10. Paseos, cines y cervezas
Era viernes. Nakia acababa de levantarse de la siesta hacía unos diez minutos. Sonó el timbre de la puerta. Bajó a abrir. Álex estaba delante de sus ojos. Ella gritó y se abalanzó sobre él. Le abrazó fuerte hasta crujirle los huesos. Él la besó. Un beso infinitamente deseado como inesperado. Ella no le hizo la cobra, pero Álex notó que no estaba cómoda.
— ¡Uy! ¿Qué pasa? Has
gritado de alegría al verme ¿no? – preguntó Álex.
—Sí, si estoy pletórica
de que vengas a visitarme – contestó ella.
— ¿Entonces? – preguntó
de nuevo.
—No sé. Han pasado casi
cuatro meses desde que nos conocimos y me ha dado como algo de vergüenza –
contestó ella.
En seguida cambió la
conversación invitándole a entrar en la casa y acomodarse.
Dejaron el equipaje en
el dormitorio. Álex cogió a Nakia por la cintura y la atrajo hacia sí,
besándola de nuevo. Nakia finalizó el beso.
— ¿Qué te pasa? –
preguntó él.
—Nada. Es que yo
prefiero ir más despacio. No sé, hablar. Preguntarte por qué has venido,
planificar el fin de semana, si vamos a salir a algún sitio... Yo que sé. Pero
llegas y te pones a besarme después de casi cuatro meses sin vernos, y
habiéndonos conocido solo un fin de semana… Pues no sé, me resulta raro –
explicó ella.
—Joder, Nakia. No es
tan difícil de entender. Me gustaste, lo sabes. Llevamos casi cuatro meses
hablando todos los días por el Facebook, por el WhatsApp y videollamándonos.
Tenía unas ganas locas de verte y de comerte. Este fin de semana que podía
venir, conduzco mogollón de kilómetros y ¿ahora me dices que no estás segura? –
le interpeló él.
—Tío, Álex. Segura ¿de
qué? A ver, que solamente hemos estado juntos dos días y, si me apuras, se
puede incluso reducir a un rato – continuó ella.
— ¿Me lo estás diciendo
en serio? - cuestionó él – Mira, dímelo
claro. Si quieres me marcho por donde he venido.
—No, hombre. No te
pongas así de exagerado. Simplemente estoy en casa tranquila y apareces, de
pronto, avasallándome – aclaró ella.
—Ah, vale. Pues nada,
me quedaré entonces en plan amigo. Eah, has perdido tu tren, ya está –
sentenció él.
—Hey, ¡no seas injusto!
Solo porque no vaya a tu ritmo no significa que no quiera estar contigo, o que
no esté contenta de verte, o lo que sea. Significa eso, que llevamos ritmos
distintos. No creo que sea mucho pedir que vayas un poco más despacio – se
justificó ella.
—Vale, que sí, que has
perdido tu tren. La oportunidad pasa una sola vez en la vida y no se le puede
pedir al tren que pase dos veces – afirmó Álex de manera muy rotunda.
Le brillaban los ojos
como si fuesen a desencadenar en llanto. Nakia no sabía si esas lágrimas eran
por tristeza, por rabia o por decepción.
— ¿Por qué no? ¿Eso
quién lo dice? Los trenes pasan por las estaciones una y otra vez, lo hacen a
diario. Así que, si ves a tu maquinista, le dices de mi parte que no se puede cruzar
las estaciones a toda velocidad esperando a que las pasajeras se lancen al tren
a lo loco. Dile que hay viajeras que preferimos que el tren se detenga en la
estación, asegurarnos de que es el correcto para subirnos, acomodarnos en él y
disfrutar del resto del viaje. La próxima vez que pase, que lo haga más despacio.
Y en una cosa llevas razón, si el maquinista no quiere volver, esperaré otro
tren. Te digo más, a lo mejor no tengo ni que viajar en tren ¿sabes? Estar sola
en la vida es otra opción – Nakia se asustaba al oírse.
¿Estaban discutiendo?
¿Estaban rompiendo? – se preguntaba a sí misma porque estaba confusa. Le
asustaba la idea de perder a Álex.
—Bueno, si le veo se lo
diré – le tranquilizó él añadiendo una sonrisa y abrazándola - ¿Salimos a tomar
algo?
La tarde transcurrió
con éxito. Hablaron de todo. Se conocían muy bien. Llevaban casi cuatro meses
hablando a diario, de todo. De sus gustos, de música y, principalmente, de su
día a día. Esto era lo que les había hecho conocerse realmente, contarse las
pequeñas cosas de cada día. El éxito de la tarde radicó en los pequeños
detalles; miradas, manos entrelazadas, abrazos, besos y caricias. Además de
otros detalles caballerosos que Álex tenía hacia ella.
Llegó la hora de
dormir. Ambos eran conscientes de lo que iba a suceder. Lo deseaban, querían
estar juntos. Ya en la cama, él la abrazó, empezó a besarla y deslizó sus manos
por debajo del pijama deshaciéndose en caricias y tocamientos.
Ella se derretía. Este
chico la ponía burraca. Sentía un poco de remordimiento por la pequeña discusión
a su llegada. Consideraba que, quizás, había sido un poco injusta. Él solo
quería estar con ella, de lo contrario, tampoco se habría hecho un viaje ¿solo
para follar? Bueno, es posible que sí. Pero el hecho de que haya mantenido una
relación diaria a base de tecnología, también le otorgaba a Álex cierto mérito,
aunque sea por la paciencia y perseverancia en el intento.
—A mí este tío me gusta
y me lo voy a devorar – pensó para sus adentros.
—Oye, Álex ¿a ti te han
atado alguna vez en la cama para dejarte hacer? – preguntó ella despacio como
en un tono de prudencia.
—Para ciertos juegos sí
hay que tener más confianza ¿no? – respondió él.
—No me refiero a atarte
fuerte, si no a simular que estás atado. Tengo lazos de tela. El bucle del nudo
lo dejamos suficientemente holgado para que puedas soltarte cuando quieras. La
gracia del juego está en que tú no te sueltes, aunque puedes hacerlo en
cualquier momento ¿Qué te parece? – sugirió ella
—Siendo así, podemos
probar – sonrió él.
—Vale, pues a partir de
este momento, no hagas nada – ordenó ella en un susurro.
Empezó a desnudar a
Álex a la vez que le acariciaba y le besaba. Ella también se desnudó. Nakia
sacó del cajón de la mesita de noche cinco lazos anchos de tela suave. Ató las
manos de Álex al cabecero de la cama y los tobillos al piecero. En realidad no
le ató. Ató los lazos dejando bucles amplios e introdujo por ahí sus manos y
sus pies. Se dispuso a vendarle los ojos con el quinto lazo cuando Álex la
detuvo en su acción:
— ¡Eso no! – le pidió
él de manera contundente.
— ¿Por qué? Le da mucho
más morbo – tentó ella
—Eso son palabras
mayores, Nakia. Yo confío en ti plenamente, pero ¿cómo sé que no coges el móvil
y me grabas? Tendría que soltarme y quitarme la venda o fiarme de ti. Prefiero
estar sin venda y de vez en cuando abrir los ojos. Estaré mucho más relajado
sin la venda – afirmó él.
—Sin problema. Cierra
los ojos entonces y disfruta.
Álex obedeció. Cerró
los ojos y empezó a sentir las manos y la lengua de Nakia recorriendo todo su
cuerpo. Comenzó a besarle en la boca al mismo tiempo que le acariciaba el pelo.
Siguió por los lóbulos de las orejas y el cuello. Fue bajando por los
pectorales y el abdomen hasta llegar a su zona genital. Nakia apretaba su
lengua y sus labios contra el cuerpo de Álex quien creía reventar. Ella le
masturbaba con las manos al mismo tiempo. De vez en cuando, Álex se removía
sobre sí mismo. Disfrutando del placer que le proporcionaba Nakia y de la
tortura de simular estar atado, con los ojos cerrados para aumentar el placer
con la incertidumbre y la sorpresa.
—Álex, si te hago una
mamada ¿me garantizas que no te corres en mi boca? – preguntó ella.
—Puf, no lo sé. En
principio, creo que controlo bastante, pero estoy que exploto y garantizarlo…
No te lo puedo asegurar – contestó él algo dudoso.
—Intenta no correrte.
Tampoco hagas embestidas. Relájate y no te muevas – pidió ella.
Arrimó sus labios y
empezó a dar besitos suaves en el glande. A continuación, sacó la lengua y
empezó a lamerlo girándola en círculos. Luego, abrió más la boca haciendo
recorridos más largos, succionando y atrapando el pene entre su lengua y el
cielo de la boca. El glande ya le rozaba la campanilla. Los movimientos iban
siendo más intensos y los recorridos iban siendo más completos, desde la punta
hasta el final, de arriba abajo, las succiones cada vez más fuertes.
—Nakia, me voy a correr
– le advirtió él.
—No – interrumpió ella
—Nakia, ¡quítate, no
sigas! – levantó un poco más el tono de voz.
Casi inmediatamente de
un salto, Nakia se sentó encima de él e introdujo su pene en la vagina. Movió
sus caderas despacio a modo de cabalgada. De vez en cuando paraba y con su
vagina succionaba el pene de Álex como en una mezcla de ejercicios de Kegel y
sexo tántrico.
Mentalmente, ella contaba
muy despacito:
— Uno, dos, tres,
cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez – contrayendo su vagina en cada
número.
— ¡Ostias, sí! ¡Sigue!
– pidió él.
Nakia obedeció
repitiendo ese juego con la vagina varias veces.
Ella siguió encima de
él, follando y besándole. La intensidad y la fuerza, in crescendo.
—Nakia, me tengo que
correr. Para ya – suplicó él.
—No quiero – bromeó
ella
—Tía, ¡que me corro! –
dijo él
Ella levantó sus
caderas liberando a Álex de ese placer inmenso. Él continuaba atado a la cama
expulsando semen. Nakia se colocó encima de Álex frotando sus tetas por la zona
púbica para sentir ese calor. Se restregó el semen por sus tetas y se colocó
junto a Álex abrazándole. Él se soltó de los lazos y le correspondió en el
abrazo.
Álex estaba pensativo.
Realmente, estaba enamorado de esta chica. Además del buen rato que acababan de
pasar, había algo en ella que era diferente de todas las demás. Él había tenido
muchas novietas o amantes o rollos o como cada lector lo quiera denominar. La
relación que más duró fue de ocho meses. La media era de cuatro o cinco. Con
Nakia llevaba casi cuatro meses hablándose todos los días. Con la reacción y conversación
de esa tarde se había asustado un poco pensando que Nakia ya le estaba dando
puerta. Por otra parte, al ser una relación a distancia podía no contarse esos
meses y ser casi una relación desde cero. Fuera como fuese, ella tenía algo
distinto. No sabía el qué.
Al día siguiente,
desayunando Álex le sorprendió:
—Nakia, ayer estuve
hablando con el maquinista – le dijo sonriendo haciendo mención a la metáfora
del día anterior.
—Ah, ¿Sí? ¿Qué te dijo?
– preguntó ella con una mirada temerosa. Se le pasó por el pensamiento que Álex
le dejase después de la noche de pasión. Un polvo y adiós.
—Dice que ayer a las
dos de la mañana pasó con el tren por la estación y te abalanzaste sobre él
como una posesa endemoniada y le dejaste K.O. Que casi lo matas del gusto.
Nakia rio — ¡ja, ja,
ja, qué tontaco eres cuando quieres! Dile que es que le vi venir y me preparé
para el gran asalto.
— ¿Hacemos algún plan
para hoy? – preguntó él.
—No había pensado nada,
como no me avisaste de que ibas a venir… – dijo ella
—Cuando bajes a la
ciudad andaluza podemos hacer rutas en bici. O la próxima vez que venga me
traigo la mía – sugirió él.
—No sé montar en bici –
le rectificó ella
—Pues aprendes. Yo te
enseño – se ofreció él.
—Álex, en el caso de
que aprendiese a montar en bici, sería un lastre para ti. Podríamos ir en plan
paseo si quieres, pero no en plan deportivo – especificó ella.
—Tengo una piragua.
Podemos ir a algún sitio a hacer piragüismo – dijo él.
—Tampoco sé nadar. Si
algún día aprendiese sería por necesidad. La idea de nadar en un sitio natural,
sea mar, lago o río, sin que pise suelo o tenga una pared donde agarrarme, no
me hace gracia. Lógicamente, la idea de practicar una actividad en la que me
pueda caer al agua, queda eliminada de mi pensamiento – dijo ella
—Algo tendremos que hacer juntos ¿no? Además de
salir a tomar cervezas o ir al cine – preguntó él.
— ¿Y quién dice que las
parejas tengan que realizar actividades juntos? Yo quiero ser yo. Y tú tienes
que ser tú. Yo no quiero impresionarte o conquistarte haciendo cosas que no me
gustan o no me llaman la atención. No sé nadar y no sé montar en bici, pero es
que tampoco quiero aprender solo para darte gusto a ti, sabiendo que nunca voy
a llegar a tu nivel. Al final, ninguno disfrutaríamos de esos paseos. Yo,
porque es algo que no me llama la atención y solo lo haría por agradarte a ti.
Tú, reducirías tu ritmo habitual para agradarme a mí haciéndome creer que estoy
a tu nivel. No, Álex. Búscate gente, amigos, una asociación o algo a quienes sí
les gusten esas actividades y las disfrutéis. Yo prefiero esperarte en casa o
hacer algo que a mí me guste. ¿No te das cuenta que yo solo quiero estar
contigo? Solo te pido abrazos, besos, caricias, miradas, complicidades. Solo te
pido que estés. Solo te pido que seas mi compañero en la vida. No te pido que
seas mi príncipe azul, ni mi héroe, ni mi media naranja, ni que me prometas la
luna ni el cielo. Soy una tía normal que quiere a su lado a un tío normal – le
sermoneó Nakia.
—Todo esto ¿se lo tengo
que transmitir al maquinista? – bromeó él.
—Por supuesto. Al
maquinista me lo quiero ligar. Pero es que entre la bici, la piragua y lanzarme
a los trenes en marcha, me exige demasiado deporte. Claro, por eso él está tan
buenorro – le sonrió ella con la mirada.
El sábado estuvieron
visitando la zona. Fueron con el coche a distintos pueblos a pasear y a
“turistear”.
Por la noche,
regresaron a casa.
—Álex, quizás ayer puse
el listón muy alto…
— ¡Ya lo creo que lo
pusiste alto! – interrumpió él bromeando.
—…y te has creado unas
expectativas que no son – continuó ella – A ver, me refiero que no puedo estar
así todas las noches.
— ¡Oh, qué pena! ¡Ya me
había hecho tantas ilusiones! – contestó en tono jocoso.
Hicieron el amor
intensa y apasionadamente y después se abrazaron.
Ella estaba acostada de
espaldas a él. Él le puso la mano en la cintura. Ella la cogió y le incitó:
—Ponla aquí en mi
barriguita.
— ¡Con lo que me gusta
a mí esta barriguita! – dijo Álex al tiempo que estrujaba ligeramente la
tripita de Nakia
—Esta barriguita me
recuerda que fui madre y, de momento, tampoco pienso quitármela – respondió
Nakia en un tono más ahogado.
—Ni yo te he pedido que
lo hagas – le recordó él.
Álex sabía que Nakia
estaba de vuelta. Ella había tenido marido e hijos. Eso era lo que diferenciaba
a Nakia del resto de sus amantes. No el hecho de haber formado una familia, el
hecho de que ella no le exigía a Álex nada que ella tampoco estaría dispuesta a
hacer. No le pedía sacrificios, no le pedía grandes expectativas. Lo había
dejado claro aquella mañana. Nada de tratar de impresionar, ni tratar de ser lo
que no se es. Ella deseaba estabilidad emocional, serenidad y seguridad. Eso
que ella buscaba, era precisamente lo que le aportaba a él.
Álex era más activo y
más pasional. Siempre había tratado de impresionar a las chicas, de ser un tío
cortés y caballeroso, un buen deportista y un buen amante. En realidad es que lo
era, tampoco lo había pretendido. El problema estaba en ellas, por eso Nakia
era distinta. Ellas sí querían hacer rutas en bici, y sí querían hacer rutas
con la piragua… al principio. Cuando transcurrían los meses, esas salidas
dejaban de gustarles. Les empezaba a molestar, a aburrir y a cansar salir casi
todos los fines de semana a hacer deporte, si no era en sábado, en domingo. Levantarse
a una hora determinada, preparar picnic o bocatas, estar tres o cuatro horas
fuera, y regresar cansadas y sudadas. Si alguna noche Álex no quería sexo
(raro, pero posible), ellas empezaban con el numerito de “es que ya no te
gusto” o “es que ya no me quieres” y Álex accedía para no decepcionarlas.
Nakia no pedía nada. O
sí. Pedía besos, caricias y abrazos. Cosas fáciles de cumplir. No era
complicada. Era una tía normal.
El domingo lo pasaron
tranquilos en casa ya que por la tarde Álex tenía que conducir de regreso.
—Nakia, el maquinista
suicida te va a hacer una propuesta. Atenta. He pensado que como los dos
teletrabajamos, podríamos vivir juntos. No del todo, de que uno se mude a casa
del otro. Podrías bajar quince días a la ciudad andaluza y luego subir yo
quince días aquí. También dependiendo un poco de lo que nos exijan de
presencialidad en el trabajo. Te lo propongo por no estar a base de mensajes y
llamadas y vernos cada casi cuatro meses. Así estaríamos juntos más tiempo. Si
te parece bien.
La cabeza de Nakia le
decía que era demasiado pronto, pero su corazón latía de alegría. Ella ya sabía
que la vida te cambia en un minuto y había que vivirla.
—Este tren no lo voy a
dejar escapar – respondió ella. Se besaron.
Así fue como empezó a
vivir con Álex.
Cuando él subía a casa
de Nakia, hacía lo mismo que cuando estaba en la ciudad andaluza, salvo que compartía
ratos en casa con ella, paseos, cines, y cervezas.
Cuando ella bajaba a la
ciudad andaluza, hacía lo mismo que en su ciudad de origen. Salvo que en lugar
de quedar con sus amigas de barrio o de colegio, quedaba con sus amigos
andaluces, compartiendo ratos en casa, paseos, cines y cervezas con Álex.
Hasta que, al cabo de
siete meses, Álex le dio la noticia.
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