45. El crimen de Doña Reme

Tiempo estimado de lectura: 5 minutos.

Nakia se reunió de nuevo con sus amigos en una casa rural situada en un punto intermedio entre su ciudad de origen y la ciudad andaluza.

La casa rural era de piedra antigua, ubicada en medio de una finca y rodeada de olivos. Constaba de dos plantas; la planta baja donde se encontraba la cocina y el salón-comedor, y la planta primera donde se encontraban las habitaciones con sus respectivos baños.

De la planta baja nacían unas escaleras hacia un sótano. La valla de hierro de dichas escaleras estaba cerrada con un simple cerrojo, indicando que no se debía acceder al mismo.

   En ese sótano vivo yo – dijo Eusebio – Aunque accedo desde el exterior de la casa.

Eusebio era el guardés de la finca. Además de vigilar los terrenos, estaba al tanto de que los huéspedes alquilados no se desmadrasen. Era un hombre cincuentón, flaco, de piel morena, seca y arrugada por el sol.

La cuadrilla de Nakia no tenía referencias de la casa. Diego había reservado a través de una web llamada “casas con encanto”.

Ricardo, el dueño de la casa, le indicó  que cogiesen la llave que se encontraba debajo de una maceta con geranios. Sin embargo, cuando llegaron, Eusebio estaba ahí para hacer entrega de la llave y darles la bienvenida.

Mientras les mostraba la casa y les explicaba el funcionamiento de la calefacción, Eusebio comentó por encima, que el dueño de la casa provenía  de una estirpe de forenses que ejercieron como tales desde el s. XVIII.

   Ellos saben mucho del cuerpo humano, tanto vivo como muerto – dijo.

La frase sonó algo inquietante.

A la hora de cenar, Nakia y sus amigos degustaron una cata de quesos. El queso numerado como el cinco, les sabía raro. Sin embargo, Sergio opinó que estaba exquisito y abusó un poco de su consumo. Más tarde, Nakia acompañó a Sergio a urgencias, ya que al rato de la degustación se encontraba mal, con vómitos y hormigueo en las manos.

Mientras esperaban en la sala de urgencias, escucharon a tres enfermeras comentar que, hacía escasos días, Doña Reme había sido encontrada muerta con evidentes signos de violencia. Le habían abierto la cabeza con un hacha. El asesino aún andaba suelto. En el pueblo se rumoreaba que el criminal era “de fuera”. Eso les asustó un poco a Sergio y Nakia. Él intentó bromear para tranquilizarla.

En ese momento apareció el médico.

   Bueno, ya están los resultados de la analítica – respondió – parece que hay ligeros índices de aconitina, un veneno.

   ¿Cómo? – preguntó Sergio.

   ¿Qué has comido o bebido? – preguntó el doctor.

Así que Sergio le enumeró la lista de todo lo que había tomado aquel día. Todo lo habían comprado en un conocido supermercado de la ciudad andaluza antes de salir. Después de tres horas en el centro sanitario inyectándole medicamentos, le dieron el alta y volvieron a la casa rural.

   Oye , Sergio ¿has oído lo que hablaban las enfermeras del crimen de Doña Reme? El asesino no ha sido capturado ¿Y si nos han tratado de envenenar con el queso? Tú te has puesto las botas con el cinco, los demás apenas lo hemos probado.

   Anda, anda, acuéstate – le respondió Sergio – ¡no tienes fantasía!

Cuando llegaron, el resto estaba esperando con preocupación. Nakia les contó lo del crimen de Doña Reme y sus sospechas acerca del envenenamiento, supuestamente, del queso cinco. Al mismo tiempo, buscó en Internet la aconitina. Se trataba de un veneno difícil de detectar en las autopsias, sin olor ni sabor distintivo y que actuaba rápido.

Al día siguiente, todos se fueron de excursión, excepto Sandra que se quedó corrigiendo una pila de exámenes que se había traído a la escapada rural. Era profesora de FP y tenía que entregar las notas el lunes. Así que aprovechó la soledad de la casa para corregir los exámenes en el salón, junto a la chimenea.

De pronto, le pareció escuchar ruidos metálicos, como cadenas, provenientes del sótano. Se asomó a la escalera. La valla continuaba cerrada. La escasa luz natural que iluminaba la puerta de abajo, parecía indicar que éste estaba cerrado.

   Será Eusebio, el guardés, que vive ahí – pensó Sandra.

Volvió a sentarse junto a la chimenea. De vez en cuando, escuchaba los ruidos que eran frecuentes pero discontinuos, con diferente intensidad y distinta duración.

Sandra se levantó hacia la cocina a prepararse un café y se encontró a Eusebio en el quicio de la puerta, mirándola en silencio.

   ¿Este tío que hace aquí dentro de la casa? – se preguntó.

Leyéndole el pensamiento y antes de que ella preguntara, Eusebio contestó:

   Vengo a coger una sartén grande. Aquí, los misterios no suceden arriba, sino abajo – dijo señalando con los dedos índices hacia el suelo.

Y se marchó sin que Sandra pudiera preguntarle más. Como se asustó por esta segunda frase inquietante, decidió coger los exámenes y encerrarse en su dormitorio a corregir.

El resto del grupo regresó casi de noche.

Las chicas discutían sobre si había que lavar o no las pechugas de pollo antes de freírlas. Sandra apareció y les narró, un poco alterada, lo acontecido en la casa durante el día.

Mientras ponían la  mesa, uno de los chicos descubrió, en una vitrina, una llave grande antigua y oxidada. Dedujeron que pertenecería a la puerta del sótano. Decidieron bajar todos juntos, a pesar del riesgo de ser sorprendidos por Eusebio. Efectivamente, la puerta se abrió con total facilidad.

Tras la puerta, había una enorme sala con una camilla metálica, un mueble en cuya encimera había dos bisturís enmohecidos, unas tijeras, un hacha y un frasco etiquetado con “aconitina”.

En la pared, colgaba un tablón con recortes de periódicos de mujeres asesinadas en la zona en tiempos anteriores. Sobre la camilla metálica había una carpeta cerrada en cuya cubierta estaba escrito “crímenes sin resolver”.

Nakia abrió la carpeta  y vio la foto de una mujer con un hacha clavada en la cabeza. Exactamente igual que el hacha que acababan de encontrar. En el subtítulo de la foto se leía …“Doña Reme”.  Se le escapó un grito ahogado y comentó su hallazgo a los demás. Debajo de esa carpeta había otra que ponía “Exámenes por corregir 2ºB”

   Sandra, mira – le indicó Nakia.

   ¿Qué hace aquí mi carpeta? Si yo la había dejado en mi habitación. Juro que no he estado aquí antes – afirmó Sandra.

Empezaron a preocuparse. La preocupación se convirtió en pánico cuando Sandra abrió su carpeta y encontró, en lo alto de la pila de exámenes, el certificado de defunción de Eusebio García López, fallecido el 8 de agosto de 1924, con la foto del guardés.

Subieron todos a las habitaciones y durmieron con las llaves echadas.

Al día siguiente, Diego llamó al dueño para acordar la entrega de la llave.

   Déjala donde la encontrasteis. Debajo de la maceta de geranios – indicó Ricardo.

   ¿No se la entrego al guardés? – preguntó Diego.

   No hay guardés en la finca ¿Por qué? ¿Habéis visto a alguien merodeando por allí? – preguntó Ricardo, lógicamente preocupado por el asesino sin capturar de Doña Reme.

   No – respondió Diego – Pensábamos que en el sótano vivía un guardés.

   En el sótano, si hay algo… serán espíritus mutilados, ¡ja, ja, ja! – rio a carcajadas Ricardo.

Comentarios