20. Latidos
Había transcurrido unos siete meses desde que Nakia empezó su relación presencial con Álex.
Un
viernes por la tarde se presentó en casa de Nakia. Esta vez se quedaría quince
días más o menos. Entonces le dio la noticia.
—Nakia,
mi empresa ha decidido cambiarme de puesto y seguramente tenga que trasladarme
a París. Seguiré teletrabajando pero habrá días que deba ir a la oficina y es
mejor si vivo allí – le explicó él.
—¿No
puedes vivir aquí y volar a Francia cuando te toque? – preguntó ella.
—Va
a resultar un poco estresante de esa manera. Ten en cuenta que ahora vivo a
caballo entre tu ciudad de origen y la ciudad andaluza. Si a eso le sumo tener
que viajar a París, puf, no sé, es un poco caótico siquiera el pensarlo –
contestó él - ¿Por qué no te vienes conmigo? – planteó Álex.
—Y
¿qué se me ha perdido a mí en París? – preguntó ella.
—Yo.
¿Te parece poco? – sugirió él.
—No
sé. No estaba en mis planes. Yo también tengo que hacer acto de presencia en mi
empresa de vez en cuando. Vamos, cuando me lo requieren – se justificó Nakia.
—Ya,
pero en ese caso solo tú volarías a tu ciudad de origen. El resto del tiempo
estaríamos los dos juntos en París, la ciudad del “amol” – remató la frase con
cierto tono burlesco, sonriendo y abriendo los ojos simulando deseo.
—Y
¿si estando allí nos enfadamos? – planteó ella.
—Regresas
a aquí igualmente – resolvió él – No es una decisión de por vida. Es temporal.
De momento, para dos años – aclaró Álex.
—Ains,
no sé. Allí no tengo amigas, ni conozco a nadie – gimoteó ella.
—Nakia,
yo deseo estar contigo. Al mismo tiempo, es una oportunidad laboral excelente
para mí. Es el momento ideal para estar juntos, los dos solos, en París. De ahí
podemos hacer escapadas a otros lugares de Europa – le incitaba Álex.
—¿Cuándo
tienes que empezar? – preguntó Nakia.
—En
un mes a lo más tardar. Me quedo aquí quince días, luego bajo a la ciudad
andaluza otros quince días para ir rematando cosillas y entonces partiré –
explicó él – Yo había pensado que, si decides venirte, puedes ir rematando tus
cosas estas dos semanas, te bajas conmigo las dos semanas siguientes y nos
marchamos juntos. La empresa me ha alquilado un piso amueblado. Solo tenemos
que llevar nuestra ropa, nuestros dispositivos electrónicos y poco más. No tenemos
que hacer una mudanza de muebles.
Nakia
dudaba. En realidad se habían conocido un fin de semana, de ahí estuvieron
cuatro meses a base de mensajes, videollamadas y demás, y apenas siete meses
viviendo a caballo entre sus dos ciudades. Además, a Nakia le encantaba ir a la
ciudad andaluza por Álex y por su cuadrilla de amigos. Irse a París implicaba
compartir mucho más tiempo con Álex. Por una parte, así lo deseaba, pero por
otra, sentía que necesitaba su espacio, salir con sus amigos y amigas y hacer las
actividades que a ella le gustaban.
—No
sé qué decirte Álex. Me pilla tan de improviso… - manifestó ella.
—Nakia,
es nuestro momento. Estaremos juntos todo el día en nuestro piso. Saldremos a
patear las calles de París, podemos viajar por Europa, conoceré gente nueva en
mi trabajo y podremos hacer planes con ellos, seguiremos con nuestros amigos
andaluces con las videollamadas, podemos venir cuando queramos. Solo estaremos
separados los días que tú tengas que venir a currar a tu empresa – planificaba
él - será una etapa diferente en nuestras vidas, pero una etapa juntos.
¡Todo
esto era tan rápido para Nakia! Pero ella sabía que sí, que la vida son etapas
y que la vida cambia en un instante. Además, ella estaba feliz con Álex. ¡Se
sentía tan a gusto, tan comprendida y tan amada! ¿Cómo iba a dejar que se fuese
dos años lejos de ella?
Transcurrió
la quincena a base de trabajo, preparativos para abandonar la casa en perfectas
condiciones y planificación del viaje. Se despidió de toda su gente, dejando
abiertas invitaciones para que fuesen a las tierras gabachas de visita.
Bajaron
a la ciudad andaluza las dos semanas siguientes. Allí estuvo ayudando a Álex
con los preparativos del viaje.
Un
día quedó con Iván a tomar cañas. Pidieron una cerveza cada uno acompañadas de
unos calamares como tapa. Iván le preguntó:
—Nakia,
¿qué tal lleváis los preparativos del viaje?
—Bien.
En realidad, hay poco que arreglar. Es hacer las maletas y llevarnos algunos
bártulos. Todo lo demás, al ser un piso amueblado, no le falta de nada. Tampoco
nos lo llevamos todo. Por ejemplo, algunas cosas como las sábanas y las toallas
las dejamos aquí para las veces que vengamos – aclaró ella.
—Toma,
léelo – Iván le entregó una carta manuscrita – Es el poema “El fruto de la
bendición” de Pedro Antonio de Alarcón. Lo he copiado a mano porque sé que te
gusta mi letra, y por los tiempos de antaño cuando nos carteábamos.
—¿Quieres
que lo lea aquí delante de ti? – preguntó Nakia.
—Sí
– respondió él.
—¿En
voz alta o en voz baja? – preguntó ella
—En
voz baja. No hace falta que se entere todo el bar – contestó riendo.
—Jilón
– se refirió ella con cariño – me refiero que si quieres que lo lea en voz alta
para que sepas por dónde voy o si lo leo para mis adentros.
—Como
tú prefieras – zanjó él.
—Vale
– contestó ella bajando su mirada hacia el folio desplegado.
Nakia
comenzó a leer la carta mentalmente:
“Querida Nakia:
Te copio este poema porque cada vez
que lo leo pienso en ti.
‘El fruto de la bendición’ de Pedro
Antonio de Alarcón
‘¡Cuántas veces fugaz la Primavera
vistió de flores mil el campo abierto,
hora tornado en árido desierto,
ni sombra ya de lo que en Mayo fuera!
En tanto aquella flor, la flor primera,
logro de afanes en cerrado huerto,
ve trocada el colono en fruto cierto,
de árboles mil semilla duradera.
¡Así la juventud! ¡Así la vida!
La que en vanos placeres se consume,
olvidada a la tarde desfallece:
en tanto que la fiel y recogida
que a un solo amor consagra su perfume,
más allá de la tumba reverdece.’
Nakia, para mí, eres primavera. Eres
aire fresco, alegría y color en mi vida. Eres mi mejor amiga. Eres juventud. Me
recuerdas los tiempos de antaño y me haces sentir vivo y joven otra vez.
No añado más porque el poema lo dice
todo.
Te echaré de menos. Sabes que las
videollamadas no son igual que abrazarte cada vez que bajas a aquí.
Con todo mi cariño
Iván”
Nakia
había notado los ojos de Iván clavados en ella mientras leía. Intentó no
ponerse roja ni proyectar ninguna expresión facial que delatara todo el cariño
que sentía por él. A veces, no sabía distinguir si era amistad o algo más los
sentimientos hacia Iván. No quería que él los detectara.
—¡Vaya!
No sabía que tenías esta afición a leer poesía – indagó ella.
—No
leo poesía. En concreto este poema es especial – explicó él – ¿recuerdas una
vez que estábamos la pandilla en la azotea de la casa rural de un municipio
andaluz, unos recostados y tumbados sobre otros? Tú tenías tu cabeza apoyada en
mi pecho y yo te acariciaba el pelo. César estaba recitando este poema. Por eso
me encanta leerlo. Me acuerdo de ti, de ese instante.
—¡Ah,
sí! – contestó Nakia.
Nakia
no se lo podía creer. Ese momento también fue inolvidable para ella.
—Pues
te voy a confesar una cosa, Iván – reveló ella poniéndose colorada – aunque me
da un poco de vergüenza. En muchas ocasiones, recuerdo aquel rato de una manera
intensa. Tenía apoyada la cabeza en tu pecho y, cada vez que hablabas, yo
giraba la cabeza para mirarte y escuchaba latir tu corazón. Para mí, fue el
momento más emotivo, más tierno y más inolvidable junto a ti. Las noches de
insomnio en que no puedo conciliar el sueño, solo tengo que evocar ese momento
y, en dos minutos, me quedo dormida recordando tus latidos y el calor de tus
manos acariciando mi cabello.
Iván
le sonrió; con los labios y con la mirada. Sus ojos reflejaban un brillo
particular. ¿Quizá también él sentía ese cariño tan especial por Nakia?
—Venga,
no nos pongamos ñoños. Si vas a volver en unos meses. El tiempo pasa rápido –
le dijo él mientras con la mano agitaba el hombro derecho de Nakia como si
tratase de despertarla de un sueño.
Siguieron
hablando de otros temas y Nakia regresó a casa de Álex.
—¿Qué
tal las cañas con Iván? – se interesó Álex.
—Bien,
como no puede ser de otro modo – contestó ella – ¡Jo! Voy a echar de menos a mi
gente.
Y
extendió los brazos para achuchar y dejarse abrazar por Álex.
—Ya
está todo listo. Mañana a las seis de la mañana tenemos que estar en el
aeropuerto. Tenemos que salir con tiempo. Vamos a ser muy felices, te lo
aseguro.
Y
la besó.
Relato inspirado en la canción Hay
amores de Shakira
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