15. Honolulú
Nakia
recibió la citación del juicio contra Marte un mes antes de la fecha
estipulada. En ella le indicaban que podía presentar las pruebas que creyese
oportunas e incluso que podía ir acompañada de un abogado si así lo
consideraba.
—
¡Puf! no sé. Ir a un juicio de maltratos yo sola, sin un profesional que me
asesore y que solicite la culpabilidad de este mamarracho… Me da cosilla. Yo.
Ahí. Sola – pensó Nakia al leer la citación.
Se
acercó al Centro de la Mujer y a una Asociación Feminista de su ciudad de
origen para que le asesorasen:
—Es
que al tratarse de un individuo que no tiene o haya tenido ningún tipo de
relación sentimental, familiar o laboral contigo, no se considera violencia de
género y, bueno, cualquier abogado te vale. En realidad, es como si se cruza un
loco por la calle y te agrede. No sé, acércate al Colegio Oficial de Abogados a
ver si allí te pueden sugerir a alguien – respondió la trabajadora de turno.
—Pues
vaya. ¡Tantas subvenciones que recibe esta gente! para decirme que me acerque al
Colegio de Abogados. A ver, que puedo ser una mujer maltratada, no tonta –
pensó Nakia.
Así
que llamó a un conocido suyo abogado quien aceptó acompañarla en este caso
judicial.
En
esa semana, él la llamó y le dijo:
—Nakia,
he estado en el juzgado. No podemos llevar testigos al juicio porque todo el
mundo le ha dicho a la Guardia Civil que no han visto nada.
Esto
le dolió a ella más que las bofetadas.
—Como
son tus amigos, ¿puedes hablar con alguien para convencerle de que digan la
verdad? – preguntó el abogado.
—No.
¡Lo que me faltaba! ¡Tener que convencer a la gente de decir la verdad! ¡Insólito!
Nada. Llevaré el parte de lesiones y las fotos – respondió Nakia.
Nadie
le había socorrido en los maltratos. Todos negaban haber visto la discusión. Nakia
concluía:
—Ahora
entiendo cuando salen en los telediarios las noticias de las personas que
intervienen en este tipo de peleas. Pensamos que lo normal es mediar, pero no,
la gente se hace la sueca. Por eso, cuando alguien se interpone, es una
noticia, por no decir casi un milagro – resumía Nakia en sus pensamientos.
Todos
estos agravios emocionales no te los comentan en las campañas de “¡denuncia,
denuncia!”; la pérdida de quienes crees que son tus amigos, el sentirte sola,
la preocupación de si todo saldrá bien o no…, esas cosillas.
Llegó
el día susodicho. Finalizando el proceso, Nakia se sorprendió cuando la fiscal solicitó
la absolución. Sí, querido lector, has
leído bien “la”, una mujer.
—
¡Qué raro! Si la fiscal y el abogado defensor piden ambos la absolución ¿se
queda absuelto? Menos mal que traigo a mi abogado que reclama la condena… Si
no, ¿quién paga las costas del juicio? – se planteaba Nakia.
¡Ay, amigo lector! Las pirulillas del
mundo judicial tampoco te las comentan en las campañas “¡denuncia, denuncia!”.
Todo
tenía una explicación. Al cabo del mes, aproximadamente, Nakia recibió la
sentencia en primera instancia. Misterio resuelto. Todas las conjeturas
encajaban. Eran familia. ¿Cómo te has
quedao, amigo lector? ¿Te imaginas? ¿Fiscal, abogado defensor y acusado
apellidándose igual? ¿Lo flipas? Pues igual que lo flipó Nakia. Una manera
de que no condenen a un acusado es solicitando la absolución ambas partes. Si
ninguna parte ve el delito… Y como en todos los gremios, algo de
corporativismo, del “hoy por ti y mañana por mí”, o “me debes un favor de la
otra vez”, o “hazme este favor y luego te lo debo”… es posible que exista. En el mercado laboral se llama networking o sinergias entre profesionales. Vamos;
mamoneo, pelotas y lameculos. De toda la vida y como en todas partes. Claro,
por trabajar juntos tantas horas, por haber estudiado en clase durante la
carrera univeritaria, por ser amigos de vinos… Estas jugadas no te las comentan en las
campañas “¡denuncia, denuncia!”. La suerte fue que Nakia llevó a su propio
abogado al que tuvo que pagar. El posible desembolso económico que conlleva un
juicio tampooooco aparece en las campañas “¡denuncia, denuncia!”.
Finalmente,
Marte fue condenado a una ridícula multa en sentencia firme.
Nakia
se juró que nunca más pisaría un juzgado a no ser que ella se tuviese que
defender de las acusaciones de alguien. Por lo demás, aquella experiencia le
dejó claro que denunciar no sirve para nada. Es más, en todas las tertulias de
estos temas, desaconsejaba denunciar. Era su opinión basada en su propia
experiencia.
Sea
como sea, las órdenes de alejamiento son temporales. La cárcel, también. Así
que tarde o temprano sigues viviendo en el miedo. El maltratador suelto y la
víctima escondida en su casa. Siempre te puedes mudar a Honolulú. Hay mucho
mundo pa’ correr. No es una cobardía. ¿Estarías dispuesto a salir corriendo y
dejarlo todo? Quizás, según se mire, es incluso una valentía.
Las
leyes están para juzgar los delitos cometidos, no para prevenirlos.
Nakia
estaba convencida de que las leyes de violencia de género, machista, doméstica
y demás, no juzgan el delito:
—Juzgan
el grado de relación que tiene la víctima con el agresor. Un puñetazo es un
puñetazo. Legalmente duele menos si te lo da un pardillo que si te lo propina
tu pareja, aunque te cosan cinco puntos de sutura en urgencias. Si es tu media
naranja, va a pringar más que el pardillo cabrón ¿Acaso tengo yo la culpa de
que me pegue un gilipollas en lugar de mi marido? A uno le ponen una multa y al
otro le caería una orden de alejamiento, o a saber. Total, ¿yo qué gano? El
puñetazo me lo he llevado puesto. Tarde o temprano tendría que huir de uno o de
otro – reflexionaba Nakia – no le encuentro la lógica.
Las
campañas feministas invitan a las mujeres a denunciar desde el más simple
piropo hasta el más vil asesinato. Pero entre una cosa y otra, hay muchos
tintes y muchos grados de agresión o maltrato. De ahí las distintas penas. No
es la misma condena por un piropo ofensivo que por un palizón. Nakia pensaba:
—En
consecuencia, las campañas “¡denuncia, denuncia!” deberían explicar con más
detalle todas estas cosas que se callan. Hacen creer a las mujeres que ante la
más mínima ofensa pueden denunciar y que su maltratador o agresor va a
desaparecer de sus vidas y no las va a molestar más. Eso no es verdad. Salvo si
te vas a vivir a Honolulú, por supuesto.
Este
era uno de los motivos por los que Nakia no denunció a la primera. Algunas
amigas le animaban a ello. Otras, por el contrario, le preguntaban:
—Por
tres bofetones ¿te vas a meter en líos de abogados, juicios y todo eso? No
merece la pena. Te vas a llevar más disgustos que soluciones.
No
se equivocaron, no.
Después,
mucha gente le reprochaba:
—Tenías
que haber denunciado a la primera.
¿Sabes, querido lector, por qué Nakia
no denunció a la primera? Te lo cuento.
En
las campañas “¡denuncia, denuncia!” te incitan tanto a eso, que parece que
todas las mujeres tienen una comisaría debajo de su casa.
Nakia
vivía en un pequeño pueblo. El cuartel de la Guardia Civil se encontraba a
cuarenta kilómetros. Recorriendo su ida y su vuelta, claro. El cuartelillo
abría por las mañanas de nueve a dos, salvo los días de Navidad, Año Nuevo y
Reyes. Nakia trabajaba. Tenía que recorrer ochenta kilómetros para poner una denuncia.
Decidió posponerlo hasta el domingo. Su marido se quedaría en casa cuidando a
los pequeños mientras ella hacía el viaje y la gestión. También evitaría justificar
una ausencia en su trabajo. Ella era afortunada por tener coche y carnet de conducir. Otras mujeres no.
Sin
embargo, desde el lunes por la tarde, cuando aconteció el primer hecho, hasta
el domingo por la mañana, Nakia ya se había habituado al morado de sus
mejillas, a las miradas indiscretas, a los comentarios inoportunos, a sentirse
en el punto de mira, a esconderse. Había vuelto a sus rutinas de trabajo y de
casa. Había asumido y aceptado esa situación. Los golpes duelen en el momento.
Luego sigues siendo “normal”. Y en esa normalidad, justificó simplemente con la
pereza la omisión de denunciar.
A
fin de cuentas, si su maltratador volvía a molestarla, ella huiría al paraíso, Honolulú.
A
posteriori, cuando hablaba de este tema con sus amigas, afirmaba:
—Las
campañas “¡denuncia, denuncia!” no te informan de quién tiene que asumir las
costas del juicio. No te informan de si tienes derecho o no a un abogado de
oficio y cómo solicitarlo. No te informan del desgaste emocional que supone la
espera y el proceso del juicio. No te informan del corporativismo en el gremio
judicial.
Nakia
proseguía:
—Parece
que te dicen “¡denuncia!, que vas a ganar sí o sí, por tu cara bonita y de
gratis”, cuando lo que deberían decir es “¡denuncia!, pero a lo mejor no ganas
el juicio, y a lo mejor tienes que soltar pasta”. Esa es la realidad. Eso es
por lo que la gente no denuncia. Picas en la primera, pero ya no te pillan en
la segunda. Así que, tía, si tienes la desgracia de que “te toca”, primero
infórmate y asesórate y, luego ya, si eso… denuncia. No todo es tan fácil, tan
bonito ni tan idílico como lo pintan.
Más
aún, Nakia añadía:
—Infórmate
con los profesionales, expertos y entendidos en la materia de toda la vida;
abogados, mujeres con situaciones similares, profesores en Derecho… No recurras
a las asociaciones que se denominan feministas. No van a luchar por tus
derechos, oportunidades, esfuerzo ni méritos. Esas solo saben recibir dinero
para ir a ponerse en bolas en las manifestaciones habiéndose dejado largos los
pelos del sobaco para enseñarlos, pintar coños en las pancartas y soltar la
chorrada de que hay que decir “todos y todas” e inventarse el “todes”. No me
representan. No entienden el sufrimiento de las mujeres maltratadas. No tienen
empatía. Ellas solo saben estar en sus despachos soltando rollos y discursos
idealistas. Diseñar folletos informativos con mensajes soñadores y bucólicos.
Luego, eso sí, vas a informarte y te derivan al Colegio de Abogados. ¡Manda
huevos!
Nakia
estaba a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, a favor de la
eliminación, no solo de la violencia contra la mujer, sino de toda la
violencia.
Cada
caso de violencia es un mundo, es diferente. Por este motivo, no se pueden
crear campañas tan generalistas. Llevan a confusión cuando descubres que no se
ajustan a la realidad legal. Se oye decir muchas veces que, con el simple testimonio
de la víctima, el acusado es condenado. De hecho, existen denuncias falsas (eso me da para otro relato, querido lector)
de mujeres que se creen que esto es así. Nakia tuvo que demostrar con pruebas
la culpabilidad del hijoputa. Sin embargo, ella está segura de que si no
hubiese ido acompañada de su abogado, habría perdido.
Nakia
huye a su casa cada vez que se encuentra con su maltratador. No descarta, algún
día, escapar a Honolulú.
Fragmento inspirado en la canción Salir corriendo de Amaral.
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