11. Una retirada a tiempo
Eran tiempos del Covid.
Nakia reenvió un mensaje de WhatsApp. Un integrante del grupo comentó que eso
era un fake.
Esto le dolió a Nakia en
el alma. Primero, porque esa persona la estaba contradiciendo y dejando en
evidencia por la metedura de pata, por la cual Nakia pidió disculpas en el
grupo. Segundo, porque ella estaba convencida de que ese mensaje era cierto.
Esta situación le recordó el acoso de Luis. Dicho acoso nunca lo había comentado
con los amigos de este grupo, así que le tocó morderse la lengua para no
discutir.
—Éste no tiene ni idea.
Vive en los mundos de Yupi. Él vive en su felicidad convencido que así vive el
resto de la humanidad – pensó Nakia entre dolida y rabiosa.
Su colega desconocía
todo lo que había penado Nakia durante tres años. Tres años cuyo inicio se
solapó con el maltrato y juicio de Marte.
Nakia tenía una gata
llamada Colorín, pues al principio pensó que era macho. Colorín se paseaba por
todos los patios del vecindario. Con el tiempo, comenzaron a aparecer más gatos
por los patios. No eran de ella, pero su vecino de tres puertas más abajo, el
policía amargado, intuyó que esos mininos eran los cachorros de Colorín. Nakia
le tenía asignado ese calificativo porque era un hombre que andaba siempre
cabizbajo, rehuía las miradas de la gente, hablaba muy bajito alguna escasa vez
que saludaba y se enredaba a la hora de entablar una conversación. Parecía una
mezcla entre huraño y atontolinado. En realidad, un infeliz. No tenía amistades
en el pueblo.
La gata comenzó a
ausentarse por períodos de tiempo cada vez más largos. Desaparecía tres o
cuatro días, hasta que un día ya no regresó. Nakia pensó:
—Habrá conocido a un
felino bribón que la ha cautivado – y se reía ante tal idea.
Cuando los otros gatos
se dejaban caer por el patio de su vecino, el hombre los espantaba y ahuyentaba
de todas las maneras que se le ocurría. Se quejó a Nakia en varias ocasiones.
Ella le contestó que esos animales no eran suyos y, por tanto, le daba igual lo
que hiciera con ellos. Cuando no eran unos, eran otros. Los patios empezaron a
llenarse de gatos callejeros que, de vez en cuando, desaparecían y volvían al
tiempo.
Luis, así se llamaba su
vecino, el policía amargado, estaba harto de que esa invasión felina no tuviese
una solución por parte del Ayuntamiento ni de Nakia.
Así que en el clímax de
su cólera, no se le ocurrió mejor idea que escribir un email a Nakia diciéndole
que le iba a hacer la vida imposible ya que él era policía y le podía fastidiar
todo lo que quisiera. En ese escrito se dirigía a ella de un modo totalmente
despectivo y machista, calificándola de maruja, pueblerina, cateta, ignorante y
cosas por el estilo.
Nakia envió dicho email
impreso en papel, junto con un escrito, a la comisaría de policía donde
trabajaba Luis. En dicho escrito, solicitaba al Inspector de Policía la
aclaración de algunas frases que ella decía no entender. Señaló algunas
oraciones y palabras, principalmente las amenazantes, con un marcador
fosforito.
Se lio parda. Al
parecer, el Inspector de Policía llamó la atención a Luis. El Inspector se puso
a disposición de Nakia ofreciéndole cualquier tipo de ayuda si se sentía
amenazada o puteada por Luis. No lo expresó exactamente con dichas palabras.
De vez en cuando, Luis
le escribía emails “oficiales” diciéndole que habían recibido quejas de los
vecinos porque Nakia ponía la música a todo volumen, porque el jardín delantero
de su casa estaba muy sucio, porque cuando regaba los arriates encharcaba la
acera de uso público, porque hablaba en un volumen muy alto cuando se relajaba
en el patio, etc. Quejas que nunca recibió Nakia directamente de parte de sus
vecinos.
Nakia no se achantaba y
se presentaba a hablar con el Inspector a pedir explicaciones ya que a ella
nadie le había dicho nada y, le parecía mucha casualidad, que siempre fuese
Luis y no otro policía quien redactase dichos comunicados.
Así estuvo el primer
año. La cosa no pasaba de ahí. Luis le escribía, ella se quejaba y el Inspector
le daría un toque de atención. Al menos, eso suponía ella. En el fondo, a Luis
le jodía que su Inspector se posicionara de parte de Nakia. Esto hacía que
creciera su odio interior.
Nakia aparcaba su coche
en el garaje todos los días. Justo en frente, al salir, una señal de tráfico le
obligaba a girar a la derecha.
Una mañana, yendo a
trabajar, salió de su garaje, torció a la derecha y se encontró con un
dispositivo policial. Luis le multó por llevar los neumáticos desgastados, 200
euros por rueda. Nakia hizo fotos de las ruedas e incluso fue a la ITV a que le
certificasen que los neumáticos estaban en buenas condiciones. Abonó los
servicios de la ITV. Fue a hablar con el Inspector y, ¡oh, sorpresa!, no estaba
el de siempre.
—Buenos días. Vengo a
hablar con el Inspector – solicitó ella.
—Soy yo – contestó el
hombre uniformado.
—Ah, no es usted con
quien suelo hablar – respondió ella con tono de decepción.
—Sí, mi compañero se
jubiló hace quince días y ahora soy yo quien ocupa su puesto – explicó el nuevo
inspector amablemente.
Así que Nakia le contó
toda la película y salió satisfecha de haber puesto los puntos sobre las íes,
ya que este señor tan amable le dijo que haría todo lo que estuviera en su
mano. Al mes, recibió de nuevo la multa con recargo por no haberla abonado en
el plazo estipulado. Allí se presentó de nuevo, y el inspector le explicó que
Luis llevaba razón y Nakia había sido multada por una falta leve.
—No me puedo creer que
este tío gilipollas le dé la razón a este mindungui – pensó indignada Nakia,
quien tuvo que abonar la multa.
Otra mañana, cuando
también se dirigía a trabajar, le volvió a suceder lo mismo. En esta ocasión
Luis le multó por llevar fundido el faro delantero derecho. Otros 200 euracos.
Se repitió la misma operación. Nakia fue a hablar con el nuevo inspector que le
dijo que haría todo cuanto estuviese en su mano, y posteriormente le volvió a
llegar la multa con recargo por no haber pagado en el plazo establecido.
El asqueroso y
gilipollas de su vecino le multó por llevar una abolladura, otro día un
arañazo, otro día dijo que le pareció ver que se estaba colocando el cinturón
de seguridad en ese instante, otro día dijo que le pareció verla hablar con el
móvil, otro día que la matrícula estaba muy sucia y no era legible para el
resto de conductores y peatones, otro día dijo que Nakia llevaba un brazo por
fuera de la ventanilla, otro día porque llevaba la música muy alta, otro día
porque decía que había tocado el claxon sin motivo, otro día dijo que le había
visto morderse las uñas… Las multas oscilaban entre importes desde los 80 a los
500 napos.
Nakia recurría las
multas acompañadas de escritos explicativos en los que aclaraba que Luis le
acosaba, que siempre era él quien la multaba, que era su vecino de calle y
habían tenido discrepancias vecinales, etc. Sin embargo, esto no llegaba a
ninguna parte, pues a Nakia la multaban de todas formas.
—Algo raro pasa aquí –
pensaba —Debo ser la ciudadana del municipio con más multas. Siempre es la
palabra de Luis contra la mía y el inspector le apoya a él.
Decidió dirigirse a
otras esferas más altas, avisando de que se sentía acosada como mujer y como
ciudadana. Incluso escribió al presidente de su comunidad autónoma como el más
alto cargo responsable de este tío. Las respuestas que recibía iban en la línea
de que “simplemente, se están aplicando las leyes y las normativas vigentes”.
Nakia empezaba a estar
un poquito desesperada. Esto le suponía un desembolso económico considerable y
un desgaste emocional brutal. No podía ir en contra del sistema. Era la palabra
de un poli contra la suya y no podía hacer nada. Ya había recurrido a todos los
estratos de la organización.
A Nakia se le ocurrió
la idea de descargarse una aplicación móvil para grabar las conversaciones
cuando Luis le paraba. Ella sabía que iba a estar allí. Así que ponía el móvil
a grabar desde que arrancaba el coche en el garaje. Esas conversaciones le
servirían como prueba ante un juez, si tomara la decisión de denunciar. Mentalmente,
planificaba cómo podría ser el juicio y qué prueba podría aportar contra él.
Una tarde, casualmente,
leyó en el Facebook una noticia sobre la entrega de una medalla por mérito al
inspector de su comisaría. No podía dar crédito cuando leyó los apellidos. ¡Era
hermano de Luis! ¡Ahora entendía todo!
— ¡No me lo puedo
creer! ¿Cómo he sido tan tonta? – se preguntaba.
Al poco tiempo, siguió
recibiendo emails. Ahora habían aumentado la presión. Le informaba de que las
quejas eran acerca de sus hijos. Según él, se les veía por ahí haciendo
fechorías delictivas, corriendo por las aceras con las bicis atropellando a
peatones, maltrataban y destrozaban el mobiliario urbano, insultaban a la
gente, cruzaban por accesos indebidos, etc.
Incluso, llamaba a
Nakia al teléfono fijo de su curro diciendo que le llamaban de la comisaría,
viéndose obligada a dar explicaciones en su empresa de quién y por qué le
telefoneaba.
Así estuvo los dos años
siguientes. Con el añadido de la sugerencia policial de que le podían quitar la
custodia de sus hijos.
Como siempre, ella
comentaba con sus amigas lo que le sucedía. Ellas le apoyaban y le animaban a
que siguiera en su lucha.
Un buen día, hablando
con su amiga Rosa, ésta le preguntó:
—Nakia, ¿no te has
planteado cambiar de estrategia?
— ¿Cambiar de
estrategia? ¿A qué te refieres? – preguntó Nakia.
—Me refiero,
simplemente, a que una retirada a tiempo es una victoria. Yo sé que estás
empecinada en tu lucha por demostrar que tienes tus derechos como ciudadana, y
que este cabrón te está acosando. Pero no es fácil demostrar ante un juez dicho
acoso. Sí, tienes los emails y tienes las multas y, probablemente, seas la
ciudadana más multada del municipio, cosa que tampoco sabes a ciencia cierta.
Sin embargo, él puede llevar de testigos a otros colegas que testifiquen a su
favor, por no hablar del hermanísimo…, se llama corporativismo. Es súper
difícil que demuestres tu inocencia de esas multas porque, en muchas ocasiones,
es su palabra contra la tuya. Él está amparado por el principio de veracidad de
los agentes de la autoridad. Vamos, en mi opinión, creo que lo tienes muy
chungo. Y el juez debería considerar que todas esas “muchas veces” son un acoso
o no.
— ¿Y qué sugieres entonces?
¿Qué me calle y pague multas a cascaporrillo? No me da la vida. Ni el sueldo –
respondió Nakia.
— ¿Sabes qué haría yo
en tu lugar? – Cuestionó Rosa – Cambiar de hábitos.
— ¿Cómo cuáles? –
preguntó Nakia con curiosidad.
—Sencillo. ¿En qué te
ataca él? Con el tema del coche. Deja de utilizarlo. Ve andando a trabajar.
Acuéstate antes, madruga un poco y te vas caminando. Así de paso, haces
ejercicio en lugar de salir por la tarde a andar una hora. Matas dos pájaros de
un tiro: desplazamiento al trabajo y actividad física. Y de paso, le das en las
narices al hijoputa. Hazlo así muchos meses. Cógelo como costumbre. Cuando él
vea que ya no utilizas el coche dejará de instalar el dispositivo en la esquina
cada dos por tres. También puedes aparcarlo en otra zona fuera del garaje e ir
andando hasta el coche y de ahí al trabajo. O puedes pedirle a un vecino que te
lleve y le pagas la gasofa. No sé, busca opciones.
— ¿Y mis hijos para ir
al colegio e instituto? Ellos estudian en la ciudad– preguntó Nakia.
—Existen los buses.
Enséñales a moverse con ellos. Les puedes acompañar los tres o cuatro primeros
días para indicarles dónde deben subirse y dónde bajarse y después que vayan
solos. Así se espabilan. Es bueno para ellos – sugirió Rosa.
—No es mala idea – dijo
Nakia dejando entrever cierto interés – pero me jode ceder. Es como darle la
razón al asqueroso amargado.
Por otra parte, sentía
que muchas cosas que se consiguen en la sociedad poco a poco es gracias a
personas que luchan hasta el final. Incluso personas que dan la vida por los
derechos que posteriormente disfrutamos los demás. Si no fuese por ese tipo de
seres humanos, continuaríamos viviendo en la sociedad del s. XIV.
—Ése es el problema. Tú
sigues erre que erre en tu lucha. Él te está comiendo la energía, gastándote la
vida. Tienes que ser más feliz y disfrutar. Olvídate de él. Sé feliz tú con tu
familia. Disfruta de tu caminata al trabajo pensando en otras cosas. Ni
siquiera te regodees en la satisfacción de saber que ahora eres tú quien le
está jodiendo. Organiza mentalmente lo que tienes que hacer en tu trabajo,
piensa en lo que vas a hacer por la tarde, planifica tu fin de semana… Pasa de
él. “El mejor palo es el que no se da” “No hay mejor desprecio que el no
aprecio” “Una retirada a tiempo es una victoria”. Nakia, hay montones de
refranes que puedes aplicar en esta situación. Ponlo en práctica. Este tío te
está gastando – insistió su amiga.
Rosa llevaba razón. No
podía continuar así, pagando multas todos los meses. Algo tenía que hacer.
Nakia no sabía cómo no se había dado cuenta antes con lo resolutiva que era
ella en su trabajo. Siempre bajo el binomio problema-solución.
Ella tenía un problema
y, ya que la solución de las quejas y reclamaciones no le proporcionaba un
arreglo, era hora de tomar la decisión de aplicar otra alternativa.
Buscó en Internet toda
la información de horarios, bonobuses, paradas, etc. Acompañó a sus hijos los
cinco primeros días. Volvía a su pueblo en autobús e iba a trabajar. Una vez
que sus hijos aprendieron lo que tenían que hacer, ellos salían antes para ir a
la parada y Nakia, veinte minutos después se iba andando a su curro.
Al séptimo día de ir a
pie al trabajo, Nakia encontró a Luis en el dispositivo policial de la esquina.
Pensó en cruzarse de acera para pasar por delante de él pavoneándose con la
cabeza bien alta y plena de satisfacción.
—No – pensó – Si no me
ve, casi mejor. Cuánto más tarde en darse cuenta de que ya no conduzco, mejor
para mí. Gano tiempo en lo que pueda pasar – y siguió caminando por su acera.
Como bien le dijo Rosa,
intentó no pensar más en él en el resto del camino. Iba centrada en sus cosas.
Es cierto que con el paso de los días Nakia iba ganando en salud emocional.
Una mañana, abrió la
bandeja de correo electrónico y se encontró un email de su vecino, el poli
amargado, donde le avisaba de que el día anterior por la tarde había visto a su
hijo vaciando el contenido de una papelera sobre la acera.
—Bueno, ahora la va a
tomar con mis hijos – sospechó Nakia.
Así que se marcó un
órdago y respondió al email diciendo que era imposible que fuese su hijo ya que
se encontraba de viaje en el extranjero con el instituto y lo podría demostrar
si hacía falta con los billetes de avión y con el profesorado y alumnado del
insti. Mentira, pero necesitaba hacerle ver que ella sabía que él se lo estaba
inventando y que tenía pruebas para proteger a su hijo.
Nakia no tuvo que
insistir mucho para que sus hijos hicieran vida en la ciudad de origen de ella.
Guillermo y Jimena cursaban allí sus estudios y preferían la city porque había
muchas tiendas, parques, pistas deportivas y, en general, más vida que en el
pueblo. De lunes a jueves, asistían a extraescolares y estudiaban. Los fines de
semana salían por la ciudad.
Solo bastó cambiar unas
pocas costumbres y horarios para desaparecer de la vida de Luis. De vez en
cuando se lo encontraba en su calle. Ella dejó de saludarle. No necesitaba de
él. Si algún día lo necesitase como policía, ya sabía que no podría contar con
él, así que:
— ¿para qué mantener la
educación si en caso de necesidad me va a machacar? – se preguntaba a sí misma.
En ese momento, se dio
cuenta de que lo que le había sucedido con Marte, su maltratador, era muy similar.
Los jueces juzgan los hechos acontecidos, pero no previenen que los hechos
vuelvan a suceder. Solo tú, como persona, como individuo, debes ser prudente y
protegerte a ti y a los tuyos de los demás. ¿Que tienes que ir a vivir a otro
municipio? Será que no hay lugares en el mundo donde vivir lejos de los
desagradables ¿Que tienes que cambiar de trabajo, de costumbres, de amigos?
Pues se cambia.
Nos emperramos en echar
raíces en un lugar, cuando el planeta está repleto de lugares. Nos empeñamos en
que tenemos una casa, una carrera profesional, una familia, unos amigos… y no
queremos desprendernos de nada de esto. Hay medios de transporte, hay
tecnologías que nos acercan, hay momentos de la vida que merecen ser
disfrutados, unas veces en soledad, otras veces con más personas. Los amigos de
siempre, siempre van a estar ahí. ¿Qué sabes lo que te depara la vida? Hay que
vivirla y disfrutarla. La vida no es lo que está por venir, la vida es el
pasado y el presente.
Algunas personas pueden
creer que esta actitud es cobardía. Otras consideran que es la elección de
vivir, disfrutar y ser feliz.
Nakia regresó
mentalmente a su presente. Puede que el gobierno, el Covid y los bulos por las
redes sociales nos manipulen, pero nunca se debe olvidar que hay que intentar
ser feliz en las propias circunstancias de cada uno. Hay que luchar, sí. Pero
la decisión de parar y optar por la felicidad no es rendirse ni es cobardía. Al
contrario, es una forma de valentía menos agresiva y más asertiva. Se trata de
aprovechar la vida en lugar de gastarla. Consiste en pasar página.
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