33. Las meriendas indecisas
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Nakia recordó cuando los amigos de sus hijos venían a su casa a merendar.
Ella les ofrecía todo lo que tenía.
— ¿Queréis merendar? Os puedo hacer un bocadillo de salchichón, o de
chorizo, o de queso, o de jamón york… - proponía antes de un eterno silencio
para ella. Ante la cara de incertidumbre del amigo de su hijo, Carlitín,
continuaba sugiriendo:
—También tengo fruta: plátano, manzana, kiwi, mandarina…
Sin embargo, Carlitín se encogía de hombros y continuaba mirando a Nakia. Ella,
armada de paciencia seguía con la retahíla de los posibles manjares, optando
ahora por los dulces:
—Hay yogures, magdalenas, galletas de chocolate… Si quieres te puedo hacer
un bocadillo de Nocilla o prepararte un vaso de Nesquik.
—No sé – contestó Carlitín al mismo tiempo que expresaba un puchero con sus
labios.
—A ver ¿te gusta la Nocilla? – preguntó Nakia.
—Sí – contestó Carlitín.
—Pues te preparo un bocadillo de Nocilla – sentenció Nakia con decisión,
pero al mismo tiempo con la duda de si el chiquillo quería merendar realmente,
o no.
Este tipo de situaciones incentivaban a Nakia para educar a sus hijos en la
decisión.
—Cuando vayáis a casa de vuestros amigos y os ofrezcan merienda, decid lo
que queréis comer. Y si no os apetece, decid que no os apetece merendar, o que
ya habéis merendado previamente, o lo que sea. Pero no estéis en la
incertidumbre esperando a que su madre “adivine” lo que deseáis – les repetía
Nakia insistentemente.
—Cuando lleguéis a un lugar, saludad en un tono audible para que todo el
mundo allí presente se dé por saludado. Otra cosa distinta es que os devuelvan
el saludo. Vosotros saludad, que se os escuche. Hay gente que entra en una
tienda y dice “buenos días” sin que les oiga ni el cuello de su camisa. Hay que
mostrar seguridad y decisión en esta vida – Nakia les soltaba este rollo con la
esperanza de que, al inculcarles la seguridad y confianza al hablar, también
sembraría confianza y seguridad en ellos mismos, en su personalidad.
Estos recuerdos asaltaron la mente de Nakia mientras conducía su coche
escuchando en la radio un anuncio de una campaña feminista denominada “Solo el
sí es sí”.
Después de que Nakia hubiera vivido la experiencia de dos maltratos, le
revolvía las tripas cada vez que las feminazis abrían la boca.
En el anuncio, decían algo así como que “tú decides con quién, dónde y cómo
tener relaciones sexuales”.
— ¿Acaso eso no es así de siempre? Claro que una decide. Todo lo que no
esté consentido podrá ser abuso, violación o como lo quieran llamar. Estas
campañas nos victimizan aún más. Tratan a las mujeres como si fuésemos
tontitas, sumisas, sin personalidad, como si nos tirasen encima de la cama cual
muñeca hinchable y nos dejáramos follar, o como si solo pensáramos en
satisfacer los deseos del macho – se cabreaba Nakia internamente.
—Nunca he tenido problemas con ningún tío, incluso rollos de un rato. Yo
siempre he hablado durante las relaciones sexuales: “así me duele”, “esta
postura me resulta incómoda”, “en esta colocación me canso”, “esto me da asco”,
“¡ay! ¡Que me ha dado un tirón en el muslo!”. Hemos cambiado de posición, hemos
cambiado de juego, hemos cambiado de lugar. No sé. Incluso con un mismo tío, no
hago las mismas cosas. Depende de la situación. No es lo mismo en un hotel o
una casa en la que nos hemos duchado previamente los dos, a un “aquí te pillo,
aquí te mato” en un coche o en un asqueroso baño de un bareto de mala muerte.
El escenario y los recursos también influyen – analizaba ella.
—Está claro que es algo de dos. Con quien no he querido cuentas le he dicho
que no, se ha enfadado y se ha pirado. Yo me he quedado con la decepción y/o
tristeza de que solo me quería para un rato y punto. Todo lo demás está mal. Ya
hay leyes para eso. ¿Realmente hacen falta estas campañas? Ya no por el dinero
que se gasta, porque esto sí que es un gasto, no una inversión. ¿Realmente es
necesario siempre proyectar la imagen de que ellos son unos violadores y
nosotras somos idiotas? – continuaba Nakia con su monólogo interno.
Fue en ese monólogo cuando le invadió el recuerdo de los niños indecisos
ante la elección de una merienda.
— ¿Habrá tías que no digan nada durante las relaciones sexuales? ¿Qué no hablen? ¿Qué se dejen hacer, así sin más? – Se preguntaba sorprendida – Entonces se deberían focalizar los esfuerzos en educar a las personas (por no decir a las mujeres) en tener personalidad, seguridad y confianza en sí mismas. Está claro que educamos en el respeto a los demás. Pero claro, si la otra parte no manifiesta ni un sí ni un no, entonces es cuando puede surgir el malentendido al malinterpretar la comunicación no verbal (la cual existe)– continuaba Nakia con su runrún. Cuántas veces ella les había preparado bocadillos de Nocilla a los chavales indecisos, con la firme creencia de que la Nocilla gustaba a todos los mozalbetes. A lo mejor se lo merendaban a disgusto. Entonces ¿por qué no decían claramente que no les gustaba la Nocilla o que no querían merendar? ¡Tampoco la culpa era totalmente de ella!
—La situación no es comparable. En el mundo adulto el trato es horizontal,
no descendente como de adultos hacia niños. Por lo tanto, más motivo para que
una tía manifieste lo que quiere y lo que no – seguía.
—A lo mejor, en vez de que las campañas se centren en ellos, en que deben
escuchar el sí, o preguntar por ese sí, se podría hacer una campaña en ellas.
Mujeres del mundo “decid sí o decid no, pero decid algo cuando estéis en faena”.
Así sería más fácil. Acercar posturas. Parece que la responsabilidad y el peso
de la relación sexual siempre recaen sobre el hombre. Raro es que no lo hayan
hecho. Las feminazis siempre dicen lo que tenemos que hacer, decir o pensar –
seguía rumiando Nakia – Como siempre, para lo que les conviene somos tontitas
que no sabemos expresar lo que nos apetece o lo que no.
Llegó a casa y sacó el móvil del bolso. Se disponía a mirar sus redes
sociales cuando le saltaron las alertas de noticias.
La primera en la frente. Iban a sacar una ayuda para el alquiler de un piso
para las víctimas de violencia de género.
— ¡Madre mía! ¡Vaya titular! ¿No tienen otra manera de decir las cosas? A
la hora de la verdad, esto no es real. La ayuda irá para quienes no tienen casa
propia y reúnan ciertos requisitos. Hay muchas mujeres que sufren violencia
cuya casa es de ellas. Son propietarias de sus casas en porcentaje total o
parcial si están en separación de bienes, y al cincuenta por ciento si están en
bienes gananciales. La hipoteca también está a su nombre. Trabajan y pagan
religiosamente cada mes la hipoteca durante un porrón de años. Sí tienen dónde
ir; su casa. Claro, el titular, dicho así, parece que todas las mujeres
maltratadas dependen económicamente de su agresor y no tienen dónde ir. ¿Por
qué no echan a los agresores de los domicilios conyugales? ¡Ah! Primero, porque
hay que ver de quién es la propiedad de la vivienda. Segundo, porque no todas
los estados civiles son iguales. Pueden ser matrimonio, pareja de hecho o.
simplemente, convivientes como quienes son compañeros de piso (que ya tocaría
en un juicio demostrar que son pareja. Otro cantar, demostrar la agresión y
demostrar la relación. De lo contrario, pasa de ser víctima de género a víctima
de segunda, como me pasó a mí). No entiendo estas campañas taaaaaannn
generalistas que no se ajustan a la realidad legal y que proyectan esa imagen tan
denigrante de la mujer siempre como víctima – Nakia no podía olvidar los
maltratos que sufrió y que quedaron condenados a una ridícula multa. Ella creía
en la Justicia. De hecho, se aplicó. En lo que no creía era en todas estas
campañas feminazis que venden ideas bucólicas que no se ajustan a la realidad
judicial.
—En fin, voy a mirar el Facebook – decidió finalmente.
Pues ahí no iba a terminar su racha. Una amiga había compartido una noticia
cuyo titular anunciaba que la ministra de turno iba a fomentar el parto natural
en centros de nacimiento, fuera de los hospitales.
— ¡Lo que faltaba! ¡Increíble! En lugar de gastar dinero en crear “centros
de nacimiento”, quizás, lo que deberían hacer, es revisar y cambiar los
protocolos de los partos en los hospitales. Más barato. Más seguro. Quien
quiera y pueda dar a luz en parto natural, que pueda decidirlo, pero en el
hospital, por si surge un imprevisto. En fin, no me voy a encender más que
llevo el día calentito – pensó.
Meses más tarde fue aprobada la denominada ley del “solo el sí es sí”. En
esa ley determinaban como agravante que la mujer agredida fuese pareja o ex
pareja del agresor.
— ¡Ya estamos como siempre! – Se escandalizó Nakia – Víctimas de primera y
víctimas de segunda. Si te agrede sexualmente tu pareja eres víctima de primera
y si lo hace un mamarracho eres víctima de segunda.
Otra de las novedades de esa ley era que se iba a crear en todas las
provincias “centros públicos de crisis” para atender a las víctimas sexuales.
— ¡Venga, más chiringuitos! – Exclamó Nakia – Eso es lo que interesa
realmente, que el Ministerio y sus chiringuitos no cierren.
En eso se amparaba esa ministrilla. En la lucha de una igualdad utópica de
hombres y mujeres que real y biológicamente son diferentes. En una eterna lucha
por una eterna igualdad que nunca va a existir.
Se puso a buscar en Internet cómo iba el juicio del actor Johnny Depp.
Estaba a punto de finalizar. Nakia
deseaba que ganase. No porque le gustase el actor en particular. Había visto
algunas películas suyas pero no todas. No era tan fan. Simplemente pensaba que
si ganase, sería un ejemplo mundial de las consecuencias erróneas del
feminazismo.
Nakia se imaginaba reels de Instagram o TikTok en el que, al ser declarado inocente Johnny Depp, con su propia voz del personaje y mirando fijamente a su exmujer, dijese: “Siempre recordarás este día como el día en el que casi capturas a Jack Sparrow”. Quedando esa escena para la humanidad.
Relato inspirado en la canción El Anillo de Jennifer López.
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