25. La barbacoa

Eran las tres de la tarde de un mediodía cualquiera cuando Guillermo llegó del instituto.

— ¿Qué tal hoy el insti? – preguntó Nakia.

— ¡Buah! Hoy ha venido una tía de una asociación a darnos una charla de la Igualdad de Género. ¡Vaya rollo! Siempre nos ponen vídeos como que los hombres somos villanos. El vídeo de hoy iba de unas parejas celebrando una barbacoa. Ellos hacían comentarios del tipo: “Fulanita, ¡tráeme una cerveza!” o “Chicas, ¿está lista la comida?”. Cuando ha terminado el vídeo le he dicho a la ponente que eso era mentira – explicó Guillermo.

— ¿Y qué te ha dicho ella? ¿Por qué has dicho que es mentira? – interrogó Nakia.

—Le he dicho que cuando vamos de barbacoa o a casas rurales con los amigos de mis padres, son los tíos quienes guisan en el fuego. Y en casa es papá quien cocina las comidas y cenas – argumentó Guillermo.

 —Pero tú ¿para qué contradices a un adulto? – exclamó Nakia enojada – ¡Estoy harta de decirte que no contradigas a los adultos!

—Ya, pero es que no es verdad lo que sale en los vídeos que nos ponen. Siempre son como que los hombres somos malos, vagos y tontos – se quejó Guillermo.

—Lo sé. Sin embargo, te tengo dicho que cuando os den charlas sobre la igualdad de género, el racismo, el cambio climático y todos esos temitas, te calles. Tú, simplemente, escucha y calla. Si te preguntan, les das la razón a lo que ellas digan o lo que quieran oír, y ya. No crees debate, porque no lo va a haber. Ellas siempre van a ganar – zanjó Nakia.

— ¡No es justo! ¡Eso que dicen no es verdad! – reclamó Guillermo.

Efectivamente, en una discusión entre un profesional adulto y un “niñato adolescente” ¿quién va a ganar? Exacto.

Guillermo siguió contando:

—Espera que no he terminado. ¡Encima, me ha dicho que soy un machista por defender a los hombres y posicionarme al lado de ellos! ¡Pero si todos tus amigos cocinan que lo he visto yo con mis ojos! El padre de mi amigo Javi hace la paella los domingos. También lo he visto cuando me he ido a su casa a comer. Total, que se lo iba a contar a mi tutor.

—Bueno, pues nada. Ya nos llegará el email – claudicó Nakia.

Entre tanto, Jimena apareció en la cocina.

— ¿De qué habláis? – preguntó.

—Nada. A tu hermano le han dado hoy una charla sobre la Igualdad de Género y le han puesto un vídeo de una barbacoa – dijo Nakia restándole importancia.

— ¡Ah, sí! Ese vídeo lo vi yo ayer. También vino la chica de la asociación – respondió Jimena.

— ¿De qué asociación? – preguntó Nakia

—No sé. De una asociación. De vez en cuando vienen y nos ponen vídeos de que las mujeres somos mejores que los hombres. Por ejemplo, ayer, el vídeo ese de la barbacoa. Si a mí me dices “Jimena, ¡tráeme un vaso de agua!”. Yo te respondo: “¿Yo? ¿Por qué? ¿Por ser mujer? ¡Levántate tú!” Y yo no tengo por qué traer nada a nadie – versionó Jimena bajo su entendimiento.

—De eso nada, ¡monada! – se apresuró a aclarar Nakia – En esta casa somos cuatro personas convivientes y todo el mundo debe colaborar. En esta casa no somos hombres y mujeres, somos personas. Tooooodos nos ayudamos y toooooodos colaboramos.

—Y toooooodas – completó Jimena con cierto sarcasmo.

— ¡Todos! – concluyó Nakia

Cuánto echaba de menos Nakia el pin parental en ese instante. Ya le gustaría a ella visionar los vídeos que proyectaban en las aulas de los preadolescentes. Ya le gustaría saber qué tipo de profesionales eran quienes impartían esas charlas, ¿psicólogas, pedagogas, feministas, perroflautas? (querido lector, lo narro en femenino porque es impensable que sea un hombre quien asome por el instituto a hablar del feminismo) El caso es que Nakia percibía que el mensaje no parecía quedar claro. Su hijo se sentía ofendido como hombre y su hija profesaba un empoderamiento insano que le otorgaba el mero hecho de ser mujer.

Ser feminista o especialista en feminismo no significa que sepas transmitir el mensaje de manera correcta a adolescentes y preadolescentes – pensaba Nakia – ¿Realmente se estará transmitiendo el mensaje correcto a las generaciones venideras? – se planteaba - ¿No se estará fallando en la adaptación de los mensajes a un público tan joven e inmaduro todavía?

Por supuesto, llegó. Después de comer Nakia abrió su bandeja de correo electrónico para trabajar y ahí estaba “el email”.

“Estimados padres de Guillermo:

Pongo en su conocimiento que su hijo ha formulado, durante la sesión de hoy, comentarios machistas en el aula. Ruego hagan lo posible para que esta actitud no se vuelva a repetir.

Un saludo

El tutor”

Por la noche, Nakia comentó a su marido lo acontecido.

—Podemos hablar con el tutor – sugirió él.

— ¿Para qué? Si ya está todo prejuzgado. Si vas tú, te tacharán de marido machista que va defender a su hijo en su papel de patriarca del clan. Si voy, me tildarán de esposa sumisa que va a defender a su hijo en su papel de madre maruja dependiente de su esposo. Si vamos juntos, nos calificarán de lo mismo, pero conjuntamente, el hombre machista y la señora obediente. Mejor vamos a insistir a Guillermo en la idea de no contestar y no comentar en esas charlas. – opinó Nakia.

—Sí, pero el chico lleva razón – apoyó él.

—Lo sabemos – afirmó Nakia – pero lo importante es el resultado final en el futuro de mañana. De momento, hay que lidiar con la comedura de tarro. Por cierto ¿compraste la carne para la barbacoa del domingo?

Relato inspirado en la canción La Barbacoa de Georgie Dann


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