el momento, el lugar y las circunstancias. Sin embargo, en la escena real serías tú quien hubiera decidido ser apasionado y yo sentiría que invades mi espacio físico personal y mi espacio emocional. Me sentiría “atacada” o “abordada”– aclaró ella.

—Está bien saberlo por si un día me da el punto de lanzarme a por ti – bromeó Iván.

—Lo mismo pasa en el caso contrario, desde la perspectiva del romanticismo. Imagina que yo sueño: ‘Ojalá le gustase a Iván y un día estuviésemos viendo la tele en su sofá, arropados bajo una manta, entrelazase su mano con la mía, me acariciase la mejilla, me besara el cuello, deslizara sus manos por debajo de mi ropa e hiciéramos el amor suavemente y despacio en el sofá’ – narró ella – Pues tampoco se ajustaría a la realidad – insistió ella.

—Joder, ni para una cosa ni para la otra. ¡Qué tiquismiquis! – se quejó Iván sonriendo.

—Claro. Lo cierto es que si esa situación se diese en la realidad, para empezar, tengo cosquillas, así que no hago otra cosa que reírme y dar espasmos. Además, tengo michelines, celulitis y las tetas caídas. Yo en mis fantasías estoy buenorra y cañón. Así que, como tengo muchos complejos, tendría que ser algo de “poco a poco”. Sobre todo si es con alguien que me gusta para una relación sentimental. Si es un tío de “aquí te pillo, aquí te mato” me da un poco igual, pues es probable que no me lo vuelva a tropezar en la vida. Así que la escena imaginada por mí no coincidiría con la situación real.

— ¡Ah, vale! O sea, que si te quiero conquistar debe ser poco a poco – reafirmó él para asegurarse de que lo había entendido bien.

—Efectivamente – respondió ella.

— ¿Y esto qué tiene que ver con las chochonazis? – preguntó Dani.

—Pues que ellas no tienen que decirme si debo escuchar a Alejandro Sanz y Pablo López por cantar canciones románticas y no a Maluma o Daddy Yankee porque son machistas, en su opinión. En mis sueños me gustan los tipos fuertes, duros, canallas y malotes. En mi vida real, los prefiero lejos. Pero es que no voy a fantasear con Homer Simpson ¡no te jode! – gruñó Nakia – Como persona inteligente, sé que una película no es real, un libro tampoco es real y una canción, tampoco. Partiendo de la base de que sé distinguir la “ficción” de la realidad, pues sí, me gustan estos géneros musicales modernos. No soy una mujer sumisa porque me guste Maluma. Y si lo fuese ¿qué? Unas veces me gusta ser sumisa y otras veces dominante ¿qué tiene de malo?– preguntó Nakia.

—Visto así… - dijo Iván. Él no se sentía cómodo hablando de feminismo, sexo y sentimientos con Nakia por su exceso de sinceridad. Ella no tenía medida cuando hablaba con él. Por una parte, le encantaba esa sinceridad extrema, pero por otra, él no sabía qué ni cómo responder. Nakia era la única mujer con la que tenía ese tipo de conversaciones, sin tapujos, sin tabúes, y le costaba abrirse a esas conversaciones tan desnudas. Con el resto de mujeres de su entorno, Iván mantenía conversaciones más superficiales.

—La conclusión de todo esto, no es que a mí me guste o me deje de gustar el reggaetón, no. Es que le gusta a millones de personas. Petan los conciertos. Sus vídeos reciben millones de visualizaciones y “me gustas”. Pasa lo mismo con las reggaetoneras. Nos identificamos con ellas como empoderadas, malotas y dominantes. A la gente, le va la caña, en sus sueños. Va en la naturaleza del ser humano. Negarlo es engañarse a nosotros mismos como sociedad. Y a las feminazis les revienta que nos guste, que vayamos a conciertos, que bailemos en las fiestas y discotecas el twerking y el perreo… Por eso, lo prohíben en las verbenas de los pueblos y nos tachan de sumisas y a ellos de machistas – sermoneó Nakia – porque no seguimos “su” línea. Ellas no pueden obligarnos a qué pensar y qué sentir. Pueden prohibir que nos expresemos libremente. De ahí que nos quieran hacer creer esta guerra de hombres contra mujeres. Pero no nos pueden prohibir pensar, pensar limpio o pensar sucio. Porque la realidad es que los hombres y las mujeres se atraen. Incluso, en las relaciones entre el mismo sexo, existe el ritual del flirteo y la seducción – finalizó su discurso.

—Bueno, Iván, ¿quieres que ponga La mataré de Loquillo y los Trogloditas? – Preguntó ella – “Uuuhhh, solo quiero que una vez, uuuhhh, algo le haga conmover, uuuhhh, que no la encuentre jamás o sé que la matarééé” – canturreó Nakia al mismo tiempo que simulaba tocar la batería.

—“Tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte, hasta que digas sí, hasta que digas sí, hasta que digas sí, sí, sí, hasta que digas sí” – siguió cantando Nakia – Esta es de Los Ronaldos.

—O la de “Y si te vuelvo a ver pintar un corazón de tiza en la pared, te voy a dar una paliza por haber escrito mi nombre dentro”. A mí me encantaba Radio Futura – dijo Nakia – ¡Maaaaadre mía! Me podréis decir que no os gusta el reggaetón y que preferís la música de los ochenta, pero utilizad otro argumento que no sea el de las letras machistas. En vistas del repertorio de una década y otra, voy a poner Felices los 4. Será machista pero más moderna – sentenció Nakia.

Y se puso a hacer scroll en el Spotify de su móvil.

Relato inspirado en la canción Dura de Daddy Yankee.

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