4. A pleno pulmón
La relación de amistad de
Nakia y Juanfra se había reducido a saludos esporádicos por la calle. Paraban a
saludarse y hablaban unos minutos.
Hace cuatro años, Nakia
trabajó seis meses en Madrid. Todos los días coincidía con Manuel, el mejor
amigo de Juanfra. Se daban los buenos días, hacían algún comentario matutino y,
en cuanto llegaba el tren se subían cada uno a su vagón y dormitaban hasta el
destino. Una vez allí, cada uno se bajaba de su vagón invadidos por las prisas
mañaneras de ir corriendo al trabajo, enlazando metros, trenes de cercanías y
carreras por la calle.
Cada día, al ver a Manuel,
Nakia se acordaba de Juanfra y todos los momentos compartidos con él.
Un sábado, Nakia recibió un
mensaje en el grupo de WhatsApp de amigas sobre la mala noticia del
fallecimiento de Juanfra. Indicaban el tanatorio donde sería velado y la hora
del entierro.
Nakia envió un mensaje de
condolencia en el grupo como el resto de amigas. Y rompió a llorar. Estuvo
triste toda la tarde.
A la mañana siguiente, se
había preparado para ir al tanatorio. Subió al coche, introdujo la llave en el
contacto y la giró para arrancar. La última vez que condujo, Nakia se había
dejado la radio encendida. En ese momento, sonó el ruido del motor y empezaron
a sonar las primeras notas a piano de la canción Right Here Waiting de Richard Marx. Nakia notó los dedos de
Juanfra tecleando en su espalda. Rompió a llorar desconsoladamente. No se lo
podía creer. Juanfra se estaba despidiendo de ella a través de esa canción en
la radio. Diciéndole adiós, que le iba a cuidar, que se acordaría siempre de
ella y pidiéndole que no se olvidara de él.
Nakia condujo hasta el
tanatorio. El aparcamiento estaba ligeramente cuesta arriba, así que Nakia tiró
con todas sus fuerzas del freno de mano. En ese momento pensó: “No he frenado
desde que salí. Creo que no me he parado en ningún semáforo, señales de stop ni
rotondas. He tenido suerte de que hay poco tráfico un domingo por la mañana. En
fin, ya me llegarán las multas”. Juanfra invadió de nuevo su pensamiento y
siguió llorando.
Entró en la iglesia del
tanatorio. Estaba tan abarrotado que le tocó estar de pie. En la primera
bancada estaba la familia del difunto. En el otro lado de la iglesia, frente a
Nakia, estaba Manuel, el amigo de Juanfra que coincidía con Nakia todas las
mañanas en el tren. Nakia asistió sola porque su marido se quedó en casa con los
niños y porque él no conoció nunca a Juanfra. Era tal el desconsuelo que sentía
Nakia, que se cogió al brazo de un tío que estaba junto a ella, también de pie,
sin conocerle. El chico no hizo ningún amago extraño. Se entiende que estaban
allí por el mismo motivo. Nakia estaba llorando y era totalmente comprensible,
era el momento y el lugar para llorar.
Al finalizar la misa, Nakia
dio el pésame a la familia de Juanfra y a Manuel. No fue al cementerio, pues lo
consideraba un momento íntimo para la familia. Se marchó a su casa.
Las casualidades caprichosas
de la vida quisieron que Nakia escuchara esa canción constantemente. En la
radio cuando iba conduciendo, en casa cuando estaba cocinando… Siempre notaba
sus manos en la espalda. Una canción de finales de los ochenta, la estaba
escuchando veinticinco años después hasta en la sopa. Siempre pensaba que a
través de esa canción Juanfra quería hablar con ella, le recordaba que estaba
ahí, que le cuidaba, que no se olvidase de él. Menudas panzadas de llorar.
Casualmente, siempre sucedía cada cierto tiempo, es decir, parece que cuando se
empezaba a olvidar de él, ¡cataplás!
En más de una ocasión, estos
momentos sorprendieron a Nakia en el coche conduciendo hacia el trabajo. Nakia
aguantaba las lágrimas, pendiente de que no se le corriese el maquillaje. No
podía llegar al trabajo con el rímel y el maquillaje corridos.
Después de las sesiones de
llanto, Nakia se planteaba que no era posible que Juanfra, con lo alegre,
risueño, y cachondo que era, se manifestase así, de esa manera, sabiendo la
tristeza inmensa y el dolor tan hondo que ella sentía. Claro que, también se lo
imaginaba tronchado de risa contemplando cómo lloraba. En esas situaciones,
Nakia se imaginaba al espíritu de Juanfra junto a ella, a su lado, en el coche,
en casa… donde fuese. Si estaba sola, hasta hablaba en voz alta alguna cosa,
por si acaso él estaba ahí y la escuchaba.
Aunque se proponía que la
siguiente vez no lloraría, lo cierto es que siempre le pillaba desprevenida y
los ojos se le inundaban de lágrimas.
Un mediodía, Nakia regresaba
de trabajar y escuchó de nuevo la canción, así que rompió a llorar, como
siempre. Esta vez, pensó: “Como ya voy de camino a casa y no me va a ver nadie,
hoy puedo llorar a gusto. Me da igual si se me corren el rímel y el maquillaje.
Voy directa a casa”. Y dijo en voz alta simulando hablar con Juanfra:
—Hoy te voy a llorar a gusto,
a pleno pulmón.
Comenzó a regodearse en los
recuerdos de antaño y a entristecerse. ¡Qué injusta la vida, se lleva a los
mejores! En realidad, se lleva a todos. Estaba ella inmersa en sus pensamientos
y recuerdos cuando, de pronto, al entrar en un pueblo, vio a un guardia civil
haciéndole señales para parar.
Aminoró la marcha. Paró junto
al guardia y bajó la ventanilla.
—Buenas tardes – saludó el
guardia.
Nakia llevaba tal congoja que
no le salió ningún saludo, solo una especie de balbuceo
— ¿Se encuentra usted bien? –
preguntó el guardia ante la evidencia de que Nakia estaba llorando
desconsoladamente. Ella no puedo contestar. Tenía tal nudo en la garganta que
resultaba imposible que las palabras salieran por su boca. Así que expresó una
especie de gimoteo mientras asentía con la cabeza como para dar a entender que
sí se encontraba bien.
—Por favor, aparque aquí en
este claro y cuando se tranquilice me avisa. Usted no puede seguir conduciendo
en este estado de ánimo – le indicó el guardia mientras le señalaba con la mano
el lugar para aparcar.
Así que Nakia obedeció.
Desplazó un poco el coche, apagó el motor, abrió el bolso, sacó unos kleenex y
una toallita y medio se adecentó la cara y el pelo. Maquinaba qué decirle al
guardia porque, claro, a lo mejor el hombre se interesaba por la causa de ese
desconsuelo. Ella tampoco le iba a contar toda la película. Así que trató de
resumir en una frase que estaba así “porque se acordaba de un ser difunto”.
Cuando ya se sintió preparada, aclaró la voz y le dijo al guardia:
— ¡Perdone! – al mismo tiempo
que hacía un gesto levantando la mano como para indicarle “estoy aquí”.
Entonces el guardia se dirigió
hacia el coche y le preguntó:
— ¿Se encuentra usted mejor?
—Sí, gracias – contestó Nakia.
—Pues puede usted continuar la
marcha – le indicó el de la benemérita.
Y Nakia, arrancó el coche y
prosiguió su camino. Pensó:
— ¡Vamos! ¡Vaya mierda! Este
tío me ha cortado mi punto de llorera. Me ha parado para nada. Ni me ha pedido
el carnet de conducir, ni me ha hecho soplar para la alcoholemia, ni me ha
pedido los papeles del coche, ni nada. Con lo a gusto que iba yo llorando y me
ha cortado el punto para nada.
La canción hacía rato que
había terminado. La tristeza había cesado con la preocupación o respeto, por no
decir miedo, que provoca en el ser humano el hecho de que te pare la Guardia
Civil. No podía provocar el llanto de nuevo así como así. La situación había
sido un poco surrealista. Empezó a reírse pensando que Juanfra le había
preparado toda esta situación desde el más allá, que ella lo notaba más acá.
Fue en ese momento cuando
Nakia comprendió que lo que trataba de transmitirle Juanfra es que él no quería
verla llorar, que no quería que le llorase, que deseaba que le recordase con
alegría y con risas. Desde entonces en adelante, Nakia se propuso no llorar más
cuando se acordase de Juanfra o cuando escuchase la canción.
Sin embargo, la vida es así, a
veces le pilla en momentos de bajón y llora, y otras veces la sorprende en
momentos de subidón y canta con todas sus fuerzas, a pleno pulmón, para ser
escuchada por Juanfra.
Aunque llora menos
que antes, Nakia siente en muchas ocasiones a Juanfra cerca de ella. Mantiene
conversaciones con él mentalmente y está segura de que él siempre le va a
cuidar. Porque se gustaban, porque se deseaban y porque se querían. Esos “te
quiero” camuflados, esos encuentros clandestinos y ese amor escondido, él se lo
rememoró el día de su entierro y cada vez que suena esa canción.
Fragmento inspirado en la canción Mi lamento de Dani Martín
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