43. Miloko
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minutos.
A Nakia le gustaba ir de vez en cuando a las rebajas en
enero y agosto. Siempre se daba una vuelta por las tiendas a ver si caía algún
pequeño capricho; un pantalón, una falda, una camiseta… cualquier cosa le
vendría bien.
En una ocasión, sucedió que tenía una boda en septiembre.
—Me compraré en las rebajas una falda roja, que me pondré
con la blusa blanca de volantes y con el juego de bolso y zapatos rojos –
decidió.
Sin embargo, por más que recorrió las tiendas, no
encontró lo que necesitaba. Encontró una falda de Gucci que, aun estando
rebajada, cuadruplicaba el presupuesto que ella tenía intención de gastarse.
Así que optó por comprarse una falda de una marca muy normalita del mercado a
su precio habitual de temporada.
Cuando sucedió lo de Marte, Nakia dejó de salir sola a la
calle por temor a encontrárselo. Su pueblo era muy pequeño y al no tener orden
de alejamiento…
Iba a la panadería, se lo encontraba.
Iba a la farmacia, se lo encontraba.
Salía a correr, se lo encontraba.
Asistía a un acto cultural, se lo encontraba.
Salía con su marido a tomar una cerveza, se lo
encontraba.
Por tanto, concluyó que la mejor manera de no
encontrárselo era no saliendo.
—Hazte con un perro – le sugirió Rosa – Ve con tu perro a
todas partes. Al menos, si te lo cruzas, te sentirás protegida.
Le pareció una idea estupenda. Una mascota. Un animal a
quien dar amor, cariño y cuidado y, a cambio, recibir su lealtad y protección.
El fin de semana se dio una vuelta por las diferentes
protectoras cercanas.
En general, todo lo que encontró no cubría su necesidad
de protección.
Había chihuahuas, yorkshires, perros-salchicha, caniches,
beagles y otras razas pequeñas que, si su maltratador les daba una patada saldrían
volando. Además, no le gustaban los perros pequeños, los perros falderos. Le
mostraron un Cotón de Tuléar blanco muy alegre que la miraba muy contento
moviendo su rabo. Entonces, Nakia recordó una conversación con Iván en una
boda. Estaban bailando copa en mano cuando Iván le preguntó:
—Nakia, ¿sabes por qué a los perrillos falderos se les
llama así?
—No. ¿Por qué? – respondió ella.
—Porque en la antigüedad buscaban las faldas de sus amas.
Las aristócratas, las nobles, las de la realeza, vamos, las ricachonas de
entonces tenían un perrillo que se ponían sobre su regazo para que les
calentara las piernas, como no había brasero en todas las estancias… También se
lo ponían sobre los pies para que los calentaran. Eso es lo que pone en
Internet.
—Ah, muy bien. ¿Cuántas copas llevas, Iván? – preguntó
ella.
—Pocas. Atiende que ahora te voy a contar lo más
interesante – prosiguió él.
—A ver – dijo Nakia poco expectante a lo que le contaría
Iván con su lengua algo trabada.
—En realidad, cuando estas tipas paseaban por el Palacio
de Versalles… ¿Tú sabías que en el Palacio de Versalles no hay cuartos de baño?
– preguntó.
—No, no lo sabía.
—Pues en el Palacio de Versalles, por ejemplo, no había
cuartos de baño. Entonces las reinas, princesas, emperatrices y toda esta gente
fina, iban paseando por los jardines. Cuando les entraban ganas de mear, se
arrodillaban sobre el césped y meaban, entonces metían al perrillo debajo de la
falda y les limpiaba mediante un cunnilingus – explicó él.
—¡Anda ya, Iván! ¡Pocos whiskies llevas tú! ¡Qué cerdada
te estás inventando! – exclamó riéndose ella.
—Es verdad, coño. Y cuando cagaban, lo mismo. Por eso los
perrillos siempre pululaban alrededor de las faldas de sus dueñas, buscando qué
lamer. Y como siempre iban cubiertas con sus faldas, podían hacer sus
necesidades en los jardines, en los pasillos o donde les pillara. El Palacio de
Versalles era enorme y si les entraba un apretón, no les daba tiempo de llegar
al jardín. En aquella época tampoco había fregonas para recoger todo el pisto,
y no había baños para limpiarse. Así que los perrillos falderos se ponían las
botas.
—Eso tiene que ser una leyenda urbana – sugirió ella.
—No. Seguro que cuando se los ponían en los pies para
calentárselos, más de una abriría las piernas y dejaría que el perrillo
escalase hasta su chichi para darse un ratillo de gusto.
—Joder, Iván, qué imaginación tienes – reprochó ella.
Aunque no le dijo que se imaginaba a María Antonieta espatarrada sobre el
césped de Versalles tal cual Shakira o Becky G en TQG arrodilladas sobre la
arena.
—Pues ahora vas a encontrar más lógica. En el
sadomasoquismo, existe un juego sexual en el que la dominatrix lleva a un tío
atado como si fuese un perro. Eso es para evocar precisamente el empoderamiento
y dominio de la mujer, como en aquella época, sobre la sumisión y súplica del
hombre que simula ser un perro como los perrillos falderos. Por eso, también, la
dominatrix se orina en la cara del tío disfrazado de perro – le ilustró Iván.
—Yo no controlo de sadomasoquismo – confesó ella.
—Ya, pero ¿a que me has entendido? – preguntó
susurrándole al oído.
—Sí, sí, claro – afirmó ella abriendo su espacio personal
y mirando a Iván a los ojos.
—También tenemos otro tipo de perros más grandes y
protectores – le dijo el hombre del refugio despertándola de su ensimismamiento
– los mal denominados “perros potencialmente peligrosos” como pitbulls,
rotweilers, dóbermans y razas similares.
Nakia no los quería para ella ni para sus hijos. Al
contrario, no se sentía nada protegida con ese tipo de perros en la convivencia
diaria.
Le ofrecieron un perro ciego. Pobrecito. Le dio lástima
pero ¿cómo iba un perro ciego a defenderle si no veía quién estaba atacándola
ni sobre quién debía abalanzarse el animal?
Le invitaron a quedarse con otro perro que le faltaba una
pata y no podía correr. Le daba mucha pena pero, aquel can, tampoco podría
protegerla como ella deseaba.
Otro había sido maltratado y, en consecuencia, era muy
asustadizo.
—Madre mía. El perro acojonado igual que yo – pensó.
Finalmente, tras recorrerse cuatro protectoras, ninguno
le encartaba. Allí había lo que nadie quería. La mayoría habían sido
abandonados por peligrosos, por enfermos o, simplemente, porque molestaban. De
hecho, las protectoras estaban hasta arriba porque había pocas adopciones y
mucho abandono. Nakia pensaba que la sociedad buenista fomentaba la adopción
animal, pero no todo el mundo estaba preparado para adquirir una mascota. El
hecho de adquirirla gratis también fomentaba, en su opinión, el abandono.
Aquello que es gratis y no cuesta dinero es más fácil de desprenderse de ello,
puesto que no pierdes nada. Si la gente comprase un perro por necesidad, no lo
abandonarían tan fácilmente. Además, quienes comprasen un perro es porque, en
principio, tienen poder adquisitivo para mantenerlo, ya que también existe un
porcentaje de dueños que adoptan un perro y, posteriormente, ven que su poder
adquisitivo no llega para su manutención, vacunas, veterinarios, etc. La gente
se lo pensaría dos veces antes de comprarlos, y antes de abandonarlos.
Si solo quieres una mascota para dar amor, cualquier raza
y tamaño te vale. Pero si quieres una mascota para cubrir una necesidad
terapéutica, de protección y seguridad, de caza, de adiestramiento especial, de
pastoreo, etc., no vale cualquier perro, si no uno que cubra esa necesidad. Esta
situación se le asemejaba a las rebajas , vamos, la falda roja para la boda que
no encuentras en las rebajas porque quedan los modelos y las tallas que los
consumidores no han comprado en temporada.
—Yo necesito un perro grande, potente, duro, con
mandíbula – pensaba.
Casualmente, tres semanas después, hablando sobre temas
diversos con un cliente, ella le preguntó:
—¿Y qué actividad es esa que realizas en tu tiempo libre?
—Crío huskies siberianos. Tengo un campo y me dedico a
criarlos. Me encanta esa raza. Son muy bonitos y elegantes. En la convivencia
son amigables, cariñosos y serviciales. En cuanto a protección son
inteligentes, están siempre atentos y en alerta. Son fuertes, resistentes,
robustos y enérgicos. Además, son muy respetados por su apariencia similar al
lobo – explicó el hombre.
—Un perro así necesito yo – dijo Nakia.
—En mi opinión, el mejor perro. Claro ¿qué voy a decir
yo? Tienen mucha personalidad, son guardianes y protectores – terminó de
convencer a Nakia – En tres semanas, mi perra tendrá una camada. Si quieres
alguno te puedo dejar precio especial, por ser tú.
Después de unos pocos meses de amamantamiento, trámites
de registro y vacunas, Nakia adquirió a Miloko.
Miloko alcanzó una apariencia adulta en pocos meses. Le
acompañaba a todas partes. No hay mucho que describir. El aspecto de lobo
respetable con dientes afilados, ojos azules profundos e inundados de cariño.
Esa mirada es la que hizo que Nakia le eligiera de entre toda la camada.
Nakia se empezó a sentir segura y salvaguardada. Todos
sus paseos con Miloko eran pequeñas aventuras compartidas llenas de anécdotas e
historietas. Ella le entrenaba para que le protegiera. Miloko permanecía
siempre a su lado, en alerta y listo para defenderla. Su lealtad era
incondicional, como el amor de una madre por sus hijos. Miloko se volvía loco
de alegría cuando Nakia entraba por la puerta de casa al regresar de trabajar
(de ahí su nombre). Cuando Nakia se sentaba a ver la tele, Miloko ponía la
cabeza sobre sus rodillas y se dejaba acariciar. Miloko era muy inteligente y
percibía cuándo su dueña estaba triste o preocupada. Entonces él le lamía
cariñosamente para tranquilizarla y reconfortarla.
Nakia sentía que el amor incondicional de Miloko era un
regalo de la vida, algo incomparable a cualquier otro tipo de amor. Miloko
también la protegía del miedo, de la soledad y de aquellas emociones negativas
que invadían el alma de Nakia en ocasiones. La conexión entre ellos era muy
profunda.
Nakia fue muy feliz con Miloko y se pavoneaba por su pueblo
sintiéndose orgullosa, valiente y poderosa. Hasta que llegó el día en que ya no
lo podía llevar a la panadería, ni a la farmacia, ni al ayuntamiento a hacer
una gestión porque la ley prohibía dejarlo atado fuera y, generalmente, en estos
sitios no permitían la entrada al animal. De nuevo, comenzó a delegar en su
marido los pequeños recados prescindibles y no urgentes. Ella solo salía para
ir a trabajar, ir al médico e ir a pasear con Miloko.
El miedo, otra vez, volvió a aparecer en la vida de Nakia.
Relato inspirado en la canción “Gracias por elegirme” de
Los Secretos.
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