12. Un papel tirado en el suelo
Eran tiempos del Covid. Nakia se entretenía una parte del tiempo mirando y leyendo diversas cosas en las redes sociales. Ya sabes, querido lector. Igual visualizaba un vídeo de un gatito jugando con un peluche, que otro vídeo de cómo hacer croquetas de tiramisú. O veía fotos de amigos. O consultaba páginas web sobre moda. O leía alguna noticia de sucesos donde una persona desaparecida había sido localizada asesinada con 17 puñaladas. O leía posts de los perfiles que seguía sobre inglés, búsqueda de empleo y maquillaje. O leía las opiniones que colgaban sus amigos. O, a todo esto, leía los comentarios que las personas hacían al respecto de lo expuesto.
Leyó un artículo sobre
las compañías aéreas que, anteriormente, habían limitado el acceso de sus
vuelos a los menores de edad para enfocarse en un mercado de “solo adultos”. En
aquellos momentos de pandemia, entre que se habían suspendido la gran mayoría
de vuelos nacionales e internacionales y que la demanda de pasajeros había disminuido
considerablemente, ese tipo de compañías se replanteaban el aceptar de nuevo a
las familias con niños. Vamos, que a cualquier pasajero que solicitase un
vuelo, prácticamente le hacían la ola. Lo mismo pasaba con los hoteles y otros
medios de transporte. El sector turístico había decaído tanto, que ahora no
estaban las empresas turísticas para ponerse remilgaditas con los nichos de
mercado.
Además de leer el
artículo, Nakia leyó los comentarios de la gente. Y allí estaban opinando, cómo
no, lo que ella denominaba, los niñofóbicos.
Un tío narraba que días
atrás transitando por la calle, delante de él iba un adulto con tres niños. Las
criaturas iban comiendo caramelos y lanzando los papeles al suelo. El adulto no
se dio cuenta, o “no quiso darse cuenta” según el mala lengua, y siguieron
andando. En su comentario que parecía un testamento por lo extenso, este
individuo despotricaba contra los niños exculpándolos y echando la culpa, como
siempre, a los padres maleducados que, en consecuencia y como no puede ser de
otra manera, maleducan a sus hijos.
Alguien le preguntó si
él era padre y contestó:
— ¡No, por suerte! ¡Dios
me libre!
Y ahí fue cuando Nakia
se dio cuenta de que era un niñofóbico. Este tipo de personas, no es que no les
gusten los niños, es que los odian.
Se ve en sus palabras y en sus miradas.
Amigo lector, un inciso antes de continuar. He señalado en
negrita, porque como autora no me refiero a personas o parejas que deciden no
tener hijos por otras circunstancias o prioridades elegidas voluntariamente.
Hay parejas que anteponen sus carreras profesionales, su independencia
individual dentro de la pareja, su libertad de espacio y tiempo, la comodidad o
lo que sea y deciden no tener hijos, pero eso no implica que “odien” a los
niños. Saben ser amables, pacientes, tolerantes, empáticos y simpáticos con
ellos como con cualquier otra persona. Incluso, son los “tíos” favoritos y más
enrollados de sus sobrinos. Por otra parte, hay padres que solo quieren a sus
hijos porque piensan que están muy bien educaditos, pero “les molestan” los
demás niños que no sean los suyos. ¿Pillas la idea, verdad?
Alguna vez, cuando
había niños que se comportaban mal, escuchaba a algún adulto decir:
—Este niño lo que se
merece es una buena hostia. Una hostia a tiempo y así no se comporta mal nunca
más
—Pues dásela tú a los
tuyos – pensaba Nakia en sus adentros.
—Cuando yo era pequeño
– proseguía el susodicho – le contesté a mi padre. Me dio una guantá que me
voleó. Desde aquel día no volví a darle una contestación – y lo narraba
orgulloso de su progenitor. Como si esa fuese la mejor manera de educar. Para
cada uno, la mejor manera suele ser cómo le han educado sus propios padres,
pero ¡ojo!, no significa que sea así.
No era la primera vez
que Nakia escuchaba este tipo de comentarios. Gente que se queja del
comportamiento de niños en bares, restaurantes, parques, medios de transporte y
allá donde vayan.
— ¿Acaso pretenden que
un niño de 4 años se comporte como una persona adulta de 40? – Se preguntaba
Nakia – Acaso ellos como adultos ¿no aprenden cosas nuevas todos los días? ¿Han
nacido ya aprendidos?
Así que Nakia decidió
escribir en respuesta al comentario del fulano:
“Educar es mucho más
que enseñar a los niños a decir ‘por favor’, ‘gracias’, ‘de nada’ y a que no
deben tirar papeles al suelo. Educar es un proyecto de vida, no se hace en unos
años. Educar es intentar que sean buenas personas. Hay adultos que te dan las
gracias, te sonríen y te dicen ‘No te preocupes, haré todo lo que esté en mi
mano’ y después, de forma educada, te dan la puñalada trapera por la espalda.
Es lo que en el mundo laboral se denominan ‘trepas’ y en la vida social ‘gente
más falsa que Judas’. Así que, con que me ‘salgan’ buenas personas, me daré por
contenta como madre. A todos nos han enseñado lo que está bien y lo que está
mal. Como personas decidimos cómo comportarnos, es lo que nos diferencia de las
mascotas, que los humanos somos seres racionales y tenemos nuestra propia
elección. Ojo, eso si los padres consiguen que ese niño sea un individuo con personalidad.
Desgraciadamente, hay adultos que no disfrutan de la vida cohibidos con el qué
dirán, qué pensarán los demás, etc. O que siguen los cánones marcados por la
sociedad. Vamos, con la personalidad nula de un mosquito. Adultos tímidos, manipulables, indecisos,
inseguros. A mí me gustaría que mis hijos finalizasen estudios universitarios
con tres másteres, que fueran heterosexuales, y que no sean padres a la edad de
15 años. Pero si algo de eso se descuadra de mis planes e ideas originales, no
voy a matar a mi hijo ni me voy a matar yo. Apechugaré la situación de la mejor
manera posible y punto. Como si le atropella un coche después de decirle
tropecientas veces que mire antes de cruzar. No por ello me voy a considerar
mala madre ni a mi hijo, un mal hijo.
Los padres tienen
muchas preocupaciones más importantes que ir observando de manera fija y
constante en plan policía si su hijo tira papeles al suelo o no por la calle.
Los padres se preocupan de cómo sanar a sus hijos si están enfermos, de cómo animarles
si les ven tristes, de cómo ganar dinero para darles de comer y vestirlos, de
cómo hacer que se relacionen con otros niños para que no estén solos, de cómo
motivarles para que estudien, de cómo explicarles todo aquello que no entienden,
de cómo prevenirles sobre los peligros de las redes sociales o de la vida…
Ojalá la mayor de mis preocupaciones y problemas fuese que mi hijo tira papeles
al suelo. No tienes ni idea de lo que es educar.
En lugar de tacharlos
de malos padres, deberías admirarlos o, al menos, callarte.
Es posible que pienses
‘pues no haberlos tenido si es tan complicado’. Eso es como si a una persona
divorciada le dices ‘pues no haberte casado’. Cuando alguien toma una decisión
en la vida es porque cree que esa circunstancia le va a mejorar la vida y
porque se cree capaz de gestionar dicha situación. La gente cambia de trabajo
porque piensa que es a mejor, de lo contrario permanecerían en la empresa
actual. Luego quizás le despiden al mes, pero cuando decidió el cambio es
porque pensó que era a mejor, profesionalmente hablando. Las personas que
deciden casarse (o no) y, en el caso, formar una familia es porque creen en el
amor. La pareja la elige uno. Primero os conocéis y si ves que su carácter y
personalidad son compatibles contigo decides seguir con esa persona. Los hijos,
decides tenerlos, pero no sabes cómo va a ser su carácter ni su personalidad
porque, créeme, la tendrán. Te repito, no es una mascota. Todos los padres
educan de la mejor manera que pueden y saben. La vida no es fácil para nadie.
Imagina que invitas a
un colega a comer a casa. Cuando llega te dice que le sirvas poca cantidad
porque viene de estar de cañas y viene medio comido, o porque le duele el
estómago o lo que sea. ¿Acaso obligas a tu colega a comer? ¿Le dices que si no
come a mediodía probablemente ya no coma hasta la cena? ¿Le castigas sin ver la
tele si no se lo come todo? ¿Le requisas el móvil si te dice que no quiere
postre? Pues equivocadamente, en mi opinión, eso es lo que hacen muchos padres.
Siguiendo los cánones de la sociedad. Alguien ha dicho que hay que comer a las
14h, y se come a esa hora sí o sí. Alguien ha dicho que hay que comer tres
veces al día, y así debe ser. A tu amigo no le obligas a nada porque es adulto,
y al niño le obligas porque nos pensamos superiores a ellos y exigimos que nos
obedezcan.
Pero no pienses que
todo son problemas y penurias, voy a finalizar mi texto con lo bonito, para que
te joda la envidia, o a lo mejor no. Los padres nos emocionamos cuando nuestra
criatura dice por primera vez papá o mamá, aunque a ti te parezca una chorrada.
Nunca vas a tener esa satisfacción y alegría, porque tú lo has decidido así.
Nos emocionamos cuando vemos pletóricos a nuestros hijos por recibir una
medalla que han entregado a todos los participantes de la carrera, aunque haya
llegado el último. La cara de ilusión de la Cabalgata y los regalos en el Día
de Reyes, no tiene precio. El nerviosismo de que va a venir el Ratoncito Pérez,
su primer día de colegio, la alegría de disfrazarse de cualquier superhéroe o
princesa (sí, aunque suene sexista), la primera vez que juega con la mascota de
la vecina, la primera vez que se reconoce en el espejo, cuando descubre su
propia sombra, cuando intenta coger y comer la nieve, cuando salta en los
charcos, cuando descubre las olas de la playa, o la felicidad de mancharse la
cara y las manos con las témperas. Bueno, a los niñofóbicos como tú les
gustaría también que estuviesen vestidos de pitiminí e impolutos. Los ojos
desorbitados ante el encantador, atractivo y enigmático brillo de la purpurina
son indescriptibles. El placer de dejarse caer en su primera piscina de bolas,
te llena de placer y gusto como padre. Cuando te hacen sentir el mejor guardián
del reino para que custodies su mayor tesoro, es decir, piedras, hojas y palos
del campo, te magnifica.
Te pierdes muchas
cosas, Fulano, porque priorizarás otras que, supongo, yo no disfruto. Tú,
parece que lo elegiste así.
En fin, veo por tu
comentario que eres una persona muy empática (léase con ironía) y muy tolerante.
Espero que mis hijos de adulto, en un futuro, acepten a los niños como a
cualquier ser humano, porque lo son. Y no se te olvide que tú también fuiste un
mocoso y sí, te lo digo en tono despectivo.
Así que, POR FAVOR,
inclúyeme en el grupo de madres mal educadoras. GRACIAS.”
Justo antes de pulsar
la tecla intro, Nakia decidió que no merecía la pena discutir con alguien que
ni conoces. Como hacía últimamente pensó:
—La perra gorda pa’ ti
– y borró todo lo escrito.
En el fondo, pensaba
que los niñofóbicos eran unos tristes por no tener a quien amar de manera
totalmente incondicional. Personas tóxicas. En realidad, como la mayoría de los
sentimientos negativos, la niñofobia nacía de la envidia. Envidia a niños
rebeldes, con coraje, valientes, desconocedores del miedo, emprendedores, con
personalidad, echaos p’alante y felices con su niñez. Por eso les molestan
cuando tiran un papel, cuando hablan como cotorras en un viaje en lugar de ir
dormiditos y calladitos, cuando juegan, cuando lloran, y con cualquier cosa que
hagan. Sí, a los niñofóbicos les gustaría que un niño de 4 años estuviera
sentado, callado y sin moverse. Para ellos eso es la educación y la obediencia.
¡Cuántas veces había
visto Nakia a gente adulta maleducada! Tíos meando contra una pared, viejos
escupiendo gapos, hombres sacándose los mocos como los futbolistas tapándose
una fosa nasal y soplando con fuerza por la otra, individuos que se meten la
mano para rascarse los huevos o el culo, personas que no recogen las mierdas de
sus perros (y no por ello maldecía a los pobres animalicos, aquí sí son
responsables los dueños, porque los perros no tienen personalidad al no ser
personas, obvio), marujas sacudiendo la mopa por la ventana para que le caigan
las pelusas a quien pasea por la acera, o riegan las macetas sin importarle si
mojan o no a alguien… Vecinos que follan apasionadamente sin importarles si se
oye o no, para escucharles discutir entre ellos al día siguiente. Nakia no
culpaba a los padres de todas esas acciones. Simplemente pensaba:
— ¡Vaya guarro! ¡Vaya
cerda! ¡Qué gritones! – o cosas por el estilo.
Lo pensaba de la
persona en cuestión, no de los padres.
Nakia estaba segura:
—En algún momento de la
vida todos somos maleducados. Yo, a veces, saco el móvil cuando estoy con
gente, o no me he quitado las gafas de sol al hablar con otra persona, o he
llegado voluntariamente tarde a un sitio, o he interrumpido una conversación, o
no he cedido el asiento en una sala de espera porque me ha podido mi egoísmo y
mi cansancio, o he intentado colarme en una fila por no esperar mi turno inventándome
una excusa, o no he saludado al entrar en algún comercio por timidez, o he
incumplido alguna norma de tráfico realizando una “pirula” – reflexionaba para
sí – En realidad, mi comportamiento no solo depende de mí, sino de mi elección
según las circunstancias externas, la situación, la actitud y comportamiento
del resto de sujetos, el momento.
Pero es muy cruel
pensar de un niño que es un guarro, un gritón, un incívico o lo que sea, porque
sabemos que son niños y, en realidad, no toman las decisiones desde una
perspectiva adulta. Es duro admitir que uno es niñofóbico, por eso se justifica
esa fobia culpando a los padres.
Por eso Nakia, además
de porque era madre, cuando veía a un niño lanzar un papel al suelo, decidía
mantenerse en paz, sin alterarse. No intoxicaba su alma por esa acción. La
dejaba pasar. Tampoco se atrevía a molestar ni a reprochar al progenitor acerca
de la conducta de su niño, pues, si no se había dado cuenta era porque tenía
otras preocupaciones. A lo mejor le podría advertir con educación. Pero ¿cuál
es la verdadera buena educación? Para cada uno, la que ha recibido de sus seres
queridos y su entorno.
Así que elegía callar.
La mejor opción. Vivir y dejar vivir.
Cuida de tu cuerpo, de
tu mente, de tu alma y del planeta. Enséñaselo a ellos.
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