35. Duelo de cánticos
Los días pasaban lentamente en la más profunda soledad. Nakia era
insultada, humillada y despreciada por Marte cada vez que se cruzaba en su
camino. Nadie sabía de su miedo. Ignorada por la Justicia cada vez que sus
denuncias se archivaban. Nadie sabía de su arrastrada autoestima. Arrinconada
por los comentarios hirientes de la gente. Nadie sabía de su dolor.
Cuando Nakia participaba en conversaciones sobre violencias y maltratos, no hablaba de política. Ella hablaba de “sus cosas” como si contase sus partos o que había aprobado un examen de inglés. Hablaba desde su verdad, desde sus experiencias, desde su realidad. Eso le picaba a la gente porque ella contra argumentaba con demasiado peso destruyendo las explicaciones que los demás expresaban desde lo que habían leído u oído.
A veces le llamaban facha y otras veces progre. ¡Ya ves! ¡Como si eso le importase! Cuando tenía que aguantar cada vez que veía al gilipollas que la llamara guarra, zorra, puta o cosas peores. Nakia confundía a la gente. La gente pensaba que Nakia era ambigua. No la definían exactamente por algún color político concreto. Ella discutía con garra, de manera firme, sin achantarse al qué dirán.
En aquel aislamiento, había aprendido que solo se tenía a sí misma. No podía traicionarse. Debía ser fiel a sí misma. En esa idea arraigada de no fallarse, estaba el convencimiento de sacar uñas y dientes a la hora de hablar de violencias, maltratos y feminismos. En otros temas se mordía la lengua, pero en lo referente a las políticas de la ministrilla escupía sapos y culebras.
Había sido engañada por las asquerosas feminazis. Venden lo contrario a la realidad. Lo que dicen que es, luego en los juzgados no es. Lo que te dicen que no es, luego es.
Así que Nakia tenía que aguantar comentarios del tipo:
—La violencia de género es la más grave porque tienes al agresor en casa.
—Bueno, de tu marido y de tu pareja te puedes divorciar y separar. En la violencia parentofilial, filio parental, intrafamiliar o con el gilipollas de tu vecino es peor. De tu padre, de tu hijo, de tu hermano o de tu vecino no te puedes divorciar ni separar. ¡Ojo! O de tu madre, tu hija, tu hermana o tu vecina - respondía Nakia.
—Siempre tienes la opción de irte a vivir a otro lugar.
—Menudas absurdeces de la gente. Irse a vivir a otro “lao”. ¡Como si vender una casa, hacer una mudanza, tirar de una familia y largarte a otra ciudad fuera tan fácil! ¡Abandona tus raíces solo porque alguien te zurra! – pensaba Nakia.
Otro de los comentarios:
—Si el juez ha archivado la denuncia es porque no te habrá pegado tanto como dices o no muy fuerte.
—Tengo partes de lesiones. La verdad no sé por qué me las han archivado – pensaba Nakia.
En esos casos, Nakia sentía que la gente pensaba que, efectivamente, su maltratador no le había propinado un buen palizón. Así que sus moratones tampoco eran para tanto. O tal vez pensaban que exageraba y solo le había metido un par de collejas. En eso sí que no tenía argumentos. Desconocía por qué le archivaban las denuncias.
Otra creencia errónea:
—Si una tía dice en un juzgado que le has pegado, te encierran.
Nakia tuvo que demostrar en el primer y único juicio la culpabilidad del gilipollas.
Otro calvario que también se callaba fue cuando la derivaron a un chiringuito con el fin de “ayudarla”. Para celebrar un juicio archivaban las denuncias. Para los chiringuitos de la ministrilla sí era mujer maltratada. Porque claro, los chiringuitos tienen que justificar su existencia diciendo que “atienden” a no sé cuántas mujeres maltratadas. Para la Justicia no, para los chiringuitos sí. Ocho meses estuvo yendo todos los martes a una psicóloga loca que le decía: “sé firme y sé fuerte”.
Por eso tenía entre ceja y ceja a las mamarrachas feminazis. Estaba en total desacuerdo con ellas. A ver, que Nakia fuese maltratada no implica que fuese tonta.
Las aborrecía:
Cada vez que en un juicio una mujer tenía que demostrar, además de la agresión (que ya es complicado), su relación con el agresor: mostrando cartas manuscritas, emails, mensajes de WhatsApp, fotos, y todo aquello que en su día no pensó que debería mostrar a terceros extraños, para demostrar que hubo una relación sentimental y cuánto tiempo duró la misma. Gracias a la Ley de Violencia de Género.
Cada vez que la Guardia Civil informaba que esas denuncias iban a quedar archivadas pero, aún esperanzada, interponía la denuncia, motivada por las campañas feminazis.
Cada vez que recibía el sobre de fiscalía comunicándole, efectivamente, que quedaba archivada la denuncia. Porque las feminazis pueden incitarte a denunciar, pero las leyes siguen su camino.
Cada vez que se le preguntaba a una mujer si tenía dónde ir y ésta contestaba: “Sí, mi casa, la que comparto con mi marido. Estoy casada en separación de bienes pero la tenemos escriturada al 50% cada uno. La hipoteca también está a nombre de ambos. Llevamos quince años pagándola los dos. Yo trabajo. El lugar que tengo donde ir es mi casa”. Porque las feminazis nos dibujan como mujeres dependientes emocional y económicamente de sus parejas. Sin embargo, en los juzgados se presentan parejas casadas en separación de bienes o en bienes gananciales, parejas cuya casa es solo de él o de ella, parejas que son de hecho y parejas que no acreditan ninguna documentación. En estos casos ellos pueden decir que son meros compañeros de piso y que no existe ninguna relación sentimental entre ellos. ¡Que lo demuestre ella!
Cada vez que una mujer maltratada tenía la oportunidad y suerte de poder avisar al 112. Tenía la fortuna de que llegasen a tiempo y era verdaderamente “salvada”. Porque son quienes realmente pueden ayudar, si se les avisa. No los “chiringuitos”.
Cada vez que un juez dictaba una mierda de sentencia. Porque las feminazis no te cuentan el trajineo de los juzgados y la aplicación de leyes.
Cada vez que ella percibía que las instituciones no la estaban ayudando, simplemente, mareaban la perdiz. Había que justificar la existencia de los chiringuitos dilatando los casos en el tiempo.
Cada vez que una mujer llamaba al 016 para que le dijeran que “no está sola” y le proporcionaban un asesoramiento que, salvo en algunas excepciones, ya conocían.
Cada vez que llegaba un Día Mundial o Internacional de… cualquier tipo de violencia y los muros de las redes sociales se llenaban de lacitos de diferentes colores y frases bucólicas de buenos deseos. Porque la sociedad está manipulada y desconoce la verdad, hasta que les toca.
A pesar de lo vivido le gustaban los hombres. Al menos seguía fantaseando con ellos aunque no deseaba conocer a ningún hombre nuevo en su vida. Se refugiaba en sus amigos de siempre. Se sentía cuidada y protegida por ellos. Amigos, amigas y amigues. ¡Otra gilipollez, lo del lenguaje no sexista!
Apareció en Internet el duelo de cánticos. Los chicos de un colegio mayor coreaban cánticos obscenos a las muchachas del colegio mayor de enfrente, y viceversa. Solo se viralizó el vídeo de ellos hacia ellas, ¡cómo no! Salió como noticia en todos los telediarios. A las chicas les entrevistaban y contaban que ellas no se lo habían tomado a mal, que era una broma y que no les molestaba en absoluto. Eran sus amigos, sus colegas e, incluso, sus novios.
Así que aparecen las feminazis a decir que eso no era posible. Eso era normalizar el desprecio, la falta de respeto, la sumisión y el maltrato. Si difieres de ellas eres sumisa y tontita. Porque en ese momento a ellas se les antoja así. Si hubiese sido un centro de menas frente a uno de cayetanos, otro gallo habría cantado.
Las mamarrachas inventaron una ley llamada “Solo el sí es sí”. Son un poco infantiloides, no esperes otro nombre más original. Venían a decir que las relaciones sexuales deben ser consentidas, ¿acaso podrían ser de otra manera? Pues tuvieron que hacer una ley para esa chorrada. Todo para aclarar que si te gusta ser esclava, sumisa, que te llamen cosas guarras y sucias durante una relación sexual es válido si das tu consentimiento. Que si te gusta hacerle una mamada a tu pareja, amante, rollo de un rato…, comerle los cojones o restregarte su semen por las tetas, siempre que haya consentimiento, está bien.
—Entonces ¿por qué no es lo mismo a nivel emocional? – Se preguntaba Nakia - ¿Por qué me tiene que molestar un piropo o un chiste machista? Si me piropea un albañil seboso y sudoroso no es lo mismo que si me piropea Brad Pitt. Al segundo se lo consiento y al primero no. ¡Ah, no! Cuando no funciona lo del machismo, recurren al clasismo. Pues sí, soy clasista. En mis sueños fantaseo con tíos como Tom Cruise, Richard Gere o Robert Redford. Lo siento. No acostumbro a fantasear con Homer Simpson o Mr. Bean. Soy rarita. ¡Oye!, pero que yo respeto a la que se imagine un trío con Benito y Manolo ¡Olé, ella! El tema es que si yo consiento a mis amigos o a quien me dé la gana chistes machistas y me río a carcajada limpia con ellos, me lo paso fenomenal, no mido las palabras y estoy en petit comité ¿por qué está mal? ¿Por qué me ha de molestar? ¿Está mal consentir un chiste machista y está bien que se corran en tu cara porque lo consientes bajo el amparo de una ley que dice que entonces sí vale? ¡Venga ya! Está mal porque lo dicen ellas que son unas amargadas que no saben reírse de la vida. Como son unas tristes y unas caprichosas, hay que sentir y pensar lo que ellas manden.
Si consiento en el terreno sexual, puedo libremente consentir en el área emocional – proseguía Nakia en su runrún – Mantengo relaciones con quien quiero, dónde, cuándo y porque quiero. Me ofendo con quien quiero, dónde, cuándo y si quiero. Yo elijo. Yo decido. Es mi cuerpo. Es mi alma.
El 25 de noviembre es el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Coincidirá con el Black Friday. Nakia saldrá a ver escaparates vigilando, eso sí, por el reflejo del cristal, que ninguna sombra se le acerca por detrás. No elige entre ser facha o progre. Ella debe elegir entre el miedo y la normalidad. Ella debe decidir entre salir de casa o quedarse en su guarida.
Cuando Nakia participaba en conversaciones sobre violencias y maltratos, no hablaba de política. Ella hablaba de “sus cosas” como si contase sus partos o que había aprobado un examen de inglés. Hablaba desde su verdad, desde sus experiencias, desde su realidad. Eso le picaba a la gente porque ella contra argumentaba con demasiado peso destruyendo las explicaciones que los demás expresaban desde lo que habían leído u oído.
A veces le llamaban facha y otras veces progre. ¡Ya ves! ¡Como si eso le importase! Cuando tenía que aguantar cada vez que veía al gilipollas que la llamara guarra, zorra, puta o cosas peores. Nakia confundía a la gente. La gente pensaba que Nakia era ambigua. No la definían exactamente por algún color político concreto. Ella discutía con garra, de manera firme, sin achantarse al qué dirán.
En aquel aislamiento, había aprendido que solo se tenía a sí misma. No podía traicionarse. Debía ser fiel a sí misma. En esa idea arraigada de no fallarse, estaba el convencimiento de sacar uñas y dientes a la hora de hablar de violencias, maltratos y feminismos. En otros temas se mordía la lengua, pero en lo referente a las políticas de la ministrilla escupía sapos y culebras.
Había sido engañada por las asquerosas feminazis. Venden lo contrario a la realidad. Lo que dicen que es, luego en los juzgados no es. Lo que te dicen que no es, luego es.
Así que Nakia tenía que aguantar comentarios del tipo:
—La violencia de género es la más grave porque tienes al agresor en casa.
—Bueno, de tu marido y de tu pareja te puedes divorciar y separar. En la violencia parentofilial, filio parental, intrafamiliar o con el gilipollas de tu vecino es peor. De tu padre, de tu hijo, de tu hermano o de tu vecino no te puedes divorciar ni separar. ¡Ojo! O de tu madre, tu hija, tu hermana o tu vecina - respondía Nakia.
—Siempre tienes la opción de irte a vivir a otro lugar.
—Menudas absurdeces de la gente. Irse a vivir a otro “lao”. ¡Como si vender una casa, hacer una mudanza, tirar de una familia y largarte a otra ciudad fuera tan fácil! ¡Abandona tus raíces solo porque alguien te zurra! – pensaba Nakia.
Otro de los comentarios:
—Si el juez ha archivado la denuncia es porque no te habrá pegado tanto como dices o no muy fuerte.
—Tengo partes de lesiones. La verdad no sé por qué me las han archivado – pensaba Nakia.
En esos casos, Nakia sentía que la gente pensaba que, efectivamente, su maltratador no le había propinado un buen palizón. Así que sus moratones tampoco eran para tanto. O tal vez pensaban que exageraba y solo le había metido un par de collejas. En eso sí que no tenía argumentos. Desconocía por qué le archivaban las denuncias.
Otra creencia errónea:
—Si una tía dice en un juzgado que le has pegado, te encierran.
Nakia tuvo que demostrar en el primer y único juicio la culpabilidad del gilipollas.
Otro calvario que también se callaba fue cuando la derivaron a un chiringuito con el fin de “ayudarla”. Para celebrar un juicio archivaban las denuncias. Para los chiringuitos de la ministrilla sí era mujer maltratada. Porque claro, los chiringuitos tienen que justificar su existencia diciendo que “atienden” a no sé cuántas mujeres maltratadas. Para la Justicia no, para los chiringuitos sí. Ocho meses estuvo yendo todos los martes a una psicóloga loca que le decía: “sé firme y sé fuerte”.
Por eso tenía entre ceja y ceja a las mamarrachas feminazis. Estaba en total desacuerdo con ellas. A ver, que Nakia fuese maltratada no implica que fuese tonta.
Las aborrecía:
Cada vez que en un juicio una mujer tenía que demostrar, además de la agresión (que ya es complicado), su relación con el agresor: mostrando cartas manuscritas, emails, mensajes de WhatsApp, fotos, y todo aquello que en su día no pensó que debería mostrar a terceros extraños, para demostrar que hubo una relación sentimental y cuánto tiempo duró la misma. Gracias a la Ley de Violencia de Género.
Cada vez que la Guardia Civil informaba que esas denuncias iban a quedar archivadas pero, aún esperanzada, interponía la denuncia, motivada por las campañas feminazis.
Cada vez que recibía el sobre de fiscalía comunicándole, efectivamente, que quedaba archivada la denuncia. Porque las feminazis pueden incitarte a denunciar, pero las leyes siguen su camino.
Cada vez que se le preguntaba a una mujer si tenía dónde ir y ésta contestaba: “Sí, mi casa, la que comparto con mi marido. Estoy casada en separación de bienes pero la tenemos escriturada al 50% cada uno. La hipoteca también está a nombre de ambos. Llevamos quince años pagándola los dos. Yo trabajo. El lugar que tengo donde ir es mi casa”. Porque las feminazis nos dibujan como mujeres dependientes emocional y económicamente de sus parejas. Sin embargo, en los juzgados se presentan parejas casadas en separación de bienes o en bienes gananciales, parejas cuya casa es solo de él o de ella, parejas que son de hecho y parejas que no acreditan ninguna documentación. En estos casos ellos pueden decir que son meros compañeros de piso y que no existe ninguna relación sentimental entre ellos. ¡Que lo demuestre ella!
Cada vez que una mujer maltratada tenía la oportunidad y suerte de poder avisar al 112. Tenía la fortuna de que llegasen a tiempo y era verdaderamente “salvada”. Porque son quienes realmente pueden ayudar, si se les avisa. No los “chiringuitos”.
Cada vez que un juez dictaba una mierda de sentencia. Porque las feminazis no te cuentan el trajineo de los juzgados y la aplicación de leyes.
Cada vez que ella percibía que las instituciones no la estaban ayudando, simplemente, mareaban la perdiz. Había que justificar la existencia de los chiringuitos dilatando los casos en el tiempo.
Cada vez que una mujer llamaba al 016 para que le dijeran que “no está sola” y le proporcionaban un asesoramiento que, salvo en algunas excepciones, ya conocían.
Cada vez que llegaba un Día Mundial o Internacional de… cualquier tipo de violencia y los muros de las redes sociales se llenaban de lacitos de diferentes colores y frases bucólicas de buenos deseos. Porque la sociedad está manipulada y desconoce la verdad, hasta que les toca.
A pesar de lo vivido le gustaban los hombres. Al menos seguía fantaseando con ellos aunque no deseaba conocer a ningún hombre nuevo en su vida. Se refugiaba en sus amigos de siempre. Se sentía cuidada y protegida por ellos. Amigos, amigas y amigues. ¡Otra gilipollez, lo del lenguaje no sexista!
Apareció en Internet el duelo de cánticos. Los chicos de un colegio mayor coreaban cánticos obscenos a las muchachas del colegio mayor de enfrente, y viceversa. Solo se viralizó el vídeo de ellos hacia ellas, ¡cómo no! Salió como noticia en todos los telediarios. A las chicas les entrevistaban y contaban que ellas no se lo habían tomado a mal, que era una broma y que no les molestaba en absoluto. Eran sus amigos, sus colegas e, incluso, sus novios.
Así que aparecen las feminazis a decir que eso no era posible. Eso era normalizar el desprecio, la falta de respeto, la sumisión y el maltrato. Si difieres de ellas eres sumisa y tontita. Porque en ese momento a ellas se les antoja así. Si hubiese sido un centro de menas frente a uno de cayetanos, otro gallo habría cantado.
Las mamarrachas inventaron una ley llamada “Solo el sí es sí”. Son un poco infantiloides, no esperes otro nombre más original. Venían a decir que las relaciones sexuales deben ser consentidas, ¿acaso podrían ser de otra manera? Pues tuvieron que hacer una ley para esa chorrada. Todo para aclarar que si te gusta ser esclava, sumisa, que te llamen cosas guarras y sucias durante una relación sexual es válido si das tu consentimiento. Que si te gusta hacerle una mamada a tu pareja, amante, rollo de un rato…, comerle los cojones o restregarte su semen por las tetas, siempre que haya consentimiento, está bien.
—Entonces ¿por qué no es lo mismo a nivel emocional? – Se preguntaba Nakia - ¿Por qué me tiene que molestar un piropo o un chiste machista? Si me piropea un albañil seboso y sudoroso no es lo mismo que si me piropea Brad Pitt. Al segundo se lo consiento y al primero no. ¡Ah, no! Cuando no funciona lo del machismo, recurren al clasismo. Pues sí, soy clasista. En mis sueños fantaseo con tíos como Tom Cruise, Richard Gere o Robert Redford. Lo siento. No acostumbro a fantasear con Homer Simpson o Mr. Bean. Soy rarita. ¡Oye!, pero que yo respeto a la que se imagine un trío con Benito y Manolo ¡Olé, ella! El tema es que si yo consiento a mis amigos o a quien me dé la gana chistes machistas y me río a carcajada limpia con ellos, me lo paso fenomenal, no mido las palabras y estoy en petit comité ¿por qué está mal? ¿Por qué me ha de molestar? ¿Está mal consentir un chiste machista y está bien que se corran en tu cara porque lo consientes bajo el amparo de una ley que dice que entonces sí vale? ¡Venga ya! Está mal porque lo dicen ellas que son unas amargadas que no saben reírse de la vida. Como son unas tristes y unas caprichosas, hay que sentir y pensar lo que ellas manden.
Si consiento en el terreno sexual, puedo libremente consentir en el área emocional – proseguía Nakia en su runrún – Mantengo relaciones con quien quiero, dónde, cuándo y porque quiero. Me ofendo con quien quiero, dónde, cuándo y si quiero. Yo elijo. Yo decido. Es mi cuerpo. Es mi alma.
El 25 de noviembre es el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Coincidirá con el Black Friday. Nakia saldrá a ver escaparates vigilando, eso sí, por el reflejo del cristal, que ninguna sombra se le acerca por detrás. No elige entre ser facha o progre. Ella debe elegir entre el miedo y la normalidad. Ella debe decidir entre salir de casa o quedarse en su guarida.
Relato inspirado en la canción El
universo sobre mí de Amaral.
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