47. El precio de la ambición
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Nakia bajó a la ciudad andaluza.
—Iván, el martes tengo una entrevista de trabajo ¿Puedo
dormir en tu casa del lunes al martes? Es por no llegar tarde. La entrevista es
a las doce de mediodía, pero no me gusta apurar el tiempo. Prefiero prevenir
imprevistos – dijo Nakia.
—Claro, no hay problema. De hecho, el lunes por la noche
trabajo, así que puedes dormir en mi cama a pierna suelta – contestó él.
Por aquel entonces, Iván vivía solo en un pequeño estudio
en pleno centro de la ciudad.
Nakia llegó el lunes a media tarde. Saludó a Iván,
uniformado y listo para marcharse a trabajar ¡Qué guapísimo estaba!
Iván le prestó un juego de llaves. Nakia salió a dar una
vuelta y a cenar. Le gustaba pasear por el corazón de la ciudad, aprovechando
la oportunidad que la vida le daba. Refrescaba un poco. Era principios de
otoño. Regresó a casa de Iván a dormir.
Las sábanas estaban limpias, pero olían a él. Su aroma le
evocaba a los pocos momentos que sus cuerpos habiendo estado cerca, invadiendo
sus espacios personales. El calor del edredón, su fragancia a suavizante y sus
propios meñiques entrelazados para imaginarse que dormía junto a él, hicieron
el resto para caer en un profundo y plácido sueño en pocos minutos.
El silbido de la cafetera italiana le despertó.
—Buenos días – saludó ella sonriendo.
—Buenos días. Estoy preparando el desayuno – dijo él
-¿quieres café? – preguntó.
Iván era muy cafetero. Ella no tanto, pero el aroma del
café también le recordaba siempre a él.
—Sí, gracias – aceptó ella.
—También estoy tostando pan y triturando tomate – le
explicó. Nakia sabía que Iván conocía sus gustos. Agradeció con una sonrisa el
detalle de prepararle un suculento desayuno.
—¿A qué hora tienes la entrevista? – preguntó Iván.
—Tarde. A las
doce. Podía haber venido directamente en coche, pero no me gusta apurar al
último momento, por si acaso… de esta manera me ducho tranquila, me maquillo,
me preparo…
—Perfecto. Necesito dormir un ratillo. Yo libro hoy
martes y mañana miércoles Aprovecharé a dormir algo mientras te preparas y vas
a la entrevista. Te esperaré para comer – dijo él.
—Ok, vale. ¿me abrirás la puerta o me llevo las llaves
que me dejaste ayer? – preguntó ella.
—Llévatelas por si acaso…— sugirió él.
Llegó a la empresa un cuarto de hora antes de la hora
acordada.
—Me gustan las chicas que son puntuales. Así tendremos
unos minutos más para la entrevista – dijo el tipo. Era un chico joven, guapo y
trajeado.
Nakia se había preparado concienzudamente para ese
momento. Había pagado a un coach en Internet, durante seis sesiones de
videollamada, preparando todo tipo de preguntas y respuestas. Nada podía
fallar.
La entrevista fue viento en popa. Estaba segura de que la
seleccionarían a ella. Como en el cuento de “la lechera”, ya se veía viviendo y
currando en la ciudad andaluza.
—Tu perfil me encanta. Encajas perfectamente para el
puesto – le confesó el entrevistador – Ahora tendrás que hacer algo para
diferenciarte de las demás – añadió.
Nakia pensaba muy rápido. Fue el consejo estrella de su
coach: “piensa rápido y muestra seguridad”. Era lo que habían entrenado. ¿A qué
se refería el tipo con “diferenciarse de las demás”?
—¿Se refiere a mis logros económicos, cartera de
clientes o proyectos finalizados? – preguntó ignorante.
De pronto, oyó un “clac”. Se giró y le dio tiempo a ver
cómo el tipo, que andorreaba por la oficina, había echado la llave desde
dentro.
—Me refiero a que todas me dan o me hacen algo especial,
diferente, para decidir quién es la mejor – susurró el hombre a su oído, sorprendiéndole
por la espalda mientras estrujaba los pechos de Nakia por encima de la ropa.
Nakia recordaba esta clase de escenas como una chorrada
del porno para darle algo de argumento a esas pelis. Jamás pensó que eso podía
suceder en la realidad. Es decir, vale que el tío se podía hinchar a ver porno,
pero ¿de verdad creía que las candidatas iban a acceder a sus caprichos
sexuales felizmente como si estuvieran en una peli porno?
En ese centrifugado de pensamientos se dio cuenta de que
sí. Allí estaba ella encerrada en una oficina siendo manoseada por un tipo
trajeado cuyo paquete, a la altura de la cara de Nakia, empezaba a abultar.
Ella, con tono sensual y susurrando preguntó:
—Si me seleccionas… ¿vamos a tener sexo todos los días
aquí en la oficina?
—Claro que sí. Follaremos como locos a cada rato, te
lameré tu coño mojado, me comerás mi polla súper dura, te masajearé entera por
donde quieras… - se ilusionó él.
—¡Pues va a ser que no! – interrumpió Nakia con un tono
tajante, levantándose súbitamente y aporreando la puerta para ser escuchada
desde fuera. El corazón le latía a mil por hora.
—¡Vale, vale! Ya te abro – dijo el tipo recuperando su
tono normal de la entrevista y abriendo la puerta – No olvides tu bolso, zorra
– mientras le señalaba el bolso colgado en el respaldo de la silla.
Nakia cogió su bolso y se marchó.
Iván estaba en la kitchenette cocinando un revuelto de
verduras cuando Nakia abrió la puerta, entró como un torbellino y se arrojó
sobre la cama a llorar.
—¿Es por la entrevista o te ha pasado algo? – preguntó
Iván anonadado.
—Por la puta entrevista. Déjame – lloriqueó ella.
—Intuyo que no se ha dado bien – advirtió él.
—No intuyas nada. Déjame – insistió ella de nuevo.
—Nakia, habrá otras entrevistas. No se acaba el mundo –
intentó animarla él.
—¿Otras entrevistas? Si son como esta no quiero más –
protestó ella.
—¿Qué ha pasado? Si se puede saber… - preguntó
intrigado.
—Iván, de verdad, no quiero hablar – aclaró ella.
—Vale, pues no hablemos. La comida está lista. Podemos
comer. ¿O tampoco te apetece? – preguntó.
—Sí. Perdona. Es que estoy indignada.
Se sentaron frente a frente a comer. Sin hablar. De vez
en cuando, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Iván se las secaba con
sus pulgares. Ella no levantaba su mirada del plato.
—Aunque creas que se te ha dado mal, a lo mejor te llaman
– dijo Iván tratando de darle esperanza.
Nakia le lanzó una mirada fulminante que él no entendió.
—Si me llaman, tengo que decir que no – contestó ella.
—¿Cómo que tienes que decir que no? No lo entiendo ¿Por
qué? – preguntó él.
—Porque además de empleada, busca una puta ¿lo pillas? – contestó
bajando la mirada de nuevo. ¿Qué iba a pensar ahora Iván sobre ella?
—Sí, lo pillo. ¿Te ha hecho algo? – preguntó extremando
la prudencia en su tono.
Nakia no sabía qué contestarle. Si decía que no, estaría
mintiendo. Si decía que sí, tendría que explicarle.
—No sé qué decirte, Iván. Prefiero que no me preguntes.
No quiero entrar en detalles.
—Me preocupas con esa respuesta – dijo él.
—Ya, bueno – se echó a llorar de nuevo.
Iván se levantó de la mesa y se acercó a abrazarla.
Entonces, aferrada a él, sin mirarle, y sintiendo las caricias en su pelo, le
contó lo sucedido.
—Habrá más entrevistas y no serán como ésta – dijo él
besándola en la frente. Tengo un plan. Como yo libro hoy y mañana y tú has
hecho tu mierda de entrevista, te puedes quedar esta noche y salimos por ahí
¿Te hace que vayamos esta tarde a una tetería? Una tila, al menos… necesitas –
propuso él.
—Vale, me gusta la idea – aceptó ella.
Después de comer fueron a una tetería. Por el camino,
Iván le cogió la mano, como si fuesen novios. Ella le correspondió. Existía
mucha complicidad entre ellos. La mesa donde les sirvieron los tés era una mesa
baja. Ellos estaban sentados sobre una alfombra, entre cojines y, aprovechando
el rincón de una esquina, apoyaban sus espaldas sobre la pared y se
acurrucaban. Tan cerca, sintiendo el calor de los alientos al hablar y al
respirar, y el olor de los perfumes de sus cuellos. A Nakia le encantaba ese
derecho a roce que Iván le concedía. Era como siempre se imaginaba con él,
abrazada, acurrucada, acariciada, besada… Nunca se imaginaba ni habían tenido
una escena en plan sexo salvaje o, simplemente, sexo. Fantaseaba con él en el
cine, en un bar charlando alegremente, paseando con las manos entrelazadas,
acurrucados bajo la manta viendo una peli en el sofá… Nakia pensaba que eso era
la extrema intimidad. No tanto el hecho de estar desnuda ante un hombre, sino
sentirse protegida, a salvo, en casa, sentirse una misma en el otro. Eso solo
lo tenía con Iván. Después de una tarde de tés, bares, risas y confidencias,
regresaron a casa.
—Supongo que me toca sofá – se medio quejó él.
—Entonces, ¿para
qué tienes una cama matrimonial? ¿Nunca la compartes? – preguntó ella
guiñándole un ojo.
—La verdad que no. No la comparto porque no tengo con
quién compartirla – dijo él. No quería que Nakia pensara que él era un donjuán
que se acostaba con unas y con otras. Solo tenía ojos y deseos para ella.
—Bueno, hoy sí podemos compartir – invitó ella.
—¡Qué picarona! Pero sí, cabemos de sobra - bromeó él
retirando el edredón para meterse dentro.
—Dame tu meñique – le pidió Nakia a la vez que lo
entrelazaba con el suyo – Así dormimos juntos – explicó ella.
No era la primera vez. Cada uno se acostaba en su lado de
la cama. Luego se buscaban, se arrimaban y se abrazaban.
—En mi próxima vida seré tu chica – afirmó ella.
—Ya lo eres en esta – pensó él.
La besó en la frente y durmieron.
Relato inspirado en la canción Carita de buena de
Efecto Pasillo.
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