41. Rituales

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Nakia cenaba pronto. Le gustaba acompañar la cena con una copa de Zancúo. Encontró de casualidad en París una tiendecita donde vendían productos españoles y, de vez en cuando, se daba el capricho de adquirir las botellas suficientes para abastecerse hasta la siguiente vez que se desplazase hasta allí.
Este vino le traía gratos recuerdos con sus amigos de la ciudad andaluza. Además, su intenso y tostado sabor regaba su paladar impregnando toda su boca a ese gusto penetrante y exquisito.
En alguna ocasión, Álex y ella lo habían utilizado en sus juegos sexuales con toques sadomasoquistas, simulando ser sangre.
Tras cenar y recoger la cocina, se bebía una tila ardiente mientras planificaba mentalmente el día siguiente.
A continuación, iba al baño y colocaba el albornoz encima del radiador para que se calentase con el calor de la calefacción.
Se duchaba con agua caliente frotando suavemente su cuerpo con una esponja impregnada de gel con aroma frutal. Se aclaraba y repetía la operación, esta vez frotando con sus manos un gel exfoliante para eliminar las pieles muertas. Su dermis quedaba intensamente suave.
Se secaba con el albornoz calentito y colocaba el pijama sobre el radiador para que se calentase mientras ella embadurnaba su figura con crema corporal.
En verano, prefería echarse aceite. Dejaba su piel descubierta mucho más brillante.
—El aceite flota encima del agua, así que la piel no lo absorbe tanto – al menos, eso pensaba ella.
En invierno, era más de cremas. El cuerpo las absorbía y, en consecuencia, sentía su tez hidratada, nutrida, regenerada y fina.
—La piel es el órgano más extenso que tenemos. Además de cuidarlo mediante una alimentación sana, hay que cuidarlo desde fuera – pensaba Nakia – Hay gente que solo se echa protección solar en verano y el resto del año desatiende su piel. Si cuidas tu piel todo el año, será mejor.
Era una de sus obsesiones. De adolescente, se quemó un verano con el sol y le salieron en los brazos un montón de lunares pequeños. Los odiaba. De ahí esa preocupación por cuidarse la piel.
Le encantaba la sensación de sentirse escurridiza y resbaladiza.
Después se vestía el pijama calentito. Se exfoliaba la cara, se lavaba los dientes, se untaba la crema facial, contorno de ojos y vaselina en los labios.
Por último, se frotaba crema de manos y se iba directa a la cama.
Nakia se engañaba a sí misma convenciéndose de que ese ritual del cuidado de la piel era por estética y por salud. Evitaba buscar debajo de su subconsciente. No vaya a ser que descubriese la verdad. Mimaba su piel porque deseaba tener una piel perfecta sin moratones, sin golpes, sin arañazos, ni rojeces, ni manchas, ni ninguna señal que le recordase que tiempo atrás fue golpeada. Trataba de brindar una piel perfecta y aterciopelada para que Álex la inundara de besos, la manoseara de caricias y la estrujara de abrazos.
Él desconocía esa parte de su pasado, igual que sus amigos, igual que Iván.
Le atraía la lectura desde pequeña. Recuperó el hábito de leer antes de acostarse desde que su amigo le prestó “Viento del este, viento del oeste”. Leía un rato y, cuando cerraba el libro y lo depositaba sobre la mesita de noche, se abrazaba a Álex.
Él también acostumbraba a leer. Cuando ella le abrazaba, Álex remataba la página, cerraba el libro y disminuía la intensidad de la luz. Le acariciaba su cuerpo por debajo del pijama lentamente. Ella se apretaba contra él abrazándole con fuerza y pegando su cara al cuello o al pecho de Álex. Cuando iba cayendo en sueño profundo, notaba cómo él retiraba el brazo para apagar la luz y quedarse en plena oscuridad. Notado el calor de sus pieles y el ritmo de sus respiraciones.
Otras muchas noches, esos arrumacos desembocaban en un acto romántico y, otras, en coitos dignos de escenas porno.
Al día siguiente, el despertador sonaba a las siete y media. Él se levantaba, ponía música ambiental y se duchaba. Álex había instalado un equipo de música que se escuchaba a través de los altavoces colocados por toda la casa. Regresaba al dormitorio y besaba a Nakia deseándole buen día. Entonces, ella simulaba levitar atraída por su olor a recién duchado y se levantaba de la cama.
Desayunaban juntos, sin prisas. En la cocina amplia e iluminada por la luz natural que entraba a través de un gran ventanal.
—Otro momento zen de la vida – pensaba Nakia – Representa empezar una nueva etapa de la vida con Álex, una etapa adulta, de estabilidad emocional, amor y pasión.
Lo de teletrabajar sin horarios estrictos era un privilegio brindado por la vida.  Durante el desayuno planificaban qué harían por la tarde.
A esa hora matinal comenzaba a entrar el sol y se estaba muy agradable.
— ¿Bailas? – preguntó Álex levantándose de la mesa y extendiendo su mano.
—Sí – respondió ella.
Apenas bailaban. Lo que hacían era estar abrazados balanceándose ligeramente sin mover los pies de su baldosa. Nakia hundía su cara en el cuello de Álex, gesto que la volvía loca de cariño. Esos bailes eran frecuentes. Cuando se sentía tan plácida en su romanticismo, él le daba una nalgada y le decía:
— ¡Venga, a hacer cosas!
Recogían la mesa y cada uno caminaba a su despacho.
El ritual nocturno del cuidado de la piel era una forma de mantener su esencia.
El ritual de dormir y desayunar con Álex, la seguridad de empezar y acabar el día junto a él…, le transmitía una sensación de tener una segunda vida diferente de su juventud y de su matrimonio. Una vida que deseaba que continuase así hasta el final.
A diario tenía a Iván en su pensamiento. De alguna manera, ya tenía asumido que Iván era su amor imposible, su amor platónico, su crush, en realidad, su amigo. Sus vidas se habían cruzado pero no llegaría a unirse, viajarían por la vida en paralelo. Aun así, se regodeaba en fantasías de escenas cariñosas con él.
Todos los días fantaseaba diez minutillos.
—Venga, ya. Ponte a hacer cosas, Nakia – se decía a sí misma.
Cuando rezaba, pedía:
—Dios mío, si existe otra vida más allá o existe la reencarnación, úneme a Iván.
A veces, Álex la sorprendía ensimismada.
—Seguro que echa de menos a su marido y a sus hijos – pensaba Álex.
Relato inspirado en la canción Pies descalzos, sueños blancos de Shakira.

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